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Julio Ángel Olivares Merino – La parada del oscuro. Capítulo 6

Estuvo tentada a retroceder con cada paso que hiló en dirección a aquella ventanilla de marco astillado, vestida de enredaderas descoloridas e invisibles besos de oscuridad. Un transparente, pero irreal bostezo de voces broncas y estremecedoras acompañó sus movimientos, como si las nubes, apretujadas en su lago de oscuridad en las alturas, estuviesen entonando una nana de sombras y pavor, anunciando la súbita aparición de algo horrible, tal y como ella temía.

Julio Ángel Olivares Merino – La parada del oscuro. Capítulo 3

Entornando sus ojos, quizás pensativa o tal vez incapaz de soportar el espanto que le producía encarar aquella oscuridad en la que le pareció oír risas ahogadas, Clía salió del compartimiento con el estuche en su regazo, no sin antes haber besado los chaquetones de sus padres. Se dispuso a cruzar el pasillo del vagón para alcanzar aquella puerta de recios cerrojos y pomo dorado que la llevaría al exterior.

Julio Ángel Olivares Merino – La parada del oscuro. Capítulo 2

Despertó tiritando, acurrucada entre los mullidos chaquetones de sus padres, buscando de inmediato, con aquel palpar nervioso y el desconsuelo de sus pupilas, la cálida mano de su madre. Sólo sintió el vacío más desesperado y el frío tacto de aquel banco de lona.

Julio Ángel Olivares Merino – Un colmillo del arcoíris. Capítulo 3

Viernes, una noche antes de plenilunio.

Medianoche.

Lo que hallé escrito tras el lienzo del sótano cuenta precisamente, según creo, la leyenda de esa bruja del bosque. Inna de Mort, que así se llamaba – o llama – era en vida, a principios del siglo, una hermosa muchacha de familia noble y vida embelesada, pretendida por varios caballeros, sobre todo por poetas que veían en sus encantadores ojos una fuente de inspiración inagotable. Al parecer, según se refería en las líneas talladas en el envés del cuadro del sótano, Inna se adentró en el bosque un atardecer, siguiendo el vuelo de su hermoso jilguero que había escapado de su jaula de mimbre justo cuando ella se disponía a acariciarlo como cada noche antes de disponerse a dormir. Se cuenta en las líneas del lienzo que la muchacha jamás regresó de entre la arboleda aquella noche sin luna, que un demonio la acechó y arrancó su corazón para borrar con su sangre la vereda que atravesaba el bosque. Desde entonces vaga desesperadamente, sonámbula, entre los troncos desangelados, a la espera de trazar nuevamente ese camino de retorno. Al parecer, el jilguero aún canta perdido en el bosque y en algún rincón de la ciudad se oculta, polvorienta, la jaula de mimbre a la que ella desea devolverlo para descansar por fin en paz.

Julio Ángel Olivares Merino – Un colmillo del arcoíris. Capítulo 1

Miércoles, tres noches antes del plenilunio. 23:35.

Tengo tanto miedo… y no sé a quién contar todo. El horro seguirá a mi lado hasta que me arrope en su sudario de escalofríos. No sé si ya es demasiado tarde para librarme de la pesadilla.

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