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El último profeta. Movimiento pacífico

El triunfo definitivo, sin embargo, no vendría de la guerra, sino de una acción inteligente y audaz por parte de Mahoma. Acompañado por un millar de musulmanes desarmados se dirigió a su ciudad, que ahora lo tenía como enemigo público, para culminar la sagrada peregrinación que a ningún árabe se le podía prohibir. Sin embargo, los coraixíes de La Meca no estaban dispuestos a permitirle la entrada y mandaron un nutrido grupo armado a su encuentro. Tras una larga negociación, llegaron al acuerdo de que los musulmanes realizarían sus ritos fuera de la ciudad y regresarían a Medina.

Biografías muy reales

A los historiadores occidentales no deja de sorprenderles la veracidad que transmiten los textos de los cuatro biógrafos de Mahoma: Tabari, ibn Sad, al-Waqidi e ibn Ishaq. Todos ellos escribieron durante los dos siglos posteriores a la muerte del Profeta. En contra del tratamiento idealizado y favorecedor que podría esperarse de ellos, sus textos muestran una voluntad auténtica de búsqueda de la verdad, un intento de trazar un retrato del hombre tal como fue en todas las facetas de su carácter. A menudo, cuando se encuentran con dos versiones distintas del mismo suceso, ofrecen ambas sin tomar partido por una u otra. No inventan nada porque a sus ojos sería una aberración y un gran pecado hacerlo. La información de que disponen acerca de las distintas etapas de la vida de Mahoma es desigual; los acontecimientos anteriores a su vida pública corresponden a los de un individuo anónimo, mientras que lo ocurrido en los últimos años involucró a millares de testigos.

El último profeta. Revelación decisiva

Después de aquella experiencia mística, Mahoma tuvo algunas otras de las que nunca habló, y luego se interrumpieron de pronto. Esto lo sumió en un amargo desconcierto que duró dos años, hasta que le llegó la revelación que transcribe la sura de la mañana, número 93 del Corán. Esta vez se trataba de un mensaje claro, lleno de luz, en el que Dios lo conminaba a dar a conocer a sus hermanos las palabras que ponía en su boca. Aquél fue el impulso decisivo. A partir de entonces, la desconfianza de Mahoma desapareció por completo, y su espacio lo ocupó una sólida seguridad. Investido de ella, Muhammad ibn Abdallah se dispuso a obedecer a Dios presentándose ante los suyos como el Profeta.

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