De Orwell a las redes sociales

¿Alguna vez ha recibido, por correo electrónico, publicidad relacionada con bienes o servicios que días antes había buscado en Internet? ¿O, al abrir el buscador que utilizamos más de 70 % de los internautas en todo el mundo, le han aparecido discretos pero insistentes anuncios relacionados con aquello que había consultado? Si su respuesta es afirmativa, ¿No tuvo la sensación de que “la red” lo espía y que, literalmente, conserva un registro de todo aquello que le interesa? ¿No ha llegado a pensar que realmente el “Big Brother” existe?


Y si de espiar hablamos, ¿Qué decir de las pequeñas y cada vez más sofisticadas cámaras de vídeo que se colocan en cajeros automáticos, estacionamientos, centros comerciales, e incluso avenidas y cruceros importantes? Seguramente George Orwell, cuando escribió su novela más conocida: Nineteen Eighty – Four – 1984 – (1949), jamás imaginó que su “Big Brother” se iba a volver realidad en el efectivo y casi imperceptible tipo de espionaje y control social en el que vivimos todos los días.

Orwell y el Gran Hermano.
Eric Arthur Blair (1903 – 1950) – verdadero nombre de Orwell – nació en Motihari, antiguo Raj británico – ubicado en la India – en el seno de una familia burguesa de clase media , y estudió becado en prestigiosos colegios de Inglaterra, incluyendo el famoso internado de Eton, preferido por la nobleza europea. Antes de dedicarse a la enseñanza y a la literatura, fue funcionario del gobierno imperial en Birmania, donde tuvo contacto con los abusos y la supresión de libertades a los súbditos de los territorios sometidos. Su obra Burmese days – Los días de Birmania – (1934) da cuenta de esta experiencia.

Además de visionario, Orwell fue ante todo un intenso observador de su entorno y un apasionado cronista de su tiempo, lo cual se evidencia en su producción literaria. Entre sus obras destacan decenas de ensayos, muchos de ellos de contenido autobiográfico, y la novela Animal Farm – Rebelión en la granja – (1945), que es una fina sátira sobre la tiranía.

En 1984, Orwell intenta advertir sobre los peligros a los que se expone una sociedad que ha permitido la ascensión de una persona – o bien, de un grupo de individuos – al poder político , primero mediante una abrumadora e histérica maquinaria propagandística y luego, al valerse del adoctrinamiento, del miedo, la persecución y la tortura, logrando imponer un sistema en el que las libertades y los derechos de los ciudadanos son prácticamente aniquilados bajo la vigilancia despiadada y la represión violenta de un estado policial. Lo anterior en clara alusión a los dos regímenes totalitarios más sangrientos del siglo XX: el nacionalsocialismo y el estalinismo. El primero, recién destruido, y el segundo, en su apogeo al momento de ser escrita la obra.

Su novela es por antonomasia una distopía – en oposición a la utopía, del griego ou, ‘no’, tópos, ‘lugar’; “lugar que no existe” –, y su trama es relativamente sencilla: en el año 1984, las tres superpotencias del orbe, Oceanía, Eurasia y Estasia, se encuentran enfrascadas en una cruenta disputa territorial. Oceanía, superestado al que pertenecen las Islas Británicas – en la provincia denominada Franja Aérea I – es gobernada por “Big Brother”, “el Gran Hermano” o “Hermano Mayor”; este ente omnipresente, al que nadie conoce, pero todo lo que ve, oye y controla, es dado a conocer a las personas mediante la copiosa propaganda de El Partido Único, el cual tiene a su cargo el control absoluto de la vida y destinos de casi todos los individuos en Oceanía.

Además, surge una historia de amor – no ya en los “tiempos del cólera” sino en los del terror – entre Winston Smith, funcionario de nivel medio en el Ministerio de la Verdad, y la rebelde joven Julia. Enamorados y desencantados del sistema que los oprime, deciden conspirar para destruirlo, por lo que se adhieren a un grupo disidente clandestino. Pero al Gran Hermano no se le puede engañar tan fácilmente, y pronto ambos son descubiertos, hechos prisioneros, torturados y sometidos durante largos y penosos meses a un tratamiento disciplinario tan efectivo, que los hace capaces de reconocer al Gran Hermano como fuente única de la verdad e incapaces para siempre de reconocerse entre sí, por lo que ni siquiera la pureza del amor puede escapar del implacable escrutinio de un régimen totalitario. El mensaje es claro: un Estado poderoso y opresor será siempre más fuerte que cualquier sentimiento, incluyendo el amor.

1984 y más allá.
“Big Brother”, vigilante invisible y omnipresente, es uno de los términos acuñados por Orwell que sigue teniendo vigencia en la actualidad. Si el adjetivo kafkiano se suele emplear para describir lugares o ambientes lúgubres – que provocan aversión y miedo – o tan increíblemente amenazadores que rayan en lo absurdo, lo orwelliano designa una sociedad en la que impera la total supresión de las libertades sociales, la vigilancia permanente y la alineación de sus miembros al grado que resulta imposible estar seguro de la privacidad de los propios pensamientos.

No obstante, la realidad hacia 1984 fue distinta a la Orwell predijo: a mediados de los años 80, los estertores de la Guerra Fría entre las dos superpotencias se oían a través de la Cortina de Hierro y, poco después, en 1989, el Muro de Berlín – símbolo más representativo de la división bipolar del mundo – caía en pedazos marcando el preludio del desmoronamiento de la URSS a finales de 1991, y la secesión definitiva de las repúblicas satélites que la integraban. Más que las conspiraciones, el espionaje o los ataques armados, la verdadera causa del colapso del bloque socialista fue el fracaso de su modelo económico.

Pero, tan sólo diez años después, y como consecuencia de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 a los Estados Unidos – y también a España, en Marzo de 2004, y a Inglaterra, en Julio de 2005, el mundo declaró otra gran guerra, ya no contra un régimen totalitario, sino contra el terrorismo internacional. Estos hechos precipitaron el establecimiento de un nuevo orden mundial, cuyo rasgo característico ha sido el de la imposición de una política de mayor control y vigilancia sobre las personas.

Ya sea debido a la lucha contra el terrorismo y la criminalidad, o bien a que la tecnología permite llevar, mediante una especie de huella electrónica, un registro preciso de nuestra ubicación y actividades, lo cierto es que pensar que las sociedades actuales están en camino de convertirse en “orwellianas” no parece tan alejado de la realidad. Antes de enviar un correo electrónico, debatir en las redes sociales, escribir un mensaje de texto o utilizar su tarjeta de crédito, sólo recuerde que alguien siempre lo está vigilando.    


Fuente:
Por Enrique Gil – Barroso en Revista Algarabía No. 88 Enero 2012, p. 48 – 53.








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