La Ética de la Liberación

No tenemos en Dussel un defensor de la violencia en sí misma (por supuesto), pero se ve obligado a hacer una fundamentación de ella (en la guerra y la revolución) por cuanto la considera un medio posible para el fin que él propugna: la liberación de los oprimidos. Se pueden ver en ciertas frases dusselianas algo ambiguas un encomio de la violencia revolucionaria por sí misma; nuestro autor deja pronto claro que para él "revolución y guerra son hechos ciertamente dramáticos... causando inevitables sufrimientos y víctimas inocentes sin cuento". Sin embargo, estas concesiones al discurso pacifista más políticamente correcto de nuestros días, y la cita explícita de textos como aquel de Hannah Arendt, en que la pensadora arguye que las teorías políticas de la revolución y la guerra "sólo pueden ser una justificación de la violencia, y lo que es glorificación o justificación de la violencia en cuanto tal, ya no es política sino antipolítica", no le llevan a Dussel a renunciar a elaborar una teoría que fundamente esos "medios de la liberación"; de hecho, la cita del proprio motto de Arendt le va a servir para intentar mostrar lo contrario: que se puede justificar (políticamente) la guerra violenta sin justificar (antipolíticamente) la violencia.

El modo de cumplir esta complicada pirueta argumentativa es el que acostumbra a adoptar casi toda defensa verbal de la violencia: el de acusar de violentos "a los otros", a aquellos contra quienes se levanta la guerra o la revolución. Para ello, Dussel se esfuerza a lo largo de dos parágrafos y un esquema en cambiar "ligeramente" a su gusto el vocabulario habitual castellano, y en restringir el uso de la palabra "violencia" sólo para la calificación de aquellos regímenes (o revoluciones) ilegítimos, mientras que revoluciones (o regímenes) legítimos deben, en su opinión, dejar de ser llamados "violentos" para pasar a considerarse que lo que emplean es "coacción legítima". Así, al apoyar a revolucionarios como Fidel Castro y el MSLN, al español cura Hidalgo o incluso a George Washington, no se ve a sí mismo cayendo en la "antipolítica" arendtiana de defender la violencia, sino sólo apoyando la "coacción legítima", mientras que los que sí que serían violentos son los órdenes contra los que estos líderes se levantaban, por ser su coacción "ilegítima".

Se vuelve entonces central para él la determinación de cuándo un orden político o una revolución deben considerarse legítimos – coactivos o ilegítimos – violentos. Los tres criterios que a ello sirven se ofrecen a lo largo de toda la extensa obra, pero pueden resumirse así: el primero es el que se denomina formal, es decir, siguiendo a Apel y a Habermas, el que ve la legitimidad como "la aceptabilidad consensual de un orden político compartida por los miembros simétricamente argumentables en una comunidad de argumentación". A este, empero, hay que añadirle un segundo criterio (material) que "le falta a Weber y a Habermas", y a filósofos en general "de sociedades avanzadas", según el cual la legitimidad de un orden político consiste además en "la posibilidad (de este) de producir, reproducir y desarrollar la vida humana de cada uno de los miembros... en un nivel aceptable o tolerable". Y, por último, un tercer criterio se debe exigir a regímenes y revoluciones para evitar que caigan en utópicas fantasías: el criterio de la factibilidad, de su realizabilidad en la situación histórica dada.

Así pues, para Dussel la violencia es legítima ("coacción legítima" en su lenguaje) si la decisión de utilizarla como medio para la liberación de una comunidad de oprimidos ha sido tomada por estos de modo argumentativamente simétrico para salvar su vida (en sentido no sólo biológico de la palabra), y es realizable tal liberación. Y "un orden que mata, excluye o de imposible realización empírica" se tornaría "inevitablemente ilegítimo". Cuando la revolución es legítima y el orden no lo es, estaríamos ante el momento que a él "le interesa estrictamente", el momento de la violencia legítima. Pues bien, lo que intentaremos mostrar a continuación es que, sin entrar a cuestionar los criterios de legitimidad que Dussel propone (démoslos por supuestos), ni su bautizo como "coacción (y no: "violencia”) legítima", tal momento es imposible: o sea, que nunca se pueden cumplir ninguno de los criterios de legitimidad que Dussel propone si una revolución emplea las armas y la muerte, porque existe una fuerte contradicción entre cada uno de estos criterios y la posibilidad de la violencia, aunque Dussel pretenda defender a la vez aquellos y esta.



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