Julio Ángel Olivares Merino – Un colmillo del arcoíris. Capítulo 2

Jueves, dos noches antes de plenilunio.

Sobre el eco de las campanadas de medianoche.

¡El Diablo se la lleve como esposa! Quiera Dios que logre contener este escalofrío que me recorre. Mi jubón gotea allí abajo, empapado en el vestíbulo, colgado de una de las perchas de roble. No fue un espejismo lo que contemplé. La bruja dejó el soldado de plomo en ese árbol del silencio y, al poco tiempo, desapareció entre la espesura, al menos eso fue lo que vi a través del ventanal. Todo ha sido en vano, sin embargo. No he podido hallar el guiñapo y tampoco he visto huellas en el lodo que me ayudasen a seguir la estela de la bruja, aunque la he presentido en la profundidad de ese infierno de arboleda. Tan sólo he escuchado un constante balido lastimero, como de una oveja descarriada en la penumbra del bosque. No me he atrevido a adentrarme en las sombras. No había luna, ni siquiera su creciente perfil, que iluminase mis pasos.

Al regresar, he hallado montones de lana trasquilada sobre el lecho de Hergen y Blaida. Lo he retirado y ahora arden en el hogar. Sé que mientras escribo estas líneas, nuevos mechones se habrán formado sobre sus cuerpos. Otro hecho me desasosiega. He encontrado una senda de cuchillos de cocina desde el vestíbulo hasta el dormitorio de los pequeños, algunos de ellos son aquellos sin borde afilado que Lanna desechó hace algunas semanas. Todos relucían amenazadoramente. Al pretender cogerlos, uno a uno han ido desapareciendo ante mis ojos.

Inna de Mort. Sé que ella tiene que ver con todo esto. ¿Por qué silenciar más su historia? Puede que olvide algo de todo lo que hallé escrito tras un espantoso cuadro en el sótano de esta casa, un lienzo en el que ardía, sin quemar el marco, sin extinguirse, una llama multicolor, pintada sobre un fondo brumoso. En realidad, ese cuadro reluce en el sótano. ¿Qué encontré escrito detrás, en el envés? Tal vez no debería contarlo. Nadie en esta ciudad lo sabe. Sólo yo. Los envidió porque preferiría no haber descubierto el escalofrío, no haberme encadenado a él para siempre.

La vela se ha apagado sola. Tengo hasta el amanecer para relatar el espanto. Con la llegada de la claridad, la inspiración dejará de cobijarme y llegará un nuevo días, tres antes del horror.

Inna acaba de suspirar entre las enredaderas de bruma. Viene arrastrando el guiñapo de plomo, mi soldado perdido, de nuevo.

Poco después de Medianoche.

Cuanto voy a referir en las líneas que siguen no es sino parte de ese espanto con el que he convivido durante años, presa de las más horrendas pesadillas, escalofríos que me han acechado desde entonces, incluso durante las horas del día.

Hace más de cuarenta años – tendría yo por aquel entonces diez aproximadamente – conocí el horror, el que ha susurrado a mi vera cada anochecer sin descanso. Recuerdo haber salido aquel domingo por la mañana de casa, con el consentimiento de mis padres, para acudir a casa de Brías, donde también encontré a Liengo y Altaría, mis amigos de clase con los que formaba un equipo inigualable. Era principios de otoño. Llevábamos cada uno nuestro propio soldadito de plomo, con su casaca azul, su fusil y su gorro impregnado de brillantina y nos disponíamos a guerrear entre los cojines del dormitorio de Brías cuando a Liengo se le ocurrió la idea de hacer una batalla a gran escala, en un lugar real. Al mirarnos a los ojos comprendíamos que se refería al bosque. Confieso que me sentí fascinado por la idea, pues en realidad siempre había querido adentrarme en tal lugar, aunque me aterraba la idea de perderme entre la maleza. Finalmente, tentados por la ilusión – no menos que por la curiosidad –, decidimos encaminarnos hacía allí. Brías dijo a sus padres que íbamos a coger varios cartones del trastero para subirlos a casa y emplearlos como fortificación en nuestro juego. ¡Cuán fatal decisión a la postre!

Creo que nadie nos vio dejar la barriada y adentrarnos en el bosque. Al principio nos acompañó el canto de los pájaros, pero al poco rato, sumergidos ya en la oscuridad húmeda, el silencio comenzó a helarnos la sangre.

- Aquí, aquí – recuerdo decir a Brías –. Éste será un buen sitio – dejó su soldadito de plomo entre las zarzas y escurrió su mirada entre la fronda –. Fíjense en eso – señaló un puente semiderruido que apenas se adivinaba, oculto, entre la espesura, sobre un arroyo seco, de curso enlodado. Las primeras lluvias aún se habían hecho esperar aquel año.

