Mahoma. Un mundo de tradiciones

En tiempos de Mahoma, los árabes habitaban en uno de los ecosistemas más hostiles de la tierra: el desierto. En un ámbito tan poco hospitalario para el hombre no podría esperarse la generación del ocio suficiente para la creación de una compleja cultura autónoma; las primeras manifestaciones culturales entre los árabes son de tipo práctico y elemental, incluyendo la filosofía y la religión, que representan formas de adaptación psicológica y social al medio ambiente, creándose mitos, leyendas y tradiciones que tienen un sentido animista y que no contienen elementos de pensamiento abstracto y tampoco una estructura literaria compleja. Las tradiciones árabes que ya contienen una elaboración cultural proceden de dos fuentes que en realidad son dos vertientes de una sola, pues se trata del judaísmo y del cristianismo; con el tiempo, el Islam se convirtió en una tercera vertiente de estos procesos culturales y religiosos, y ésta fue precisamente la gran tarea de Mahoma. Lo que se describe a continuación es un esbozo del conjunto de imágenes mitológicas que constituyen la raíz de la religiosidad árabe y que son las fuentes de las que abrevó Mahoma para elaborar un nuevo sistema de creencias que llegaría a convertirse en una de las religiones más importantes del mundo.

Con base en el judaísmo, las antiguas tradiciones árabes parten del Génesis en lo que se refiere a una cosmogonía general, y centran su atención en la creación del hombre y en los primeros progenitores, que fueron Adán y Eva, quienes al cometer el pecado de la desobediencia fueron arrojados del paraíso; pero fueron expulsados con tal fuerza que uno y otro cayeron en diferentes partes del mundo: Adán cayó en una montaña de la isla de Sarandib (Ceilán), y Eva fue a parar al territorio árabe, en el desierto, cerca del puerto de Yedda, a orillas del Mar Rojo. Fue una gran pena para ellos el sentirse separados, además de que no había otros hombres sobre la faz de la tierra, por lo que estuvieron buscándose por más de doscientos años, hasta que Dios, conmovido por su amorosa búsqueda, permitió que por fin se encontraran en el monte Arafat, cerca de la ciudad de La Meca. Lleno de agradecimiento por la misericordia de Dios, Adán levantó la mirada y las manos al cielo y suplicó a Dios que le permitiera por lo menos recuperar el templo que tenía en el paraíso, recordando que era un adoratorio, al derredor del cual deambulaban los ángeles llenos de contento, adorando en la figura del hombre la creación divina. 

Dios, misericordioso, escuchó la súplica de Adán, e hizo que sus ángeles bajaran desde el cielo un tabernáculo que estaba formado por el material de las nubes; este templo fue colocado en la tierra, pero en línea recta con respecto a su prototipo que seguía existiendo en el paraíso celestial; a partir de entonces, Adán diariamente se volvía hacia el templo para orar y daba siete vueltas a su alrededor, recordando lo que hacían los ángeles. 

Cuando Adán murió, el tabernáculo de nubes se diluyó y se reintegró a las nubes del cielo; pero uno de los hijos de Adán, Set, construyó una réplica en el mismo lugar, pero ahora fabricado con piedra y barro. Este segundo templo también desapareció, pues fue arrasado por el diluvio. Mucho tiempo después, ya en la época de los patriarcas, cuando Agar y su hijo Ismael estaban a punto de perecer de sed en el desierto, se apareció un ángel delante de ellos y les mostró el camino hacia un manantial que se encontraba precisamente en el lugar donde había estado el tabernáculo que se perdió en el diluvio. Este pozo fue llamado Zem-Zem y desde entonces se le consideró un lugar sagrado. Ismael, quien entonces era un niño, y su familia, se quedaron a vivir ahí, encargándose de cuidar el pozo. Un tiempo después, dos personajes que pertenecían a una raza de gigantes llamada de los amalecitas, quienes andaban buscando un camello extraviado, se encontraron con el pozo y quedaron maravillados por su existencia en aquellas latitudes del desierto y también por la claridad de sus aguas, por lo que decidieron establecerse ahí, fundando una población que se convertiría en la ciudad de La Meca. Aquellos gigantes tomaron bajo su protección a Ismael y su familia; pero después de un tiempo fueron expulsados de ahí por una tribu de habitantes indígenas de la región que se posesionaron del lugar; Ismael se quedó con ellos, y cuando se hizo hombre se casó con la hija del jefe de aquella tribu, con quien tuvo una descendencia numerosa; fueron ellos, los hijos de Ismael, los ancestros del pueblo árabe. Un día, Ismael escuchó la palabra de Dios, que le ordenaba construir un nuevo templo, en el lugar donde se encontraba el original, por lo que se dio a la obra, auxiliado por su padre Abraham. En el lugar había una piedra milagrosa, que servía de apoyo o andamio para la construcción de los muros del templo; esa piedra se conserva como reliquia en La Meca, y se puede ver en ella una marca, que se dice que es la huella del pie del patriarca Ismael. 

Durante los trabajos de construcción del templo ocurrió un hecho que se considera milagroso, pues justo en el terreno cayó del cielo una gran piedra negra que ahora es parte del templo y que representa la bendición de Dios. 

Esta mitología parece muy simple, pero antes de Mahoma era lo que daba coherencia y sentido de identidad a los pueblos árabes diseminados por el desierto, muchos de ellos nómadas, por lo que el acercarse a la ciudad de La Meca, para visitar el pozo de Zem-Zem y el templo de la Kaaba se convirtió en un importante ritual de congregación para mucha gente de la misma raza e idioma, que había permanecido fragmentada en clanes o tribus, aislados por la inhóspita geografía. 

El peregrinaje hacia La Meca se convirtió en el principal factor de unificación de la etnia árabe, pero llegó a ser algo más que un hecho físico, fue también un elemento psicológico de cohesión, pues poco a poco se estableció entre ellos el ritual de adorar a Dios tres veces al día, volviéndose hacia los lugares sagrados, La Meca y la Kaaba, dondequiera que se encontraran, lo que se convirtió en una diaria peregrinación simbólica que los conectaba con sus raíces mitológicas y reforzaba su sentimiento de pertenencia a una cultura apenas naciente, pero ya lo suficientemente sólida como para crear sobre ella una sociedad civilizada, y esa fue la gran tarea de Mahoma. 

En la tradición islámica se conoce como "los tiempos de la ignorancia" a esas primeras épocas de la creación de la nacionalidad árabe; sin embargo en estas primeras formaciones culturales se encuentran ya las raíces de lo que más tarde sería la compleja cultura islámica, que en realidad no cambia esas tradiciones, sino que las sublima y las convierte en un intrincado sistema de creencias que llegaría a ser la base filosófica y psicológica de un formidable imperio. 

Mahoma nació y creció en el centro mismo de la identidad cultural y religiosa árabe, pues su familia era guardiana del templo; sin embargo él vivió los primeros años de su vida entre los beduinos del desierto, y al parecer en la casa de sus ancestros no recibió una educación formal, al grado de que no se le enseñó a leer y escribir, lo que no concuerda con la leyenda de su glorioso nacimiento, pues por lo visto nadie lo consideraba un predestinado, lo que sin duda fue una ventaja para un niño extraordinariamente inteligente, pues al no recibir una cultura preelaborada, él pudo tomar los elementos de la realidad para construir una cultura propia, que llegaría a imponerse sobre aquella que no le fue imbuida por medio de las rígidas formas escolares. 



Fuente:
Los Grandes – Mahoma, Editorial Tomo, p. 17 – 21.

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