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Mahoma. Kadidja, la compañera

El primer viaje que realizó entusiasmó tanto al joven Mahoma que a partir de ahí se convirtió en un activo comerciante y acompañó a sus tíos en varios viajes; cuando tenía dieciséis años marchó al Yemen con su tío Zubair, aunque en esta ocasión no era una mercancía común la que llevaban, sino armas para abastecer a la tribu de los kiraníes, quienes luchaban contra los Hawazin, siendo éste el primer contacto de Mahoma con la guerra, lo que también puede considerarse un antecedente formativo, pues el Islam no solamente se diseminó con la fe y el Corán, sino también con la espada, lo que no es parte de su concepción filosófica y religiosa, pero sí de las condiciones históricas en las que evolucionó.

¿Un mujeriego?

Se ignora el número exacto de esposas que tuvo Mahoma. Se le han llegado a calcular más de 20, lo que a ojos occidentales pareciera un libidinoso que aprovechó su prestigio para satisfacer sus apetitos. Contra esa precipitada idea se alza la realidad de que el Profeta fue monógamo durante los 25 años que vivió con su primera esposa, Jadiya, una mujer mucho mayor que él y la persona que más influyó en su vida. Un hombre de 45 años que, como Mahoma, vive con una mujer de 60 pudiendo tomar legalmente otras más jóvenes, no parece muy lujurioso.

El último profeta. La expansión

A medida que aumentaba el número de conversos, también crecía el de los opositores al sedicente Profeta, con lo que la situación social de la tribu se enrarecía. El mensaje igualitarista mahometano no sonaba bien a los oídos de aquellos que se habían enriquecido fabulosamente y que, como suele suceder, manejaban las palancas del poder. Otros temían o decían temer que aquel profeta estrafalario produjera un terremoto en las instituciones comerciales y religiosas que habían dado pie a la pujanza coraixí.

El último profeta. Revelación decisiva

Después de aquella experiencia mística, Mahoma tuvo algunas otras de las que nunca habló, y luego se interrumpieron de pronto. Esto lo sumió en un amargo desconcierto que duró dos años, hasta que le llegó la revelación que transcribe la sura de la mañana, número 93 del Corán. Esta vez se trataba de un mensaje claro, lleno de luz, en el que Dios lo conminaba a dar a conocer a sus hermanos las palabras que ponía en su boca. Aquél fue el impulso decisivo. A partir de entonces, la desconfianza de Mahoma desapareció por completo, y su espacio lo ocupó una sólida seguridad. Investido de ella, Muhammad ibn Abdallah se dispuso a obedecer a Dios presentándose ante los suyos como el Profeta.

El último profeta

La experiencia mística por la que paso el comerciante Muhammad ibn Abdallah en el año 610 de nuestra era, lo convirtió en un mensajero religioso cuyo legado unió y estructuró a un pueblo hasta entonces desmembrado en cientos de tribus dispersas. 

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