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Historia del pescador y del efrit

 Shahrazada dijo: 

“He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que había un pescador, hombre de edad avanzada, casado, con tres hijos y muy pobre. 

Tenía por costumbre echar las redes sólo cuatro veces al día y nada más. Un día entre los días, a las doce de la mañana, fue a orillas del mar, dejó en el suelo la cesta, echó la red, y estuvo esperando hasta que llegara al fondo. Entonces juntó las cuerdas y notó que la red pesaba mucho y no podía con ella. Llevó el cabo a tierra y lo ató a un poste. Después se desnudó y entró en el mar, maniobrando en torno de la red, y no paró hasta que la hubo sacado. Vistióse entonces muy alegre y acercándose a la red, encontró un borrico muerto. Al verlo, exclamó desconsolado: “¡Todo el poder y la fuerza están en Alah, el Altísimo y el Omnipotente!” Luego dijo: “En verdad que este donativo de Alah es asombroso.” Y recitó los siguientes versos:

Mahoma. Un mundo de tradiciones

En tiempos de Mahoma, los árabes habitaban en uno de los ecosistemas más hostiles de la tierra: el desierto. En un ámbito tan poco hospitalario para el hombre no podría esperarse la generación del ocio suficiente para la creación de una compleja cultura autónoma; las primeras manifestaciones culturales entre los árabes son de tipo práctico y elemental, incluyendo la filosofía y la religión, que representan formas de adaptación psicológica y social al medio ambiente, creándose mitos, leyendas y tradiciones que tienen un sentido animista y que no contienen elementos de pensamiento abstracto y tampoco una estructura literaria compleja. Las tradiciones árabes que ya contienen una elaboración cultural proceden de dos fuentes que en realidad son dos vertientes de una sola, pues se trata del judaísmo y del cristianismo; con el tiempo, el Islam se convirtió en una tercera vertiente de estos procesos culturales y religiosos, y ésta fue precisamente la gran tarea de Mahoma. Lo que se describe a continuación es un esbozo del conjunto de imágenes mitológicas que constituyen la raíz de la religiosidad árabe y que son las fuentes de las que abrevó Mahoma para elaborar un nuevo sistema de creencias que llegaría a convertirse en una de las religiones más importantes del mundo.

Yihad y guerra santa

Según la tradición coránica, dos son los tipos de yihad: la “gran yihad” y la “pequeña yihad”. La primera incita a la lucha interna en un contexto de crecimiento espiritual; sólo la segunda sanciona el ejercicio de la guerra como vehículo de inmersión en el islam. Con toda seguridad, la puesta por escrito del Corán es posterior a la muerte del Profeta y recoge múltiples contradicciones resultantes de la recopilación de revelaciones surgidas en momentos históricos diferentes. Así, a lo largo del Corán encontramos suras que se oponen abiertamente a la guerra, otras consienten la guerra defensiva y otras más abogan por un modelo agresivo de expansión del islam. 

El Corán. Palabra de Dios. Misión cumplida

Pacificada Arabia, Abu Bakr y su sucesor, Umar, proyectaron el ardor guerrero y las ansias de botín de las tropas musulmanas hacia los confines de Bizancio y Persia, imperios exhaustos tras siglos de conflictos. En apenas una década, el territorio controlado por los musulmanes superaba los desiertos de Egipto y se alargaba hacia las estribaciones de la India. La amplitud de las conquistas y la natural desaparición de aquellos que conocieron al Profeta y convivieron con él comenzaban a amenazar su mensaje. La lejanía de las provincias causaba que, en muchas ocasiones, los gobernadores tuvieran dudas sobre la aplicación de la ley y optaran por el derecho consuetudinario de las poblaciones que regían. Además, los nuevos conversos abrazaban el islam desde sus creencias anteriores -principalmente el cristianismo— y amenazaban con contaminar una religión en la que hallaban múltiples similitudes. Abu Bakr intuyó la solución: había que fijar la revelación por escrito.

La comunidad de los creyentes

En el año 610, un mercader camellero anunció las revelaciones que había recibido del arcángel Gabriel. Mahoma encendía así la chispa de una carismática y controvertida religión que se extendió con rapidez y hoy casi un cuarto de la Humanidad profesa. 

Cuenta el erudito Al-Bujari (Tradiciones, III, 247) que, cuando murió en 632, el profeta Mahoma tenía empeñada su cota de malla a un judío como garantía de treinta medidas de cebada. Esta noticia es un buen indicio de la precariedad y el relativo poder de la nueva estructura política que el Enviado había conseguido establecer en Arabia mediante la persuasión de la fe, la confederación de tribus o la mera imposición violenta. A su fallecimiento, la frágil unidad estuvo a punto de quebrarse debido a la disidencia de algunos grupos tribales, que habían asumido la nueva creencia de modo muy superficial y oportunista y que, una vez desaparecida la cabeza de la alianza, consideraban roto el juramento de fidelidad. Estos intentos fueron pronto reprimidos por quienes, en las campañas venideras, se revelarían como excelentes generales: Jaled ibn Yazid, Amr ibn al-As y Abu Ubayd.

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