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Detrás del velo. Introducción

La discriminación que las mujeres sufren en los países de mayoría musulmana es consecuencia de una interpretación tendenciosa de sus textos sagrados. Desigualdad, prohibiciones y castigos coartan la libertad femenina para perpetuar el dominio del varón. 

La condición de las mujeres en el islam es difícil de definir. Hace ya casi 1,500 años, esta religión aunó fe e ideología y reorganizó a la antigua sociedad tribal árabe con nuevas leyes sobre el vestir, las relaciones, en general todos los aspectos de la vida. La "Arabia feliz" de la época de la Yahiliya -preislámica- dejó de serlo, sobre todo para ellas. El islam triunfó sobre las divinidades femeninas como Allat -dama de la guerra-, Al-Ozza -la muy poderosa- y Manat -la diosa del destino y de la muerte-. Esto no sólo significó la sumisión del ser humano a un único Dios varón, sino que supuso el sometimiento del sexo femenino bajo el masculino.

¿Un mujeriego?

Se ignora el número exacto de esposas que tuvo Mahoma. Se le han llegado a calcular más de 20, lo que a ojos occidentales pareciera un libidinoso que aprovechó su prestigio para satisfacer sus apetitos. Contra esa precipitada idea se alza la realidad de que el Profeta fue monógamo durante los 25 años que vivió con su primera esposa, Jadiya, una mujer mucho mayor que él y la persona que más influyó en su vida. Un hombre de 45 años que, como Mahoma, vive con una mujer de 60 pudiendo tomar legalmente otras más jóvenes, no parece muy lujurioso.

El último profeta. La expansión

A medida que aumentaba el número de conversos, también crecía el de los opositores al sedicente Profeta, con lo que la situación social de la tribu se enrarecía. El mensaje igualitarista mahometano no sonaba bien a los oídos de aquellos que se habían enriquecido fabulosamente y que, como suele suceder, manejaban las palancas del poder. Otros temían o decían temer que aquel profeta estrafalario produjera un terremoto en las instituciones comerciales y religiosas que habían dado pie a la pujanza coraixí.

El último profeta. Experiencia mística

Transcurría la séptima noche del mes de Ramadán del año 610. Al interior de una cueva del monte Hira desde la que se domina la ciudad de La Meca, un mercader de la tribu de los coraixíes, llamado Muhammad ibn Abdallah, se echó a dormir. Era un hombre de 40 años provisto de gran espiritualidad, que tenía el hábito de retirarse cada año a esa cueva -acompañado por toda su familia- para orar, meditar y practicar actos de caridad con cuantos se acercaban a su retiro en busca de alimento o limosna. Pero la séptima noche de Ramadán fue distinta, porque Muhammad atravesó por una experiencia mística trascendental que iba a cambiar el curso de la Historia. Según lo explicó él mismo, se sintió de pronto entre los brazos de un ángel que lo estrechó en un abrazo tan fuerte que le impedía respirar a la vez que le daba una orden terminante y escueta: "¡Recita!".

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