Fue un hombre verdaderamente extraordinario. Vivió entre llamas, y lo era.
Como los montes, era él ancho en la base, con las raíces en el mundo, y por la cumbre, enhiesto y afilado, como para penetrar mejor en el cielo rebelde.
Su gloria lo circunda, inflama y arrebata. ¿No es vencer el sello de la divinidad? Vencer a los hombres, a los ríos hinchados, a los volcanes, a los siglos, a la Naturaleza. Ha recorrido con las banderas de la redención más mundo que ningún conquistador con las banderas de la tiranía: habla desde el Chimborazo con la eternidad y tiene a sus plantas, en el Potosí, bajo el pabellón de Colombia picado de cóndores, una de las obras más bárbaras y tenaces de la historia humana. Como el sol llegan a creerlo, por lo que deshiela y fecunda y por lo que ilumina y abrasa.
Muere él en Santa Marta, pero permanece en el cielo de América con el inca al lado y el haz de banderas a los pies, calzadas las botas de campaña, porque lo que él no dejó hecho, sin hacer está hoy, ¡Porque Bolívar tiene qué hacer en América todavía!
Muere él en Santa Marta, pero permanece en el cielo de América con el inca al lado y el haz de banderas a los pies, calzadas las botas de campaña, porque lo que él no dejó hecho, sin hacer está hoy, ¡Porque Bolívar tiene qué hacer en América todavía!
Fuente: SEP. Español. Quinto Grado. Lecturas (1972).
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