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La piedra embrujada

Moctezuma ordenó un día a Cihuacóatl (especie de ayudante) que llamase a todos los canteros y albañiles de los barrios de Teopan, Moyotlán, Atzacualco y Cuepopan, a quienes se mandó que fuesen a Acolco, en las inmediaciones de Ayotzingo y Chalco, a buscar una piedra de grandes dimensiones para labrarla con los signos que tenía la que estaba arriba del cú o templo de Huitzilopochtli y colocarla allí como tributo al dios de la guerra. Había de ser más alta dos codos, y más ancha una braza. Ocho o diez mil indios rodaron la gran piedra a la llanura, una vez desprendida del monte, y los canteros se pusieron a tallarla con sus instrumentos de pedernal, alimentándolos el pueblo de Chalco. Una vez esculpida, se empezó a trasladarla a Tenochtitlan, moviéndola con cuerdas y maromas y empujando y tirando todos los indígenas de Chalco, de Nauchteutli y de las chinampas, hasta hacer llegar el pesado monolito a Iztapalapan. Allí se resistió la piedra a seguir rodando. Vinieron en auxilio de los que traían otros indígenas de Chiapan, Xilotepec, Huatitlán y Mazahuacán, y entre un animoso griterío rodearon la enorme piedra y trataron de moverla, pero entonces, con gran espanto de todos, la piedra habló y dijo: Por más que hagáis…

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