Una hermosa ninfa de las aguas llamada Clitia, se enamoró del sol cuando lo vio caminando por la extensión de los cielos. Ella vivía sólo para mirar su resplandeciente luz. Al tocar su piel el calor del sol, la ninfa pensaba que le enviaba una caricia, y eso la hacía sentirse feliz.
Al sentarse la ninfa junto a un arroyo, sus cabellos largos le caían sobre la espalda y el rostro, como muchas gotas de agua puras y brillantes. Esperó que el sol bajaba a acariciarla, pero después del ocaso, cuando todo lo cubría la noche, el sol no volvió. Después de nueve días de estar esperando en vano, lloró mucho porque se acababa su esperanza: nueve días y noches permaneció cubierta de lágrimas y desde entonces el rocío apareció; pues al principio el rocío no nació para refrescar las flores, brotó de la tristeza
- ¿Qué haremos ahora con la ninfa Clitia? – se preguntaron los dioses en el Olimpo.
- Haremos de ella una flor que cuide siempre el paso del sol con esperanza – dijo el más sabio.
La ninfa se convirtió paulatinamente en una flor que hasta hoy se mueve siguiendo siempre la marcha del sol, su nombre es profundo y sencillo: girasol.
Fuente: SEP. Español. Quinto Grado. Lecturas (1972).
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