El último profeta
Mahoma fue uno de los hombres más extraordinarios que ha conocido la Historia. Su tarea consistió en unificar a un pueblo roto en cien tribus recelosas y hostiles; pacificarlo, dotarlo de una nueva estructura socio jurídica y, sobre todo, de una nueva religión. Se comprende que semejante labor sólo pudo realizarla un hombre con características especiales, y ni siquiera a él le resultó fácil. Empleó en ello 23 años, pero a consecuencia de aquel impulso el pueblo árabe se convirtió en la mayor potencia del orbe, y la civilización islámica en su conjunto, en uno de los agentes principales de la Historia. El Corán se leyó desde Portugal a la cordillera de los Himalayas, y durante muchos siglos fueron los autores en lengua árabe quienes más contribuyeron al avance de la cultura universal en todos los ámbitos, desde las matemáticas y la astronomía hasta la química, la medicina o la música.
Al
describir su vida conviene tener en cuenta que la biografía de este árabe, que
floreció en el siglo VII de la era cristiana, ha sido y sigue siendo la más
minuciosamente estudiada, analizada, desmenuzada y discutida de cuantas figuras
históricas ha conocido el mundo. Cincuenta y cinco generaciones sucesivas de
eruditos musulmanes han producido millones de páginas en las que se ha revisado
una y otra vez de manera devota hasta el más pequeño detalle de lo que se sabe,
o se supone, acerca de su vida, sus hábitos y sus opiniones. En cuanto a su
obra literaria, el Corán, se trata de uno de los textos que, junto a la Biblia,
los Evangelios y el Tao Te Ching, han ejercido mayor influencia en la
espiritualidad humana. Y algo más importante aún: la sigue ejerciendo en un más
alto grado hoy.
Por Alberto Porlán en Muy Interesante Historia, ‘El Islam. Los misterios de una religión’, Ed. Televisa, p. 21.
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