No tardaron en prenderse las lámparas de gas en los rincones distantes y ensombrecidos de aquella sala, desolada como el alma de un hombre perdido en la nieve. Cada mecha de fulgor iluminó el vacío, la techumbre hilada por algas y gelatina brumosa. Clía enmudeció al oír estelas de un murmullo nublado.
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Julio Ángel Olivares Merino – La parada del oscuro. Capítulo 10
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Ciudadano del mundo, economista de carrera, bloguero por pasatiempo, docente por situaciones del destino
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