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Mahoma. Las batallas silenciosas

La instalación del Islam en el centro del mundo árabe fue un hecho pacífico, pero de cualquier manera un acto de fuerza y la imposición de un cambio muy drástico, tanto para los habitantes de La Meca como para las tribus de la región, quienes sentían estos cambios como una lesión en la sólida estructura social que se fundamentaba en tradiciones ancestrales, por lo que eran reacios a aceptar la nueva religión, y sobre todo someterse a un poder central, que tendía a rebasar el caudillismo que era parte de su sistema de vida.

Detrás del velo. El velo como prenda estrella

Afortunadamente, el aperturismo también tiene voz femenina: "Una puede ser musulmana y apoyar la democracia", es el lema de la iraní Shirin Ebadi, defensora de los derechos humanos en su país y la primera musulmana en recibir el Nobel de la Paz. Fue una de las primeras jueces de Irán que se quedó sin trabajo cuando el imán Jomeini asumió el poder, porque las mujeres son "demasiado emocionales e irracionales" para desempeñar ese cargo. Eso sí, cualquiera que sea la ideología que defiendan siempre será con el aspecto más "decente", porque el islam fomenta, sobre todo, la decencia y alejar al creyente del vicio y la inmoralidad. Hombres y mujeres deben vestir con modestia, actitud que tiene que ver más con la sexualidad que con la fe. Ellos deben cubrirse desde el ombligo a las rodillas; ellas, todo. Entonces, ¿de qué hablamos? ¿De diversidad religiosa o de represión? Hay que recordar que el Corán recomienda, no impone, las restricciones en el vestir; pero el fundamentalismo las acepta como dogmáticas, siendo el velo su prenda estrella. Según el padre del fundamentalismo Ibn Taimiya el velo (hiyab) es expresión de pureza que pone a la mujer en su sitio, el anonimato, el lugar que tiene asignado en la sociedad islámica.

La comunidad de los creyentes

En el año 610, un mercader camellero anunció las revelaciones que había recibido del arcángel Gabriel. Mahoma encendía así la chispa de una carismática y controvertida religión que se extendió con rapidez y hoy casi un cuarto de la Humanidad profesa. 

Cuenta el erudito Al-Bujari (Tradiciones, III, 247) que, cuando murió en 632, el profeta Mahoma tenía empeñada su cota de malla a un judío como garantía de treinta medidas de cebada. Esta noticia es un buen indicio de la precariedad y el relativo poder de la nueva estructura política que el Enviado había conseguido establecer en Arabia mediante la persuasión de la fe, la confederación de tribus o la mera imposición violenta. A su fallecimiento, la frágil unidad estuvo a punto de quebrarse debido a la disidencia de algunos grupos tribales, que habían asumido la nueva creencia de modo muy superficial y oportunista y que, una vez desaparecida la cabeza de la alianza, consideraban roto el juramento de fidelidad. Estos intentos fueron pronto reprimidos por quienes, en las campañas venideras, se revelarían como excelentes generales: Jaled ibn Yazid, Amr ibn al-As y Abu Ubayd.

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