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Las solteronas. Literatura y cine

La literatura y el cine se han encargado de llevar este estereotipo de la solterona a la cultura popular. En la literatura ahí están Doña Rosita la soltera de García Lorca y todas las hijas de Bernarda de Alba que anhelaban la sola presencia de un hombre desde la ventana, la pobrecita Marianela de Galdós o la heredera desventurada Catherine Sloper que tan bien narra Henry James en Washington Square, así como Lily Bart, que retrata su discípula Edith Wharton en The House of Myrth. O la más prototípica de todas, Eugénie Crandet, de Honoré de Balzac, quien se queda soltera víctima de la avaricia de su padre. O bien Tita, de Como agua para chocolate, de Laura Esquivel, cuyo destino, desde su nacimiento, era permanecer soltera y cuidar a su madre por ser la benjamina. Y las mismas escritoras Jane Austen, Emily y Charlotte Brönte, cuya escritura las salvó de la etiqueta de solteronas a la larga, pero quienes en el ámbito familiar no eran más que eso y hasta tuvieron que publicar con seudónimos.

Las solteronas

Me acuerdo perfectamente de ella, porque la vi muchas veces cuando yo era niña, en casa de mi abuela. Era una señora flaquita, de lentes, apocada, que hablaba lento y en voz baja y que se presentaba a sí misma con el nombre de Teresita Trujillo. Ella, como muchas otras amigas de mi abuela y algunas de mi mamá, era lo que el mundo que me rodeaba reconocía como una solterona, de hecho, era el estereotipo viviente.

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