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Las solteronas como estereotipo

«Cuando un estereotipo se encuentra ajeno o desviado de lo que la gente generalmente considera como normal, funciona como una forma de control social». De hecho, históricamente las solteronas siempre han sido relegadas por la sociedad. Hasta fines del siglo XIX, las mujeres no casadas no podían poseer propiedades y estaban sujetas al control financiero de la jerarquía familiar. Como se quedaban en casa, se esperaba que cuidaran a los parientes mayores que estaban enfermos, devotas en tiempo y energía a ellos. Y como no tenían vida propia, «como una solterona no tiene hijos propios, la sociedad espera que ella dé un paso y adopte un rol genérico de madre, ya que es su labor», su deber debía ser involucrarse y ser la madre social, ya que ella no tiene ni hijos, ni esposo propios para cuidar.

Las solteronas. Literatura y cine

La literatura y el cine se han encargado de llevar este estereotipo de la solterona a la cultura popular. En la literatura ahí están Doña Rosita la soltera de García Lorca y todas las hijas de Bernarda de Alba que anhelaban la sola presencia de un hombre desde la ventana, la pobrecita Marianela de Galdós o la heredera desventurada Catherine Sloper que tan bien narra Henry James en Washington Square, así como Lily Bart, que retrata su discípula Edith Wharton en The House of Myrth. O la más prototípica de todas, Eugénie Crandet, de Honoré de Balzac, quien se queda soltera víctima de la avaricia de su padre. O bien Tita, de Como agua para chocolate, de Laura Esquivel, cuyo destino, desde su nacimiento, era permanecer soltera y cuidar a su madre por ser la benjamina. Y las mismas escritoras Jane Austen, Emily y Charlotte Brönte, cuya escritura las salvó de la etiqueta de solteronas a la larga, pero quienes en el ámbito familiar no eran más que eso y hasta tuvieron que publicar con seudónimos.

Quedarse para vestir santos

Recordará, querido lector, aquella amenaza que se cernía implacable sobre cualquier mujer que se acercara peligrosamente a los 30 años sin haberse casado. Todos entendíamos que la frasecita era sinónimo de «solterona» o del aún más arcaico «cotorra» que todavía le alcancé a escuchar a algunas amigas de mi mamá pero, ¿Se ha preguntado alguna vez a qué se refiere exactamente «quedarse para vestir santos»?

Las solteronas

Me acuerdo perfectamente de ella, porque la vi muchas veces cuando yo era niña, en casa de mi abuela. Era una señora flaquita, de lentes, apocada, que hablaba lento y en voz baja y que se presentaba a sí misma con el nombre de Teresita Trujillo. Ella, como muchas otras amigas de mi abuela y algunas de mi mamá, era lo que el mundo que me rodeaba reconocía como una solterona, de hecho, era el estereotipo viviente.

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