Alá es el único Dios… y Mahoma su profeta

Además de los beneficios que le daba el ser esposo de una de las mujeres más ricas de la ciudad, las dotes intelectuales y morales de Mahoma le fueron dando un gran prestigio en la ciudad, por lo que se le comenzó a llamar Al Amin, lo que significa, "el fiel", en el sentido de la fidelidad árabe, que se entiende como aquel que es dueño de nobles valores y no es capaz de traicionarlos. Así que poco a poco se convirtió en un rector de lo justo para sus conciudadanos, como se cuenta en la siguiente anécdota:

Un incendio había dañado la Kaaba, y por las necesidades de la obra se debía retirar la piedra sagrada que se encontraba adosada al muro, así que se produjo una áspera discusión entre los jefes de las tribus que habitaban en la ciudad, respecto de a quienes se debía asignar el honor de realizar aquella delicada operación. Como no podían ponerse de acuerdo tomaron el acuerdo de que la decisión fuese tomada por la primera persona que entrara por la puerta de al Háram; por supuesto esa persona fue Mahoma, y habiendo escuchado los argumentos de unos y otros, ordenó que se pusiera un gran manto en el suelo y se colocara la piedra encima, después pidió que cada representante de las diferentes tribus tomara la manta por el borde y entre todos alzaran la piedra, de esta manera el honor correspondió a todos en la misma medida. 

De su matrimonio con Kadidja, Mahoma tuvo cuatro hijas y un hijo, a quien se puso por nombre Quasim, por lo que en algunos escritos Mahoma es llamado Abu Quasim, lo que significa "padre de Quasim", lo que es propio de la cultura árabe; desgraciadamente, el niño murió a edad muy temprana. 

Después de varios años de matrimonio, Mahoma seguía dedicado al comercio, haciendo viajes con las caravanas y visitando las ferias donde, además de realizar sus negocios, se deleitaba con los concursos poéticos y conversaba con personajes de diferentes etnias y lugares, lo que ahora podía aprovechar con mayor holgura, pues gracias a la fortuna de su mujer, él ya no tenía necesidad de esforzarse demasiado en el trabajo y disponía de tiempo libre para dedicarlo a sus viajes culturales o para la meditación en soledad. Por aquellos tiempos entró en relación con un personaje que sería importante para la evolución de la vocación religiosa que había crecido grandemente en él; este personaje se llamó Waraka, y era primo de su esposa, pero era un hombre de inclinaciones místicas y un buscador de espiritualidad, por lo que en épocas pasadas se había convertido al judaísmo, más tarde al cristianismo y finalmente se había interesado en la astrología. Además de su influencia en el desarrollo de la visión religiosa de Mahoma, Waraka llegó a ser uno de los pilares intelectuales del Islam y realizó la primera traducción del Antiguo y del Nuevo Testamento a la lengua árabe, propiciando la formación de lo que llegó a ser la norma culta de la lengua. Se dice que Mahoma recibió de Waraka una buena parte de la interpretación del Talmud y de la Mishná que constituyen uno de los núcleos filosóficos del Corán. 

Por aquellos tiempos, y tal vez por influencia de Waraka, Mahoma comenzó a mirar con recelo e incluso a cuestionar abiertamente la idolatría que se practicaba en la Kaaba, pues en este templo se exhibía una abigarrada colección de imágenes de dioses y héroes que provenían de todas las regiones de Arabia e incluso de territorios y religiones distintas, como era el caso de uno de los principales dioses que se adoraban en la Kaaba, y que era Hubal, un dios sirio que representaba a la lluvia, además de las imágenes de patriarcas judíos, como Abraham e Ismael, convertidos ahí en dioses o figuras mágicas, por lo que ese conjunto de dioses se fueron convirtiendo para él en una especie de subcultura religiosa que contrastaba sensiblemente con su apreciación de las religiones más evolucionadas, que eran las que tenían "libro", como todavía se dice en la tradición musulmana, lo que significa que son sistemas de pensamiento que han rebasado el primitivismo del animismo y la idolatría; tal vez en aquellos momentos de gran reflexión ya estaba presente en la mente de Mahoma lo que sería su magna obra: el Corán, que daría a su pueblo la categoría de una cultura "de libro" como eran el judaísmo y el cristianismo.

