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Mahoma. La conquista de La Meca

Cuando sintió que había reunido la fuerza suficiente, Mahoma comenzó a dar forma a su gran proyecto: la toma de La Meca. Su primer movimiento fue la propuesta de un pacto de paz que acordó con Abu Sufián, jefe de los coraixíes y gobernador de La Meca. Este pacto fue conversado y acordado, pero Mahoma se cuidó de no redactarlo y firmarlo, de manera que sus términos eran ambiguos y dejaban un gran margen para la interpretación, pero le resultaba útil para desactivar por algún tiempo las medidas de defensa que podían tomar los coraixíes, en virtud de que no se sentirían amenazados. Esta estrategia le permitió comenzar a preparar, en secreto, la expedición de conquista, tratando de evitar, por el mayor tiempo posible, que los coraixíes se dieran cuenta de sus intenciones, lo que aparentemente dio resultado y Mahoma logró reunir diez mil hombres y ponerlos en movimiento antes de que los coraixíes sospecharan algo. Las primeras jornadas se realizaron por el terreno abrupto, evitando los caminos, para que su desplazamiento pasara inadvertido; se dice que el ejército llegó hasta el valle de Marr Azzharán, próximo a la ciudad sagrada sin ser advertido, aunque hasta ahí llegó gente que quería abrazar la fe del Islam y unirse a sus fuerzas, lo que indica que la noticia había corrido ya. Uno de los allegados fue Al Abbás, tío de Mahoma, quien finalmente había decidido apoyar a su sobrino, aunque es probable que sus intenciones fueran diplomáticas, porque una noche salió a explorar el terreno y se encontró con dos hombres que de inmediato fueron hechos prisioneros por los guardias de avanzada; se trataba nada menos que de Abu Sufián y de uno de sus generales; ambos fueron llevados ante la presencia de Umar, quien quedó sorprendido y satisfecho de haber capturado al líder de sus enemigos sin librar batalla alguna y blandió su cimitarra con intenciones de resolver la situación de manera expedita, pero Abbás se interpuso, aduciendo que esos eran sus prisioneros y quedaban bajo su protección hasta que el propio Mahoma emitiera su veredicto.

El Corán. Palabra de Dios. Misión cumplida

Pacificada Arabia, Abu Bakr y su sucesor, Umar, proyectaron el ardor guerrero y las ansias de botín de las tropas musulmanas hacia los confines de Bizancio y Persia, imperios exhaustos tras siglos de conflictos. En apenas una década, el territorio controlado por los musulmanes superaba los desiertos de Egipto y se alargaba hacia las estribaciones de la India. La amplitud de las conquistas y la natural desaparición de aquellos que conocieron al Profeta y convivieron con él comenzaban a amenazar su mensaje. La lejanía de las provincias causaba que, en muchas ocasiones, los gobernadores tuvieran dudas sobre la aplicación de la ley y optaran por el derecho consuetudinario de las poblaciones que regían. Además, los nuevos conversos abrazaban el islam desde sus creencias anteriores -principalmente el cristianismo— y amenazaban con contaminar una religión en la que hallaban múltiples similitudes. Abu Bakr intuyó la solución: había que fijar la revelación por escrito.

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