Celso Furtado – El dualismo económico









La historia del subdesarrollo latinoamericano es la historia del desarrollo del sistema capitalista mundial. Su estudio es indispensable para quien desee comprender la situación a la que se enfrenta actualmente este sistema y las perspectivas que se le abren. Inversamente, sólo la comprensión segura de la evolución y de los mecanismos que caracterizan a la economía capitalista mundial proporciona el marco adecuado para ubicar y analizar la problemática de América Latina.


América Latina surge como tal al incorporarse al sistema capitalista en formación, es decir, cuando la expansión mercantilista europea del siglo XVI. La decadencia de los países ibéricos, que se posesionaron primero de los territorios americanos, engendra en éstos situaciones conflictivas, resultantes de los avances que sobre ellos intentan las demás potencias europeas. Mas es Inglaterra, mediante la dominación que acaba por imponer a Portugal y España, la que predomina finalmente en el control y en la explotación de los mismos.

En un primer momento, son aquellos países que presentan una cierta infraestructura económica, desarrollada en la fase colonial, y que se muestran capaces de crear condiciones políticas relativamente estables, los que responden más prontamente a las exigencias de la demanda internacional. Chile, Brasil, y un poco después, Argentina, incrementan sensiblemente en ese período su intercambio con las metrópolis europeas, basado en la exportación de alimentos y materias primas como cereales, cobre, azúcar, café, carnes, cueros y lanas. Paralelamente, utilizando inclusive los créditos que para ello les suministra Inglaterra, aumentan sus importaciones de bienes de consumo no durable y dan comienzo a la construcción de un sistema de transportes, mediante obras portuarias y los primeros ferrocarriles, con lo que abren un mercado suplementario a la incipiente producción pesada europea.

A partir de 1875, se hacen sentir ciertos cambios en el capitalismo internacional. Nuevas potencias se proyectan hacia el exterior, sobre todo Alemania y Estados Unidos, y estos últimos empiezan a desarrollar una política propia en el continente latinoamericano que choca muchas veces con los intereses británicos. En el campo mismo del comercio, la influencia norteamericana es considerable, registrándose en algunos países, principalmente Brasil, la tendencia a desplazar sus exportaciones hacia la nueva potencia del norte.

En los países centrales aumenta el desarrollo de la industria pesada y la tecnología correspondiente, y la economía se orienta hacia una mayor concentración de las unidades productivas, dando lugar al surgimiento de los monopolios. Estos rasgos, logrados por la acumulación de capital efectuada en las etapas anteriores, aceleran este proceso y fuerzan al capital a buscar campos de aplicación fuera de las fronteras nacionales, mediante empréstitos públicos y privados, financiamientos, inversiones de cartera y, en menor medida, inversiones directas. A diferencia, pues, de los créditos externos que utilizaban antes y que correspondían a operaciones comerciales compensatorias, la función que asume ahora el capital extranjero en América Latina es sustraer abiertamente una parte de la plusvalía que se genera dentro de cada economía nacional, lo que incrementa la concentración del capital en las economías centrales y alimenta el proceso de expansión imperialista.

En los países en que la actividad principal de exportación está bajo el control de las clases dominantes locales, existe una cierta autonomía —condicionada evidentemente por la dependencia de la economía frente al mercado mundial— en cuanto a las decisiones de inversión. Por lo general, el excedente se aplica en el sector más rentable de la economía, que es precisamente la actividad de exportación que más lo produjo (lo que explica la afirmación de la tendencia a la monoproducción), pero, ya para atender al consumo de capas de la población que no tienen acceso a los bienes importados, ya como defensa contra las crisis cíclicas que afectan regularmente a las economías centrales, se orienta también hacia actividades vinculadas al mercado interno. Es así como en algunos países, como Argentina, Brasil, Uruguay, al lado de una industria vinculada esencialmente a la exportación (frigoríficos, molinos de harina, etc.), llega a desarrollarse una industria liviana que produce para el mercado interno, la cual rebasa el nivel artesanal y da lugar progresivamente a la implantación de núcleos fabriles de relativa importancia.

Distinta es la situación de los países cuya principal actividad de exportación se encuentra en manos de capitalistas extranjeros. La plusvalía lograda en la esfera del comercio mundial pertenece a capitalistas foráneos, y sólo una parte de ella — cuya magnitud varía según el poder de discusión de su interlocutor — pasa a la economía nacional mediante derechos e impuestos pagados al Estado. De esto se derivan dos consecuencias: redistribuida a las clases dominantes locales — que por ello bregan por el control del Estado — esta parte de la plusvalía se convierte en demanda de bienes importados, reduciendo considerablemente el excedente invertible; asimismo, la parte de la plusvalía que permanece en manos del capitalista extranjero sólo se invierte en el país si las condiciones de la economía central lo exigen; no solamente se sustraen regularmente del país, mediante la exportación de beneficios, partes sustanciales de la misma, sino que también, en los ciclos de depresión en la metrópoli, ella fluye íntegramente hacia ésta. De esta manera, con mayor o menor grado de dependencia, la economía que se crea en los países latinoamericanos, a lo largo del siglo XIX y en las primeras décadas del actual, es una economía exportadora, especializada en la producción de unos cuantos bienes primarios. Una parte variable de la plusvalía que ahí se produce es drenada hacia las economías centrales, ya sea mediante la estructura de precios vigente en el mercado mundial y las prácticas financieras impuestas por esas economías, o a través de la acción directa de los inversionistas foráneos en el campo de la producción.

Fuente: Celso Furtado – El dualismo económico.

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