- Juguemos sobre el barro – sugirió Altaría, incandescentes de ilusión sus iris, semejantes a la fría tonalidad de las pupilas de su soldadito de plomo. Nadie contradijo aquella decisión y así fue como pasamos la mañana, ajenos a todo, sobre el barro y junto al puente de sombras. Dios mío, si hubiésemos imaginado por un solo momento lo que iba a acontecer…

Sería media tarde cuando sobrevino la oscuridad y los lamentos de la ventisca. Escuchamos un estruendoso batir de alas y el barro comenzó a agrietarse a nuestros pies mientras empezaba a hilarse una mortecina llovizna. De repente, apareció ante nosotros, emergiendo del lodo, una figura verdosa, cadavérica, de cabellos lanosos y labios rojizos, sanguinolentos. Vestía un soplo de tela fina, desgarrada, dejando al descubierto sus senos de almíbar. Espantado, Brías cayó de rodillas, agarrando con fuerza su soldadito de plomo, temblando en extremo, mientras Altaría y Liengo trataban de alcanzar la orilla del río seco para escapar. Pude ver con mis propios ojos cómo aquella silueta extendía sus palmas empapadas, lagrimeantes, para coger a Brías de sus cabellos y levantarlo del barro. Lo acercó a sus labios, impregnados de miel, dio una dentellada certera en su pecho y sorbió salvajemente hasta que el corazón del muchacho dejó de latir. Entonces lo dejó caer sobre el ensombrecido lodo, encharcado ya de lluvia y sangre, para, enseguida, rellenar la herida de su pecho con hojas desgarradas y ramas secas.

Me miró. Sus ojos permanecían apagados, muertos, entre los suspiros mugrientos de sus cabellos. Sus labios temblaban humeantes. Creo que llegó a sonreír. Justo entonces escuché el alarido de Altaría y Liengo en lo más profundo del bosque, entre gruñidos y un aleteo pavoroso.

- La emboscada de los buitres – dijo aquella horrenda criatura, acariciando el soldado de plomo del desgraciado Brías. Se incorporó, extendiendo sus brazos escuálidos a ambos lados, tornado arisca su silueta, desplegando unas alas de bulánicos, escorpiones y cabelleras de niño, lacias o rizadas, castañas, albinas…

Corrí hacia la espesura, en dirección a la ciudad. La monstruosidad quedó atrás, en el río de barro, meciendo mi soldadito de plomo en su seno.

- Pintaré un arco iris en la noche – susurró amenazadora a la brisa desde la distancia. Por suerte, hallé el camino de vuelta y su susurro quedó en mis entrañas. No mire atrás, no lo hice hasta sentirme entre la multitud de paseantes. Para entonces el horizonte se había convertido en fachadas de ladrillo urbano.

Nadie, por supuesto, creyó mi historia. Hubo quien incluso llegó a culparme por la desaparición de Brías, Liengo y Altaría, pero fueron los menos. Se llevaron a cabo varias batidas en el bosque, aunque, tal y como yo presentía, ellos jamás fueron hallados. Tampoco sus cuerpos.

Hoy, la gente de la ciudad aún se atreve a preguntarme qué sucedió junto al puente de piedra, ya no con la misma histeria de entonces sino con una curiosidad agobiante. Siguen parándome por la calle o llaman a mi puerta para saber. Es espantoso. Lanna comprende mis desvaríos de noche. Sabe que tienen que ver con esa espantosa pesadilla que aún no sé si ha llegado a creer. He tratado de ocultarla a mis pequeños, pero tarde o temprano llegará a sus oídos, como toda leyenda macabra. “Tu padre vio un demonio en el bosque, ¿Lo sabías?”, les dirán. Confío en que para entonces todo haya pasado.

Ya he dejado de escuchar a Inna. Ha desaparecido en la niebla del bosque por esta noche. Sé que me espera con lágrimas de miel y sangre en sus labios, con la tierna mirada de una enamorada aprendiz que aún conociese los escrúpulos.

Fuente:

Julio Ángel Olivares Merino – Terror, Editores Mexicanos Unidos, p. 13 – 17.

Para leer el 1° capítulo de este relato en particular, den clic en el siguiente enlace:

https://divinortv.blogspot.com/2020/10/julio-angel-olivares-merino-un-colmillo.html

El 3° capítulo de este libro lo pueden leer en este link:

https://divinortv.blogspot.com/2020/10/julio-angel-olivares-merino-un-colmillo_16.html

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