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Mahoma. La última peregrinación

El poder de Mahoma aumentó grandemente a partir de aquel drástico decreto, pues dada la fuerza bélica del Islam y la licencia dada a sus seguidores para matar y saquear de manera privada, los jefes de las tribus y representantes de las comunidades se apresuraron a manifestar su adhesión incondicional a Mahoma, a su religión y a su gobierno. Mahoma estaba muy satisfecho con el rumbo que iban tomando las cosas cuando ocurrió una desgracia que lo llenó de tristeza, pues entonces murió Ibrahim, quien había sido su único hijo varón y que apenas tenía quince meses de edad. Al ver que el profeta lloraba delante del sepulcro de su hijo, uno de sus allegados, Abd al Rahmán le dijo:

Mahoma. Un viaje milagroso

El exilio en el desierto no fue muy largo, pues Zaid consiguió un refugio en la casa de uno de los fieles discípulos, llamado Mutim Ibn Aadi; ahí permaneció escondido el Profeta, esperando el momento oportuno para restablecer las relaciones con sus discípulos y reanudar sus prédicas; mientras tanto continuaba con sus meditaciones y la redacción del Corán; fue en esas circunstancias que tuvo una de sus más famosas revelaciones, episodio que es conocido como "el viaje a Jerusalén" o el "viaje al séptimo cielo". Dicen las escrituras que la noche en que se produjo esta revelación el silencio y la quietud eran tan densos que no se escuchaba movimiento alguno de personas o animales, y que las mismas aguas dejaron de murmurar y el viento corría entre las ramas sin provocar ruido; de pronto, una voz despertó a Mahoma: 

— ¡Despierta, deja de dormir!

Revelaciones agotadoras

Paradójicamente, Mahoma era analfabeto, de manera que cuando recibía una revelación la transmitía oralmente y sus oyentes se encargaban de repetirla y memorizarla hasta que alguien la fijaba por escrito. Sin embargo, el modo en que le llegaban los mensajes divinos variaba mucho de unos casos a otros. Podían ser visiones claras o frases casi incoherentes e inarticuladas, mensajes luminosos o palabras dolorosas y oscuras. Según explicaba el propio Mahoma: "La revelación más difícil es la que me llega como el tintineo de una campana, aunque la reverberación se reduce a partir del momento en que soy consciente de su mensaje". En alguna ocasión, la revelación incluía instrucciones sobre cómo debía transmitirla, pero con frecuencia se encontró con grandes dificultades a la hora de entender los mensajes que recibía y luchó agónicamente hasta descifrarlos. Cierta vez dijo, refiriéndose a este proceso: "Jamás recibí una revelación después de la que no sintiera que me habían arrancado el alma". 

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