Pasiones hindúes






Dioses candentes.
Sanjna, harta de las quemaduras, la insolación y el calor infernal que le producía su esposo Surya, el Dios Sol, se puso sus lentes oscuros y huyó lejos. En la frescura de un bosque no muy lejano, se quitó las gafas y cambió su forma a la de una yegua para evitar que el marido la encontrara. Pero él se puso a buscarla con desesperación y, para evitar cualquier desprecio, se transformó en un caballo percherón y la hizo relinchar durante muchas noches. Se sabe que tuvieron varios hijos después de aquel encuentro y que ella por fin volvió a su lado, aunque siguió quejándose del esposo acalorado.


Máquina de procreación.
Daksha, hijo de Brahma y progenitor de toda la humanidad, dejó toda labor para dedicarse únicamente a fertilizar a una sola mujer, Virini. Tuvieron varias tandas de hijos que fueron de mil en mil en cada parto. Daksha decía: “Mi padre me encomendó la tarea de procrear machos, y así lo he hecho. Mi cama es más un despacho que un lugar para el descanso. He dejado de lado el placer, porque sólo me haría perder el tiempo”.

El dios del autoservicio.
Supimos que Prajapati – después de separar el cielo de la tierra, crear el día y la noche, la luna y las estrellas, las estaciones y todo cuanto hay en el mundo –, aprovechando que tenía ambos sexos se “autoconcibió” para después dar luz a dioses y demonios, como sería lo normal en una concepción de esa naturaleza. No contento con eso, se ha dedicado a cuidar los órganos sexuales existentes y por existir, y es quien observa a todas las parejas de recién casados que lo llaman a la cama para que atestigüe la consumación amorosa.

Además, cambió su identidad – más no su domicilio que está en cualquier lado – a “Brahma” para evitar preguntas incómodas.

Se les chispoteó.
La hermosa ninfa acuática – apsara en sánscrito – Urvasi, que todos conocen por su don para controlar el corazón y los deseos masculinos, contoneaba sus formas en uno de los callejones de mala muerte de la India delante del dios Sol, Surya, y del vigilante de los cielos, Varuna. Ambos se enamoraron locamente de la apsara; deseosos como estaban y sin poder resistir más, decidieron satisfacer sus instintos por propia mano. El asunto se puso muy tenso ya que el semen de los dos fue a dar a un tarro de mantequilla de donde nació Agastia, hijo de los tres.   



Fuente: Revista Algarabía Extra “Sexoescándalos de los famosos”.

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