El encuentro de Moctezuma y Cortés




“…Envié a vuestra alteza muy larga y particular relación…” escribe Hernán Cortés a Carlos V, emperador de España, para darle cuenta de sus descubrimientos, de su admiración por las nuevas tierras y de la lucha por adentrarse en ellas y conquistarlas en nombre de su rey y señor. Por medio de estas cartas de relación hemos podido reconstruir los pasos de la conquista y el choque de dos culturas: la española y la indígena.

Aquí relata su encuentro con Moctezuma II, gran rey de Tenochtitlán:

“Ya junto a la ciudad está un puente de madera como de diez paso de anchura, y por allí está abierta la calzada para que el agua pueda entrar y salir, y también sirve de fortaleza, porque quitan y ponen algunas vigas muy largas y anchas de que el dicho puente está hecho, todas las veces que quieren.

Pasado este puente nos salió a recibir aquel señor Moctezuma como con doscientos señores, todos vestidos con ropa muy lujosa a su uso. Venían en dos procesiones, muy arrimados a las paredes de la calle, que es muy ancha, hermosa y derecha. El dicho Moctezuma venía por en medio de la calle con dos señores, uno a su derecha y otro a su izquierda, y cuando nos encontramos, yo me bajé y fui a abrazarlo solo, y aquellos dos señores que con él iban me detuvieron con las manos para que no lo tocara, y luego los tres hicieron como que iban a besar la tierra, y entonces el dicho Moctezuma mandó a uno de los que iban con él que me tomara del brazo, y él con el otro iba un corto trecho delante de mí.

Y después de que él habló, vinieron también todos los demás a hablarme, uno detrás de otro muy ordenadamente, y después volvían a su lugar en la procesión. Seguimos andando hasta llegar a una muy grande y hermosa casa que él tenía arreglada para aposentarnos. Y allí me tomó de la mano y me llevó a una gran sala que estaba junto al patio donde entramos, y me hizo sentar en un estrado muy adornado que había mandado hacer para él, y me dijo que allí lo esperara, y él se fue.

Al poco rato, ya cuando todos mis soldados estaban aposentados con muchas joyas de oro y plata, de plumajes y con cinco o seis mil piezas de ropa de algodón, muy hermosas y bien bordadas, y después de dármelas, se sentó en otro estrado cercano, y dijo: Hace mucho tiempo, por medio de nuestras escrituras y nuestros antepasados, sabemos que no somos naturales de estas tierras, que somos extranjeros, que hemos venido a ellos de lugares extraños, y tenemos noticias de que hace muchísimo tiempo llegó a nuestras tierras u señor de quien todos eran vasallos, pero que volvió al lugar de donde había venido, y siempre hemos pensado que sus descendientes había de venir un día a sojuzgar esta tierra y a nosotros; y como vienes de donde el sol sale, creemos y tenemos por cierto que ese señor muy poderoso de que hablas es también nuestro señor natural, a quien obedeceremos y tendremos por señor.

También dijo que no creyera más que lo que veían mis ojos, y no lo que me contaran de él sus enemigos, que muchos de ellos eran sus vasallos que con mi llegada se habían rebelado.

‘Sé que te han dicho que mis casas tienen paredes de oro – decía -, lo mismo que todas las casas de mi servicio, y eso no es verdad. Ya ves que las casas son de piedra, cal y tierra, y mírame, yo no me hago dios, como te han contado, soy de carne y hueso como tú y cada uno de tus guerreros, soy mortal y palpable.’

Cuando él se fue nos enviaron muchas gallinas, pan y frutas y otras cosas necesarias, y así estuve seis días, muy bien provisto de todo lo necesario y visitado de muchos de aquellos señores.”


Fuente: SEP. Español. Quinto Grado. Lecturas (1972).

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