Italia 1934. El silencio de las sirenas

Antes del primer encuentro eliminatorio ante Cuba existían temores y dudas en el medio futbolístico nacional. Cabe mencionar que México no era el favorito en la serie, pues los caribeños habían conquistado la Medalla de Oro en los Juegos Centroamericanos de 1930. De la misma manera, se rumoraba que contaban con extranjeros naturalizados en sus filas. 

Sin embargo, en la cancha los mexicanos les dieron una tremenda lección a los isleños en los tres partidos disputados, todos extrañamente en México lo que arrojó elogios para el técnico, Garza Gutiérrez.

La relación entre ambas naciones era tal que parecía que a los visitantes no les molestaba en absoluto perder tres Juegos en fila. De hecho, la Federación Mexicana ya les había organizado una cena de despedida. 

Sin embargo, al final del tercer cotejo llegó un telegrama desde La Habana, mismo que ordenaba el retorno inmediato de su selección. El festejo tuvo que adelantarse y en los diarios se invitaba a la afición a que asistiera a la terminal de ferrocarriles de Lindavista para despedir a los 'amables rivales, Todo estaba listo, pero los cubanos no se fueron. 

La razón de su negativa fue que su federación solo quería pagarles el 15 por ciento de las taquillas y no el 25 como les había prometido. El problema tardó sólo un par de días en resolverse, cuando un alto directivo del futbol isleño llegó desde Cuba para convencer a sus jugadores. Una vez con todo en orden, a los caribeños se les ofreció otro banquete de despedida, pero ahora en Veracruz. 

México ya cantaba su pase al Mundial. pero no contaba con el capricho de los estadounidenses, quienes inscribieron a su equipo extemporáneamente y forzaron a la FIFA a un duelo eliminatorio que tendría lugar dos meses después en Roma. 

En la llamada esquina de la información, Bucareli y Reforma, se dio a conocer que mediante el llamado hilo directo, la conexión de Excélsior con agencias internacionales, se daría a conocer el resultado del juego con sólo unos segundos de diferencia. El ganador se quedaría a participar en el Mundial. 

Las radiodifusoras asociadas con el diario que tendrían la primicia de las acciones eran la XEB y la XEYZ, mismas que estarían por delante de las demás y darían la información con un retraso de cinco minutos. 

La idea era promovida por esta sociedad que al terminar el juego, mismo que daban por un hecho que ganaría México, sonarían las sirenas de la Central de Bomberos y los silbatos de las locomotoras que en ese momento estuvieran en la terminal ferroviaria de Lindavista. 

La cita para escuchar el duelo era a las ocho de la mañana, tres de la tarde en Europa; sin embargo, la gente debió madrugar una hora más, ya que ‘el Duce’, Benito Mussolini, deseaba presenciar el encuentro, pero como su agenda estaba muy saturada para ese día, el cotejo debía ser más temprano. 

Un detalle significativo fue el saludo nazi que la Selección Mexicana ofreció al 'El Duce, según quedó documentado en forma impresa. 

Asimismo, cuando el Tricolor salió al terreno, sorprendió ver al portero suplente, Navarro, en lugar del titular Riestra. Al inicio del segundo tiempo, cuando México estaba abajo por 2-1, el árbitro exageró al expulsar a Azpiri por una supuesta zancadilla a Florie. A partir de ese momento, y con 10 hombres, el cuadro mexicano se derrumbó. Donelli, el delantero estadounidense, sumó cuatro goles al final de juego. Navarro nada pudo hacer. 

Misteriosamente, cuando se le cuestionó a Garza Gutiérrez sobre la ausencia de Riestra, se limitó a declarar que había sufrido un ataque de dolor en los riñones, especificando que él no era el indicado para hablar, que se le preguntara a Antonio Correa, el jefe de la delegación. Este, más hosco aún, sólo dijo que se resintió de una vieja dolencia. Ninguno quiso ahondar en el asunto. 

Sólo un periódico italiano, Il Messaggiero, predijo que ganaría Estados Unidos, el resto apostaba por México. 

Mucho se rumoró que Mussolini deseaba a los estadounidenses como los primeros rivales de Italia en el Mundial. Aun así, el nombre del profético diario era más que sugerente. La verdad nunca se supo, pero lo cierto fue que aquella mañana del 24 de Mayo de 1934 la Ciudad de México sólo anheló el rugido de unas sirenas que se mantuvieron en silencio. 


Fuente: 
Récord Mundial, Alemania 2006 ¡Piensa en Grande!, Ed. Notmusa, p. 24.

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