De la página de creepypastas.com, rescato esta historia que es ficción, pero no se aleja mucho de la realidad que viven muchos sacerdotes dedicados al oficio del exorcismo, donde por más consagrados que estén a Dios, la parte humana también los vence, pero para no decirles más spoilers, lean esta historia, tanto en este blog como en su enlace original.
Historia narrado luego de cinco horas de haber iniciado el ritual de exorcismo.
Ya es prácticamente medianoche. Casi voy a entrar de vuelta a la habitación y aun así me sigo preguntando si lo que haré será lo correcto. Siempre nos han dicho que no debemos hablar con ellos, ni mucho menos creer en sus palabras. Pero yo quiero hacerlo, tengo curiosidad de saber qué tiene para decirme, qué puede develarme.
Sigo escuchando esos aterradores gritos desde el otro lado de la puerta, pero en vez de temor siento una gran ansiedad, un desespero por entrar y confrontarlo. Lo único que me detiene es esta conversación mental que estoy teniendo conmigo mismo… pero bueno, ya es hora.
El sacerdote se puso de pie y dio un largo suspiro mientras miraba su Biblia, y de forma lenta pero decidida avanzó hacia la puerta que le daba entrada a aquella siniestra y fría habitación. El hombre jaló de la manija de la puerta e ingresó.
—He vuelto, demonio.
Un abrupto giro de cabeza y un aliento tibio y fétido antecedieron a una voz muy ronca:
—Bienvenido padre.
El sacerdote guardó silencio.
—¿Por qué esa cara? ¿Acaso andas buscando respuestas?
—Quiero saberlo todo. ¿A qué te referías cuando decías que algo extraño estaba pasando en el Infierno?
Soltó una risa burlona. —Primero debes soltarme. ¿No te da lástima con esta pobre niña de siete años? Sus muñecas están sangrando por haber apretado tan fuerte los nudos y está sobre un charco de su propio vómito…
El sacerdote lo miró sin responder.
—Libérame y podremos negociar… ¡Libérame! Este cuerpo no vale nada para mí, haré que la pequeña se muerda la lengua hasta destruírsela y además de verla ahogándose con su propia sangre, no podrás saber nunca nada de lo que tengo para decir… ¡Libérame!
Después de una breve duda, el sacerdote accedió y liberó todas las ataduras del cuerpo de la niña poseída. Al hacerlo, esta cruzó las piernas y posicionó su cuerpo de frente al sacerdote. Su mirada se clavó en los ojos del clérigo, y dibujando una macabra sonrisa, preguntó:
—¿Qué estarías dispuesto a sacrificar por el conocimiento y la información que estoy a punto de darte?
—¿Es que acaso ya no te liberé? Estoy poniendo en riesgo mi propia seguridad, ¿no es sacrificio suficiente?
—No te preocupes, no está entre mis intereses provocarte daño físico, pero…
La niña hizo una mueca como si estuviese pensando mientras miraba al sacerdote con una fría seriedad. A continuación, soltó una risa chillona y estruendosa.
—¿¡Qué sucede!?
—No puedo entender cómo es que un hombre dedicado a Dios, y a su iglesia, puede tener un hijo. Pero por lo que veo no estás muy orgulloso de él. Lo rechazaste, tanto a él como a su madre; tal parece que son un estorbo para tu vocación.
—¿Cómo… Cómo sabes tú todo eso?
—Un sacerdote con un hijo secreto, esto sí es gracioso.
—Silencio demonio, no me provoques.
—Dame su vida y tendrás lo que deseas.
El sacerdote quedó contrariado y en silencio.
—Ese niño nunca lo has querido. Podré poseerlo y quedarme con su alma; en el proceso morirá, pero no creo que te afecte mucho. Si cerramos el trato, te diré lo que deseas.
Un largo silencio invadió la habitación.
—El niño sufriría mucho, lo sé.
—Haría de su vida una pesadilla, no tendría paz, ni por un solo segundo. Su más deseado anhelo sería morir. ¿Acaso te importa?
El sacerdote se quedó cabizbajo, meditando mientras se frotaba las manos con cierto nerviosismo.
—Decide, decide, decide, decide, ¡decide!
—¡Basta!… No me confundirán tus engaños.
La niña poseída se quedó viendo al sacerdote con detenimiento. Levantó la mano derecha y sujetó un dedo de su mano izquierda, y con un brusco movimiento hacia abajo terminó por partirse el dedo. Ese crujir de huesos hizo eco en los oídos del sacerdote, el cual miraba esa dantesca escena con gran impacto.
—Si puedo hacerle esto a uno de sus dedos, imagínate qué tan destrozada podría quedar su lengua, si de verdad me lo propongo.
La niña acercó su cara a la del sacerdote, y con frialdad, le dijo:
—Por última vez… decide.
—Es tuyo… llévate al niño; pero dime, ¿qué está sucediendo en el Infierno?
El demonio soltó una carcajada y rápidamente asestó un fuerte golpe contra la cara del sacerdote, el cual cayó al suelo muy adolorido y con dificultad para reincorporarse.
—Hay tanta maldad en ti, no sabes cuánto me alegra. Tenemos un lugar muy especial para ti allá abajo, cuando mueras.
La niña se vio su dedo fracturado, que guindaba y se balanceaba. Sujetó la mano solo por la piel y de un jalón lo arranco, llenando su cara de sangre.
—Este dedo me estorba, no puedo andar por la calle con un dedo inútil en mi mano. Tome padre, un regalo de despedida.
La niña lanzó el dedo contra la cara del sacerdote.
La niña le dio la espalda al sacerdote, y con un salto, chocó contra la ventana, rompiéndola y escapando en el proceso.
—¿Qué he hecho?
El sacerdote se puso de rodillas y rompió a llorar.
—Después de todo esto, no obtendré ningún tipo de perdón… ni siquiera de Dios. Solo queda una cosa por hacer.
El sacerdote se acercó a la ventana por donde escapó la niña poseída, tomó el vidrio más afilado del suelo, se lo puso contra la garganta, y con lágrimas en los ojos, simplemente dijo: “Adiós”.
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