En la carpa del circo sonaban los platillos, chin – chin y el bombo, bom – bom. Los niños aplaudían a los perros amaestrados. Eso hasta que aparecía el prestidigitador que era su preferido. Les encantaba ver cómo, al golpear su sombrero con una varita, salía una bandada de palomas y montones de conejos blancos y orejudos.
Cada noche, cuando terminaba la función, el prestidigitador decía: ¡Uff, estoy cansado de sacar cosas de mi sobrero!
- ¡Yo también estoy cansado del circo! – dijo una noche el caballo.
- ¡Vámonos! – Y se fueron a buscar otro trabajo.
Como el caballo tenía dentro dos muchachos que lo hacían andar, y uno sabía escribir a máquina y el otro atender el teléfono, les fue fácil emplearse en una oficina.
El prestidigitador aminó y caminó por las calles hasta que vio un cartel que decía: “Se necesita aprendiz de sombrerero”.
Entró corriendo, pidió trabajo y se lo dieron. Enseguida se puso un delantal, tomó las tijeras y usó las formas, el fieltro café y el fieltro azul. Al mediodía ya tenía terminado uno, dos, cinco, diez sombreros. Al poco rato llegaron muchos compradores y se llevaron todos los sombreros.
Pero sucedió que uno de los compradores se cruzó en la calle con una señora. Quiso saludarla, y al quitarse el sombrero salieron de él palomas y más palomas, conejos blancos y orejudos, ¡y hasta un periquito que se escapó corriendo por la calle!
Entonces todos los compradores, furiosos, fueron a quejarse con el sombrerero. El dueño corrió al prestidigitador y éste se fue caminando por la calle, donde encontró una panadería.
- ¿Necesita usted un ayudante, panadero? – preguntó.
- Sí – le dijo el panadero.
El prestidigitador entró corriendo se puso un gorro blanco, mezcló agua, sal y harina, y amasó un pan y otro pan. Todos corrían y compraban panes y más panes. Y cuando la gente cortó los panes, descubrió dentro muñequitos como en las roscas de reyes.
Así pasaron dos meses, y el prestidigitador estaba aburridísimo con ese trabajo. Ya no quería hacer más panes. Ni redondos, ni largos, ni chicos, ni grandes. Y sin más ni más, se fue de la panadería. Cuando llegó al centro de la ciudad encontró ¡al caballo de trapo!
- Regreso al circo contigo – le dijo el caballo - ¡Extraño las risas del público!
¡Cómo se alegraron los perros amaestrados cuando los vieron llegar al circo! ¡Y los leones, y los monos, y los elefantes, y el oso amaestrado! Pero más se alegraron los niños de la platea.
Fuente: SEP – Mi Libro de Segundo. Parte 2
Comentarios
Publicar un comentario
Si deseas comentar dentro de la línea del respeto, eres bienvenido para expresarte