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Julio Ángel Olivares Merino – La parada del oscuro. Capítulo 12

Hoy ha despertado en la estación, entre monedas sin brillo. Ha encontrado a la niña a su lado, tocando el violín, mientras la gente se aproximaba fascinada.

Julio Ángel Olivares Merino – La parada del oscuro. Capítulo 11

Apenas abrió los ojos, Clía sintió que dos siluetas, dos trenes de fugaz estela se entrecruzaban frente a sus ojos.

Oyó como bramaban los horizontes llenos de luces de neón y barandillas oxidadas. Acababa de concluir su viaje imaginario.

Julio Ángel Olivares Merino – La parada del oscuro. Capítulo 10

No tardaron en prenderse las lámparas de gas en los rincones distantes y ensombrecidos de aquella sala, desolada como el alma de un hombre perdido en la nieve. Cada mecha de fulgor iluminó el vacío, la techumbre hilada por algas y gelatina brumosa. Clía enmudeció al oír estelas de un murmullo nublado.

Julio Ángel Olivares Merino – La parada del oscuro. Capítulo 9

Clía empujó la puerta y sus yemas se hundieron en el tacto de aquella seda. En breves instantes estaba ya dentro de una singular habitación.

- Bienvenida Clía – dijo una voz nasal, con cierto matiz de feminidad, desde la profundidad de la estancia.

Julio Ángel Olivares Merino – La parada del oscuro. Capítulo 8

Encadenada a la estela de desesperación de aquel silencio y convicción empavorecida, Clía saltó del carruaje, no sin antes haber acunado en su regazo el violín – que parecía tiritar –, el estuche de terciopelo y la pluma plateada, ensombrecida ahora por unas diminutas formas, del tamaño de semillas, que se asemejaban a entornados ojos cristalinos. Dos paso sobre aquel suelo encharcado fueron suficientes para recuperar el equilibrio, aunque pronto advirtió que no había nadie sobre el asiento del cochero. El extraño hombre de la bufanda había desaparecido. Le pareció encontrarse en un abismo de paredes de hielo y presintió la estela de varias siluetas al acecho. Intuyó que los buitres se habían posado en alguna cornisa cercana, presintió sus ojos fijos en ella, sus gélidas miradas de paciente espera.

Julio Ángel Olivares Merino – La parada del oscuro. Capítulo 7

Mientras atravesaba las entrañas de aquella penumbra escuchó el goteo constante de la irrealidad que atería su frente y la escalofriaba. Anhelando llegar al otro extremo del corredor, pasó junto a columnas esbeltas, recias, de aristas musgosas, sobre las que había imágenes de ángeles decapitados en cuyos regazos se esbozaban arpas descoloridas y cuervos de pesadilla, con gusanos y larvas en sus picos. No se escuchaba ruido alguno. Todo parecía esculpido tras el fino encantamiento de una superficie de cristal que acunara y preservara la delicadeza del silencio.

Julio Ángel Olivares Merino – La parada del oscuro. Capítulo 6

Estuvo tentada a retroceder con cada paso que hiló en dirección a aquella ventanilla de marco astillado, vestida de enredaderas descoloridas e invisibles besos de oscuridad. Un transparente, pero irreal bostezo de voces broncas y estremecedoras acompañó sus movimientos, como si las nubes, apretujadas en su lago de oscuridad en las alturas, estuviesen entonando una nana de sombras y pavor, anunciando la súbita aparición de algo horrible, tal y como ella temía.

Julio Ángel Olivares Merino – La parada del oscuro. Capítulo 4

- Apresúrese, señorita. Todo está dispuesto. No se quede ahí quieta. Se comprometió con nosotros, ¿recuerda?

Lo primero que vio fueron sus ojos saltones y amarillos, aquellos iris brillantes, acaramelados y los cabellos de su peluca frondosa de muñeca, pelo rojizo, del color de las zanahorias y brillante como las hebras acarameladas y plasticosas de un dulce de cabello de ángel. Aquella mirada parecía algo adormilada bajo el parpadeo nervioso, esclavizado por la ansiedad, y la sombra de sus pestañas rizadas.

Julio Ángel Olivares Merino – La parada del oscuro. Capítulo 3

Entornando sus ojos, quizás pensativa o tal vez incapaz de soportar el espanto que le producía encarar aquella oscuridad en la que le pareció oír risas ahogadas, Clía salió del compartimiento con el estuche en su regazo, no sin antes haber besado los chaquetones de sus padres. Se dispuso a cruzar el pasillo del vagón para alcanzar aquella puerta de recios cerrojos y pomo dorado que la llevaría al exterior.

Julio Ángel Olivares Merino – La parada del oscuro. Capítulo 2

Despertó tiritando, acurrucada entre los mullidos chaquetones de sus padres, buscando de inmediato, con aquel palpar nervioso y el desconsuelo de sus pupilas, la cálida mano de su madre. Sólo sintió el vacío más desesperado y el frío tacto de aquel banco de lona.

Julio Ángel Olivares Merino – La parada del oscuro. Capítulo 1

- Dejen de tocar y apaguen los faroles. Ya vienen – se escuchó decir a alguien en un lugar perdido, de pesadilla, mientras la pupila luminosa del tren se aproximaba lentamente desde la distancia.

- No puedo creerlo, es un tren, un tren de verdad – dijo otra de las siluetas que se habían reunido en la vieja estación de muros agrietados –. Espero que venga cargado como en otros tiempos.

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