Julio Ángel Olivares Merino – La parada del oscuro. Capítulo 2

Despertó tiritando, acurrucada entre los mullidos chaquetones de sus padres, buscando de inmediato, con aquel palpar nervioso y el desconsuelo de sus pupilas, la cálida mano de su madre. Sólo sintió el vacío más desesperado y el frío tacto de aquel banco de lona.

- ¿Es de día? Pregunto Clía al silencio, sin saber todavía donde se encontraba. Sintió que su voz reverberaba profusamente dejando en el ambiente la estela de un eco extraño e intranquilo. Mientras tragaba saliva para liberarse de la desagradable sensación de su boca reseca, parpadeó incansablemente, pero la oscuridad siguió tejida a su mirada.

- Mamá – susurró, justo cuando los primeros halos de luna penetraban por la amplia ventana del vagón. Descorrió aquellas cortinas ásperas y al asomarse al exterior, sintiendo el extremo frío del ambiente, advirtió que la luna se cubría de harapos de tiniebla, se ocultaba a su mirada.

Oyó unos pasos torpes en la distancia, en el interior del tren, hilados a lo largo del corredor que atravesaba la cadena de vagones. Después, el hosco bramido de la bocina. Se encontraba a solas en el compartimiento, aunque podía ver el estuche aterciopelado de su violín, las maletas de sus padres, sus chaquetones y el bolso de viaje de un hombre que los había acompañado con su conversación durante el trayecto.

- ¿Puede escucharme alguien? – gritó Clía a solas.

Los recuerdos se acumularon de inmediato en su memoria. Habían salido por la mañana de Angelía, su pequeña ciudad, y se dirigían a un lugar llamado Talgasá para acudir a un concurso de violín y obtener así la beca para cursar sus estudios de música.

Volvió a descorrer las cortinas, esperanzada en ver un paisaje diferente a aquel lienzo gris de la estación. Miró al exterior con aquel deseo contenido, parpadeando inquietamente. Poco después, sin embargo, la invadió el desasosiego mientras volvía a contemplar la estampa de aquel andén solitario y desolado. Le pareció ver unas extrañas lianas de niebla extendidas en el vacío, como hilos de lana oscuros que se hubieran deshilachado de una rebeca. Le recordaron a las líneas de un pentagrama.

Parpadeo desconsolada, con un vago soplo de decepción en su interior.

Talgasá…

Había soñado con una ciudad multicolor, con viejos carteles de publicidad desterrados entre la sucesión de tiendas de escaparates lujosos, con enredos de pasos en la calzada al cruzar una calle a toda prisa, con edificios muy altos, autobuses veloces, multitud en las calles, hombres con sombrero de copa, señoritas de paraguas floridos, el estruendo de una gran capital, los periódicos deshojados sobre las aceras y los limpiabotas, también con un hotel de banderas desplegadas, en un día de sol radiante, de hermosa claridad y botones vestidos de chaqueta, rojo intenso, que le dieran la bienvenida con palabras gentiles y caballerosas, para la ocasión:

- El concurso es hoy, señorita. Está usted preciosa y tiene unas manos hermosísimas. Seguro que tocará usted como los ángeles. Apreciamos tanto que se haya dignado a venir a nuestro certamen de música, que aceptase la invitación. Ha llegado usted puntual… –  había imaginado decir a aquel botones.

Pero aquello era diferente a como lo había concebido, tanto que comenzó a sentirse perdida. Sus ojos se fueron llenando de lágrimas mientras se contagiaba de la tristeza de aquellos bancos de astillas punzantes, las paredes descascarilladas de la estación, con grietas relampagueadas, el reloj sin vida, el nombre del lugar borrado, la madera corroída de las puertas y ventanas.

Dejó de sujetar las cortinas, que volvieron a desplegarse sobre la ventana del compartimiento para dejar al otro lado aquella visión de espanto.

- Esto no puede estar ocurriendo. Es estúpido e irreal. Todo pasará en un instantes – pensó enojada y recelosa, con un resuello irreprimible.

Aquel silencio, que ya había invadido su interior transparentando las cortinas del sosiego y la paciencia le trajo malos presagios. Clía sintió una aguda punzada de miedo en su estómago y advirtió con sofoco que tenía la boca seca.

- Está todo tan oscuro, como si estuviésemos atravesando un túnel – lamentó entre susurros.

Se abrazó al estuche de su violín y volvió a llamar al sigilo.

- ¡Estoy aquí! – exclamó con voz tiritante –. Ya hemos llegado, salgamos todos – quiso atraer de nuevo la atención de los pasajeros del tren, pero todo esfuerzo, tal y como esperaba, fue en vano.

¿Dónde estaban sus padres? ¿Dónde estaba el anciano que había viajado con ellos en el vagón hablándoles de su nieta y el jardín de piruletas que tenía pensado plantar para ella? ¿Dónde estaba el resto de pasajeros, el cobrador de billetes, el maquinista? ¿Dónde estaba el jefe de estación?

Insistió en su llamada varias veces.

Un horrible y espeso silencio liberado la rodeó expectante. Nadie le respondió, aunque las sombras que palpitaban entre las ruinosas formas de la estación ya se habían fijado en sus ojos, en sus labios y en el estuche del violín, jadeando con un oscuro y desenfrenado deseo de poseerlo todo.   

Fuente: Julio Ángel Olivares Merino – Terror, Editores Mexicanos Unidos, p. 37 – 39.

El 1° capítulo de este libro lo encuentras disponible en este link:

https://divinortv.blogspot.com/2020/10/julio-angel-olivares-merino-la-parada.html

El 3° capítulo está disponible para su lectura en el siguiente enlace:

https://divinortv.blogspot.com/2020/10/julio-angel-olivares-merino-la-parada_22.html

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