Una cruz precortesiana en la Costa del Pacífico

Antiguos historiadores dieron a conocer al mundo cristiano la existencia de una enorme cruz de madera en la costa del Pacífico —antiguamente llamado Mar del Sur—; a este simbólico madero los indios lo adoraban muchos años antes de que Hernán Cortés plantara la suya en la arena del Golfo y llamara al sitio la VeraCruz.

Esta cruz se encontraba en una región llamada Huatulco, que pertenece a lo que hoy es el estado de Oaxaca, y según parece el significado de la palabra Huatulco se había formado de quahtli, madero, y toloa, reverenda o reverenciar, con la terminación co, sitio o lugar en náhoa, de donde resulta: "Don­de se adora o reverencia al madero", que en este caso era una cruz de recio palo. La cruz estaba montada en una base de piedra cimentada en la arena de la playa desierta, en donde le rendían culto extraño los indígenas, dejando sorprendidos a los descubridores.

¿Quién erigió allí aquel signo de la Redención antes de que llegaran del Occidente los hombres blancos que lo trajeron por el Atlántico y lo dieron a conocer a los aztecas? Se dice que la llamada Cruz de Huatulco llevaba allí mil quinientos años, según la tradición de los indios que la veneraban, y que no sabían dar más explicaciones. Lo más que se llegó a suponer era que Quetzalcóatl cuando andaba predicando y enseñando había pasado por allí y se le había atribuido la personalidad del apóstol Santo Tomás. Sería él —pensaban los cronistas y lo aceptaban los na­tivos— el que dejara allí aquella cruz siglos antes de que los españoles llegaran al nuevo continente.

En Mitla, Oaxaca, existen crucecitas de relieve talladas en las tapas de los sepulcros, y galerías sepulcrales cruciformes, lo que ha sido un enigma para los arqueólogos.

Regresando a la misteriosa cruz de Huatulco, hay que comentar que si maravillosa parece su aparición, más extraordinarias son las leyendas de sus milagros, que los indios conocían y que los religiosos apuntaron cuidadosamente, exaltando y consagrando al madero tradicional como reliquia digna de ser honrada en un templo, como lo fue. Antes de esto hubo peregrinaciones de prelados y canónigos, así como de frailes franciscanos a aquel sitio de la costa del Pacífico, no obstante que dista unas se­senta leguas de la capital oaxaqueña. Cuando esto se hizo, fue porque insólitos acontecimientos hicieron más famosos los ya legendarios prodigios de la cruz de Huatulco.

En el siglo XVI, cuando tan pocas defensas había en las extensas costas de México, y cuando muchos malhechores des­embarcaban en ellas para cometer fechorías, recaló en Huatulco el pirata inglés Thomas Gandish, que había pasado el Estrecho de Magallanes y que abordó en 1587 la nao de la China que venía para Acapulco, apoderándose de ella cargada de ricas mercaderías de alto valor y huyendo con la "Santa Ana", nombre del galeón robado o apresado. La historia agrega que el pirata aprehendió al alcalde del pueblo de Huatulco, que se llamaba Juan Rodríguez, y que como los indios acudieron a la cruz de la playa en demanda de auxilio, el descreído Gandish mandó destruir el santo madero, arremetiendo a hachazos contra él los desalmados marineros que acompañaban al pirata. Pero las hachas se doblaron del filo contra la endurecida madera y no lograban cortarla, y lo mismo ocurrió con las sierras que los piratas trajeron de a bordo. Probaron después quemar la cruz, y la rodearon de leños empapados en pez y en brea, y le prendieron fuego, también fue inútil, porque ardió la pira de leños sin que se consumiera el crucero. Desesperado, el pirata ordenó que se atase la cruz a un barco con unos calabrotes para que al hincharse las velas con el viento fuese arrastrada la cruz al mar, pero tampoco aquello dio resultado: la cruz permaneció fija en su base.

Fuéronse los piratas renegando de su fracaso, mientras los indios habían presenciado aquello maravillados y atribuyéndolo a un verdadero milagro de la cruz famosa. Se supo después que aquel pirata Gandish y los suyos habían perecido trágica­mente en las costas del Brasil al estrellarse su nave en unos arrecifes.

El obispo de Oaxaca, fray Bartolomé de Ledesma, ordenó entonces que se abriera un expediente de investigación sobre todo lo ocurrido, y al sucederle en el obispado el doctor Juan de Cervantes, se esclarecieron y anotaron los milagros de la cruz, en 1609, acordándose trasladarla a una capilla de la Ca­tedral de Oaxaca, lo que se realizó con gran pompa en 1612, con anuencia de los indígenas de Huatulco. En esta vez, Ia cruz se dejó arrancar de donde estaba.

Poco después fue enviado a Roma, el dominico fray Andrés de Acevedo para que llevara al Papa, que era entonces Paulo V, un trozo de madera de la célebre cruz de Huatulco, que Su Santidad adoró de rodillas besándola repetidas veces.

También se trajo un pedazo de aquella cruz a la Catedral de Puebla, y otros, a la iglesia del convento de La Merced, en México, rindiéndose culto a esas astillas sagradas.

En la Catedral de Oaxaca se adora la cruz de Huatulco durante la Cuaresma, siendo colocada en el altar mayor. Y lo más notable de todo para la crónica es que, en la propia Oaxaca existe una pintura mural en San Juan de Dios, en donde aparece representada la escena que se produjo cuando los españoles descubrieron en la playa remota del Pacífico la cruz de esta leyenda indígena tan llena de accidentes, y que aún recuerdan los naturales que habitan la apartada región de aquellas costas de la Mar del Sur.


Fuente:
Ediciones Leyenda – México y sus leyendas. Compilación, p. 51 – 53.

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