En este proceso de profunda meditación, Mahoma llegó a la convicción de que la única verdad religiosa tenía que ser aquella que había sido revelada a Adán en el momento de su creación y que estuvo en él hasta su caída, pues esa religiosidad no era propiamente el producto del pensamiento humano, sino la esencia misma de Dios, transfundida al hombre, por lo que no podría encontrase la verdad sino en la intimidad del propio ser, donde se restablecía la comunicación con la esencia de la divinidad, que no podía ser plural, sino unitario, así que la adoración de múltiples dioses era un hecho aberrante, pues impedía la verdadera comunicación con esa esencia divina que se encuentra en cada hombre, pero que se tergiversa y se corrompe por el pecado de la idolatría, es por eso que en ciertas épocas aparecen enviados de Dios que promueven entre los hombres la recuperación de esa pureza espiritual que permite la comunicación consigo mismo, lo que significa el contacto con la esencia divina. Mahoma consideraba como profetas de esta índole a Noé, Abraham, Moisés y Jesucristo; ellos habían traído la verdad al mundo, pero sus seguidores habían vuelto a falsear esa verdad y a corromperla con sus erróneas interpretaciones y la vuelta a la idolatría.

Así que Mahoma concibió en la intimidad de su ser la necesidad de volver a la verdad original, de combatir la idolatría y restablecer la comunicación con Dios. La fijación de esa íntima vocación produjo una transformación en la personalidad de Mahoma, pues no pudo menos que concebirse como el futuro reformador y eso lo alejó de las motivaciones mundanas y de la gente misma, por lo que cada vez con mayor frecuencia se retiraba a meditar en soledad a una cueva que se había convertido en su ermita y que se encontraba en el monte Hira, cercano a La Meca, donde se pasaba días y noches en ayuno y dedicado a la meditación. Se dice que especialmente en el mes de Ramadán, que era un mes sagrado para los árabes, se pasaba la mayor parte del tiempo en su refugio y practicaba un ayuno sistemático, lo que pasó al Islam como una importante tradición. Poseído por una fuerte tensión espiritual, y probablemente también por los ayunos y el estado contemplativo de su mente, cada vez se hicieron más frecuentes los raptos místicos en los que tenía visiones sobrenaturales; se dice que a veces perdía súbitamente el sentido y caía al suelo en medio de convulsiones, por lo que se ha llegado a pensar que sufría de ataques epilépticos, lo que no modificaría la evaluación de su personalidad como genial o trascendente, independientemente de los atributos metafísicos que se le aplican en el Islam; además de que es de considerarse que muchos personajes importantes en la historia de la humanidad han padecido esta enfermedad, que se ha dado en llamar el "mal sagrado", pues parece que esas descargas anormales de energía en el cerebro abren conductos normalmente cerrados y permiten la entrada en la conciencia de materiales normalmente reprimidos. La propia Kadidja, su mujer, se preocupaba por estos raptos de inconsciencia y pretendía que Mahoma se sometiera a la auscultación de los médicos primitivos de la época, que bien pudieran considerarse adivinos o "chamanes", pero él no hacía caso de aquellas sugerencias y continuaba sumido en sus meditaciones. Para los escritores musulmanes, aquellos raptos convulsivos, que se presentaban con independencia de los estados de contemplación, no eran más que el efecto de una sobrecarga mental que se producía por efecto de súbitas revelaciones de una importancia tal que Mahoma no podía procesar con los elementos intelectuales y emocionales que tenía antes de alcanzar la madurez mística, interpretación que resulta interesante, pues coloca a Mahoma en condiciones de simple mortal, a pesar de haber sido elegido por Dios, como vehículo para el restablecimiento de la comunicación con los hombres.

Antes que Mahoma habían existido muchos místicos en los que se daban también esos arrobos espirituales; pero él alcanzaría la trascendencia al tener una experiencia más allá de la medida humana, pues una noche tuvo una revelación clara y sobrenatural que, para la tradición musulmana, lo convirtió en un verdadero profeta, en el representante de Dios.

