Jesús en Galilea. Hermandad

Jesús indica a los doce mortales que acaban de escuchar su declaración sobre el reino, que se arrodillen en círculo alre­dedor de él, después, coloca sus manos sobre la cabeza de cada apóstol y los bendice, extiende sus manos al cielo y reza: "Padre mío, aquí te traigo a estos hombres, mis men­sajeros. Entre nuestros hijos de la tierra, he escogido a estos doce para que vayan a representarme como yo he venido para representarte. Ámalos y acompáñalos como tú me has amado y acompañado, concédeles sabiduría mientras deposito todos los asuntos del reino venidero entre sus ma­nos. Deseo, si es tu voluntad, permanecer algún tiempo en la tierra para ayudarlos en su trabajo por el reino. Te doy las gracias, Padre mío, por estos hombres y los confío a tu cuidado mientras me dedico a terminar la obra que me has encomendado.

"Los envío para proclamar la libertad a los cautivos es­pirituales, la alegría a los esclavos del temor y para curar" a los enfermos de acuerdo con la voluntad de mi Padre. Cuando encuentren a mis hermanos en la aflicción, dígan­les palabras de estímulo como éstas: Bienaventurado el espíritu de los pobres, los humildes, porque de ellos son los tesoros del reino de los cielos. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de rectitud, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los mansos, porque heredarán la tierra. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Digan también a mis hijos estas palabras de consuelo es­piritual y promesa: Bienaventurados los afligidos, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán el espíritu de la alegría. Bienaventurados los miseri­cordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos a causa de su rectitud, porque de ellos es el reino de los cielos.

"Los envío al mundo para que me representen y actúen como embajadores del reino de mi Padre. Cuando procla­men la buena nueva, pongan su confianza en el Padre, de quien son mensajeros. No resistan a la injusticia por medio de la fuerza; no pongan su confianza en el vigor corporal. Si alguien los golpea en la mejilla derecha, ofrézcanle la izquierda. Estén dispuestos a sufrir una injusticia en lugar de acudir a la ley y atiendan con bondad y misericordia a todos los que están afligidos y necesitados.

"Amen al enemigo, hagan el bien a los que los odian, bendigan a los que los maldicen y oren por los que los uti­lizan con malicia. Hagan por los humanos todo lo que crean que yo haría por ellos. Es necesario ponerlos en guardia contra los falsos profetas que vendrán hacia ustedes vesti­dos de cordero, mientras que por dentro son como lobos voraces. Por sus frutos los conocerán, por eso, en el gran día del juicio del reino, muchos me dirán: ¿No hemos profeti­zado en tu nombre y hemos hecho muchas obras maravillosas por tu nombre? Pero yo les diré: Nunca los he conocido; apártense de mí, son falsos educadores. Pero todo aquel que escuche esta instrucción y ejecute sinceramente su misión de represen­tarme ante los hombres, como yo represento a mi Padre ante ustedes, encontrará una entrada abundante a mi ser­vicio y en el reino del Padre celestial".

La arenga de Jesús ante los doce apóstoles constitu­ye una filosofía magistral de la vida. Los exhorta a ejercitar una fe experiencial para que no se limiten a depender de un asentimiento intelectual, de la credulidad o de la auto­ridad establecida.

Jesús abunda en su alocución: "Exijo de ustedes una rectitud que sobrepasará a la de aquellos que intentan ob­tener el favor del Padre con limosnas, oraciones y ayunos. Si quieren entrar en el reino, tendrán una rectitud basada en amor, misericordia, verdad y el deseo sincero de hacer la voluntad de mi Padre".

Natanael pregunta.

— Maestro, ¿vamos a dejar algún lugar para la justicia? La ley de Moisés dice: ojo por ojo y diente por diente. ¿Qué va­mos a decir nosotros?

Y Jesús contesta.

Ustedes devolverán el bien por el mal. Mis mensajeros no deben luchar y pelear con armas con los hombres, sino ser dulces con todos. Su regla no será medida por medida. Los gobernantes de los humanos pueden tener tales leyes, pero no es así en el reino celestial; la misericordia determinará siempre su juicio y el amor, su conducta. Y si estas afirmaciones les parecen duras, aún pue­den decir que no a la predicación de la Palabra de mi Padre. Si los requisitos del apostolado los encuentran demasiado duros, pue­den volver al camino menos riguroso.

Al escuchar estas palabras sorprendentes, los apóstoles no saben que decir, hasta que Pedro comenta.

—Maestro, queremos seguir contigo; ninguno de nosotros quiere volver atrás. Estamos plenamente preparados para pagar el precio adicional; beberemos la copa. Queremos ser apóstoles, no simplemente discípulos.

Cuando Jesús escucha esto, les explica.

Entonces, estén dispuestos a asumir sus responsabilidades y a seguirme. Hagan sus buenas acciones en secreto; cuando den una limosna, que la mano izquierda no sepa lo que hace la mano derecha, cuando oren, háganlo a solas y no utilicen vanas repeti­ciones y frases sin sentido. Recuerden siempre que el Padre sabe lo que necesitan, incluso, antes de que se lo pidan. No acumulen tesoros en la tierra, sino que, mediante su servicio desinteresado, guarden tesoros en el cielo, porque allí donde estén sus tesoros, también estará su corazón.

Tomás pregunta.

— ¿Debemos continuar teniéndolo todo en común?

El Maestro contesta.

Sí, hermanos míos, quiero que vivamos juntos como una familia. Una gran obra se les ha confiado y deseo su servicio uni­tario, ya que Nadie puede servir a dos señores a la vez. No pueden adorar sinceramente a Dios y estar al servicio del dinero de todo corazón. Han aprendido que manos serviciales y corazones dili­gentes no pasan hambre, tengan la segundad de que el Padre no se olvida de sus necesidades, por eso, no se preocupen demasiado por el mañana, a cada día le basta su propio anhelo.

Fuente:
Los Grandes. Jesús, Editorial Tomo, p. 103 – 107.

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