Tláloc, “el que hace crecer”, dios de la lluvia y el rayo, vivía en un hermoso palacio en la cima de las montañas, donde siempre estaba cubierto de nubes.
Con Tláloc vivían sus ayudantes, unos hombres pequeñitos que le ayudaban a llover por toda la tierra. El agua con que llovía la guardaban en unos cántaros de jade, enormes, en el patio del palacete; eran cuatro cántaros y cada uno contenía distintas aguas; uno era de agua helada, otro de agua mala que llenaba de hongos malignos las cosechas; el tercero, secaba los frutos, y el cuarto, contenía únicamente agua buena, pura.
Cuando Tláloc ordenaba a sus ayudantes, los tlaloques, que debía llover, éstos tomaban el agua de los cántaros de jade y salían a regarla, en especial en los campos, y cuando se escuchaban truenos, eran los tlaloques que rompían los cántaros ya vacíos, luego aparecían rayos por todos lados, pero eran los pedazos de los cántaros rotos.
El dios Tláloc vestía de azul, como el color del agua, llevaba un collar de piedras verdes y sandalias de espuma de mar. Su rostro y cuerpo los pintaba de negro en representación de las nubes anunciando tempestad. Cuando las nubes estaban muy blancas, se sabía que era el dios Tláloc llevando su tocado de plumas de garza.
Un día, Tláloc salió a pasear por las praderas t se encontró con Xochiquetzali, la diosa de las flores, y de inmediato se enamoró de ellas… pero la diosa no le correspondió. Tláloc se entristeció y se encerró en su castillo sin querer ver a nadie, ni a sus ayudantes, los tlaloques, que estaban preocupadísimos porque el dios de la lluvia hacia tiempo no salía y las lluvias no podían llover solitas. Nunca hizo tanto calor como entonces. Los ríos, campos y sembradíos se secaron.
Tláloc se había vuelto cruel y malo. Los tlaloques sabían que si Tláloc no mandaba llover, la tierra de tan seca ardería en llamas, pero no sabían qué hacer y sólo se dedicaban a caminar de un lado a otro, entristecidos y gritando por las montañas: “¡El corazón de nuestro dios se ha llenado de amargura!”.
Tláloc no hallaba consuelo ante la indiferencia de la diosa de las flores, Xochiquetzali, y lleno de ira y sinrazón, ordenó a los tlaloques: “Que todos sufran por la falta de agua, que los animales tengan sus bocas sedientas, las aves bajen sus alas, la hierba detenga su crecimiento”.
Y así fue. Luego de un tiempo, uno de los ayudantes se atrevió a comentar: “Dios de la lluvia, existió un tiempo en el agua era para regar los campos y florecieran los frutos… Ahora, el tesoro más preciado está escondido, inservible. La tierra está sufriendo, sólo hay dolor y tristeza:… ¿Hasta cuándo?
Tláloc al inicio montó en cólera, luego se quedó pensativo y, más tarde, llamó a sus tlaloques y dijo: “Que se rompan los cuatro cántaros, que haya truenos y rayos sobre la tierra, que las nubes se oscurezcan y el agua lo abarque todo”.
Los tlaloques obedecieron aunque seguían inconformes pues la tierra se inundaría si rompían los cuatro enormes jarros. Tláloc se caracterizaba por ser un dios bueno y sus ayudantes no comprendían el comportamiento destructor por el que atravesaba. Seguía encerrado y sin oír consejos.
Los dioses se reunieron para buscar la solución al mal comportamiento de Tláloc, que permitía que muriera el hombre. Acordaron entonces ofrecerle una diosa en matrimonio, alguien que amara al dios de la lluvia y le hiciera olvidar sus tristezas. Pensaron en una y otra diosa, y nadie lograba ponerse de acuerdo, hasta que Quetzalcóatl propuso a la diosa Chalchiutlicue, diosa de la falda de jade y de las aguas. Todos los dioses estuvieron de acuerdo y fueron en su búsqueda. Cuando la hallaron, Tezcatlipoca tomó la palabra:
- Hermosa señora, no te asombre nuestra presencia… Te pedimos viajes al lado de Tláloc. Que le llenes de consuelo y alegría. Tú podrás conseguir que detenga la tempestad que azota la tierra. Tu dulzura es infinita, diosa Chalchiutlicue.
- Es mi deber estar al lado de Tláloc y lo haré – no dudó la diosas en contestar.
La de la falda de jade se vistió con sus ropas de ola y sus sandalias con caracoles y sonajas y pintó su cara de azul.
Tláloc se puso tan contento, que pidió a los tlaloques que lo adornaran con sus mejores galas y ellos al instante le colocaron la diadema de plumas blancas y verdes, le colgaron su gargantilla de corales, y en sus pantorrillas le pusieron abrazaderas de oro. Todos sus adornos representaban el granizo y las aguas. Además, colocaron en su rostro la máscara sagrada hecha de dos serpientes entrelazadas que formaban círculos alrededor de los ojos y cejas, y que simbolizaban las nubes, De la máscara salían unos dientes largos y agudos que simbolizaban la lluvia y el rayo.
Después de eso, llovió nuevamente agua buena para que los hombres participaran de la alegría de los dioses.
Fuente: Nélida Galván – Mitología Mexicana para niños.
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