Mahoma tenía cuarenta años cuando se le marcó su camino definitivo. En aquellos tiempos él pasaba todo el mes del Ramadán recluido en su cueva del monte Hira, dedicado al ayuno y a la meditación contemplativa; pero una noche, que se registra en los textos como Al Qadr, o "Decreto Divino", Mahoma estaba tranquilo, acostado y dormitando envuelto en su manta, cuando escuchó una voz que pronunciaba su nombre, se descubrió la cabeza para ver quien lo llamaba y no vio a nadie, todo permanecía oscuro y en silencio, pero de pronto se proyectó sobre él una luz tan intensa que le hizo perder el conocimiento; cuando volvió en sí aquella luz permanecía, pero en medio de ella había un ángel que se acercó a él y sin decir palabra le mostró un trozo de tela en el que estaba impreso un texto en caracteres arábigos.

— ¡Lee! -le dijo el ángel.

— No sé leer -le respondió Mahoma.

— ¡Lee, lee! -repitió el ángel-, en el nombre del señor que ha creado todas las cosas; en el nombre de quien creó al hombre a partir de un coágulo de sangre... Lee en el nombre del altísimo, que enseñó al hombre a usar la pluma, que envía a su alma la luz del conocimiento y le enseña todo aquello que antes no sabía.

Al escuchar estas palabras, Mahoma sintió que aquella luz que emanaba del ángel penetraba en su interior e iluminaba su mente, por lo que fue capaz de comenzar a leer el texto que el ángel le mostraba y que resumía la ley de Dios en una serie de decretos que llegarían a ser el fundamento del Corán. Cuando terminó de leer y comprender aquello, el ángel se dirigió a él:

— ¡Oh Mahoma!, tú eres el verdadero profeta de Dios, y yo soy su ángel; mi nombre es Gabriel.

Por la mañana, Mahoma regresó a su casa y se presentó ante Kadidja en un estado de gran inquietud; le relató su experiencia, pero también le dijo que no estaba seguro si aquello había sido un sueño o una visión inducida por algún espíritu maligno del desierto. Mahoma se resistía a creer la veracidad de su experiencia, pues eso lo convertía realmente en un representante de Dios y en un profeta tan importante como aquellos que él admiraba, lo que sentía como un peso demasiado grande sobre sus hombros. Pero la actitud de Kadidja fue totalmente distinta, pues ella intuía que, de alguna manera, aquello era la resolución de ese estado de enfermiza enajenación en el que se había sumido su esposo desde largo tiempo atrás:

— ¡Qué buenas nuevas me traes! -dijo ella-. Por aquel en cuya mano se encuentra mi alma, de ahora en adelante te reconoceré como el profeta de nuestra nación. Alégrate, pues Alá no dejará que te pase nada malo; tú has sido siempre un hombre amoroso con su familia y bondadoso con toda la gente, tú eres caritativo con los pobres, hospitalario con quienes lo necesitan; tú eres un hombre fiel y defensor de la verdad; es por ello que Dios te ha elegido.

Kadidja fue a informar lo que había pasado a su primo Waraka, quien, como ya hemos dicho, era un hombre religioso y conocedor de la astrología, por lo que quedó fuertemente impresionado ante aquel anuncio.

— ¡Por aquel en cuya mano está el alma de Waraka! -exclamó-; tú dices verdad, Kadidja. El ángel que se ha aparecido a tu esposo es el mismo que en tiempos remotos fue enviado a Moisés, el hijo de Amrán. ¡Esta experiencia significa que tu esposo es en verdad un profeta!

Seguramente, la fe de su esposa y la docta ratificación de Waraka dieron a Mahoma una sensación de seguridad que le permitió procesar aquella experiencia y aceptar la misión que se le había encomendado, pero no fue poco el tiempo que pasó incubando esta nueva disposición de su espíritu y durante ese periodo tuvo la prudencia de no comentar aquello con nadie que no fuera del pequeño círculo familiar.

Fuente:
Los Grandes – Mahoma, Editorial Tomo, p. 31 – 38.

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