Jesús en Galilea. Tomás y Judas

Tomás el pescador y Judas el errante se encuentran con Je­sús y los apóstoles y Felipe presenta a Tomás como su candidato para el apostolado y Natanael a Judas Iscariote, el judío, para un honor similar. Jesús mira a Tomás y le dice: "Tomás, te falta fe; sin embargo, te recibo. ¡Sígueme!" Al último candidato, el Maestro le comenta: "Judas, todos somos de la misma carne y al recibirte entre nosotros, rue­go porque seas siempre leal con tus hermanos y no esperes de los demás lo que no estás dispuesto a dar ni creas que los demás actuarán de acuerdo con tus creencias sino con las que ellos tengan. ¡Sígueme!"

Al día siguiente parten para Cafarnaúm. Jesús pasa una jornada tranquila con sus discípulos, les explica cuidado­samente cómo proclamar el reino y la importancia de evitar todo conflicto con las autoridades civiles y militares, diciéndoles: "Si es pertinente censurar a los gobernantes, déjenme esa tarea. Procuren no hacer acusaciones contra el César o sus servidores, aún no es tiempo".

Jesús se esfuerza en aclarar a sus apóstoles la diferencia entre sus enseñanzas y su vida como humano, por lo que les dice: "Mi reino y el evangelio relacionado con él serán lo esencial del mensaje. No se desvíen predicando sobre mí y sobre mis enseñanzas. Proclamen el evangelio del reino y describan mi revelación del Padre celestial, pero no caigan en el error de crear leyendas y construir un culto que ten­gan relación con mis creencias y enseñanzas".

Hay una sola motivación en la vida de Jesús después de su bautismo, llevar a cabo una revelación mejor y más verdadera de su Padre celestial, él es el pionero del camino nuevo y mejor hacia Dios, de la fe y el amor. Su exhortación a los apóstoles siempre es: "Busquen a los pecadores; en­cuentren a los abatidos y reconforten a los que están llenos de preocupaciones".

Pero no es fácil para estos doce hombres rudos y poco instruidos entender las palabras del Maestro, por lo que Pedro, Santiago y Judas Iscariote hablan con Jesús interrogándolo.

- Maestro, venimos a petición de nuestros compañeros para preguntar si no es ya el momento adecuado para entrar en el rei­no. ¿Vas a proclamar el reino en Cafarnaúm o nos trasladaremos a Jerusalén? ¿Y cuándo sabremos, cada uno de nosotros, los pues­tos que vamos a ocupar contigo en el establecimiento del reino...?

Pero Jesús levanta una mano indicándoles que guar­den silencio y les dice con voz severa.

— Hijos míos, ¡cuánto tiempo debo ser condescendiente con ustedes! ¿No les he aclarado que mi reino no es de este mundo? He dicho muchas veces que no vengo para sentarme en el trono de David; entonces, ¿cómo es que me preguntan cuál es el lugar que ocupará cada uno de ustedes en el reino del Padre? ¿No com­prenden aún que los he llamado como embajadores de un reino espiritual? ¿No perciben que muy pronto van a representarme en el mundo y en la proclamación del reino, como yo represento aho­ra a mi Padre que está en los cielos? ¿Es posible que los haya elegido e instruido como mensajeros del reino, y que sin embargo no comprendan la naturaleza y trascendencia de este reino veni­dero de supremacía divina en el corazón de los hombres?

Amigos míos, escúchenme una vez más, desechen la idea de que mi reino es un gobierno de poder o un reinado de gloria. En verdad les digo que todos los poderes en el cielo y en la tierra pronto serán puestos entre mis manos, pero no es voluntad del Padre que utilicemos esta dotación divina para glorificarnos du­rante esta época. En otro tiempo, los sentaré verdaderamente con­migo en poder y en gloria, pero ahora es nuestro deber sometemos a la voluntad del Padre y obedecer humildemente ejecutando su mandato en la tierra.


Fuente:
Los Grandes. Jesús, Editorial Tomo, p. 99 – 101.

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