Las solteronas. Literatura y cine

La literatura y el cine se han encargado de llevar este estereotipo de la solterona a la cultura popular. En la literatura ahí están Doña Rosita la soltera de García Lorca y todas las hijas de Bernarda de Alba que anhelaban la sola presencia de un hombre desde la ventana, la pobrecita Marianela de Galdós o la heredera desventurada Catherine Sloper que tan bien narra Henry James en Washington Square, así como Lily Bart, que retrata su discípula Edith Wharton en The House of Myrth. O la más prototípica de todas, Eugénie Crandet, de Honoré de Balzac, quien se queda soltera víctima de la avaricia de su padre. O bien Tita, de Como agua para chocolate, de Laura Esquivel, cuyo destino, desde su nacimiento, era permanecer soltera y cuidar a su madre por ser la benjamina. Y las mismas escritoras Jane Austen, Emily y Charlotte Brönte, cuya escritura las salvó de la etiqueta de solteronas a la larga, pero quienes en el ámbito familiar no eran más que eso y hasta tuvieron que publicar con seudónimos.

En el cine recordemos a Las señoritas Vivanco (1958) —doña Sara García y doña Prudencia Griffel—, las mismas solteronas y actrices de La Tercera Palabra (l955), o a Betty Davis como Charlotte Vale cuidando a su madre en Now, Voyager (1942). También recordemos a Marga López, en Azahares para tu boda (1950), una mujer que no se casa porque su novio «rojillo» no se quiere casar por la Iglesia y su padre —Fernando Soler— se lo impide. O incluso la pobre Alex Forrest—Glenn Glose— de Fatal Attraction (1987) que por ser aventada, guapa e independiente acaba retratada como sola, loca, amargada y maniática.


Fuente:
Por María del Pilar Montes de Oca Sicilia en Revista Algarabía, No. 125, Febrero 2015, p. 97 – 98.

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