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La monja filósofa. Crisis de un sermón

"Entre el año de 1642 y 1652 el jesuíta portugués Antonio de Vieyra había predicado en la Capilla Real de Lisboa, su Sermón del Mandato. En él hizo una rememoración del céle­bre "Mandato de Cristo a sus discípulos", que aparece en el Evangelio de San Juan (XIII, 34) y que inicia con las pala­bras: "Un nuevo mandamiento os doy..." Vieyra había he­cho una exégesis de ese pasaje analizando cuál había sido la mayor fineza de Cristo, es decir, cuál había sido su más alta prueba de amor por el género humano. Pero antes de exponer su propia teoría, Vieyra rebatió la tesis sobre la fineza más grande que habían sostenido San Agustín, San­to Tomás y San Juan Crisóstomo. Después de refutarlos afirmó que la fineza mayor había sido no desear para Él (Cristo) nuestro amor a cambio del suyo, sino que nos amá­semos los unos a los otros como una prueba del amor que nos tuvo. El padre Vieyra, por su elocuencia, había sido llamado el Cicerón lusitano y 'príncipe de los predicadores católicos de su tiempo'.

La joven ilustre. Los votos religiosos

Tras un año de prueba como novicia, el 24 de febrero de 1669, Juana de Asbaje y Ramírez de Santillana tomó los hábitos de manera definitiva. Desde ese día se convirtió en Sor Juana Inés de la Cruz. Si como mujer su precocidad y sus versos la habían hecho famosa, como monja alcanzaría la escritora la áspera y dolorosa cima de la gloria. Una cor­ta palabra, "sor", antepuesta a su nombre, cambiaría para siempre su vida.

La joven ilustre. El convento de San Jerónimo

La historia del Convento de San Jerónimo data de sesenta y cuatro años después de consumada la conquista españo­la, cuando en la ciudad virreinal había ya cuatro conventos para mujeres.

La joven ilustre. Los conventos de monjas

Durante los siglos XVI y XVII se construyeron en la nación mexicana los más fastuosos monasterios de monjas. Sus iglesias ostentaban altares con fabulosos retablos recarga­dos en oro; sus claustros fueron enriquecidos con las pin­turas de los más notables artistas de diversas épocas, y en las sacristías se guardaban la mejor producción de los orfe­bres de aquellos tiempos.

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