Pero, Presidente
otra vez, no sostuvo aquellas palabras, ni justificó el hecho de haber empuñado
antes las armas contra la reelección de Benito Juárez y la de Sebastián Lerdo
de Tejada. Al contrario, para mantenerse en la Presidencia, hizo que tres veces
más se reformara la Constitución (en
1887, en 1890 y en 1903), y así fue Presidente, contando su primer período,
por más de treinta años. Se hizo reelegir seis veces consecutivas: en 1888, en
1892, en 1896, en 1900, en 1904 y en 1910.
Las reelecciones de
Porfirio Díaz tuvieron algunas implicaciones negativas, como fueron:
1) Para lograr sus
reelecciones, Día se convirtió en un gobernante sólo sujeto a su voluntad.
2) Díaz dio a sus
periodos presidenciales, como fin casi único, y a eso lo subordinó todo, el
desarrollo material del país.
Para lo primero se
necesitó:
·
Que la voluntad nacional interesada en la
gobernación del país dejara de manifestarse y fuera sustituida por la voluntad
de Porfirio Díaz.
·
Que la designación de las personas encargadas del
ejercicio de los poderes públicos se hiciera tomando en cuenta, no la necesidad
de que dichas personas representaran, en su conjunto, los intereses colectivos,
sino, principalmente, el interés político del régimen.
·
Que se reprimieran cuantas inquietudes ciudadanas
pudieran estorbar la indiscutible autoridad con que Díaz gobernaba.
Para lo segundo,
Díaz creyó indispensable:
·
Imponer la paz y el orden a todo trance; es decir,
sin importar los medios, lograr que no hubieran revueltas significativas
durante su régimen.
·
Contar con la colaboración de los sectores sociales
ricos y con la afluencia de capitalistas extranjeros, a todos los cuales había
que tener satisfechos otorgándoles concesiones que aumentaran su riqueza y
ensancharan sus negocios, dándoles prioridad en la aplicación de la ley.
De esa manera, durante más de un cuarto de siglo, una gran parte de los mexicanos se vio impedida de usar su voluntad y aspiraciones en el encauzamiento político y social de su patria. No podía haber disconformidad o protestas, ya que el régimen las mantenía acalladas o las atajaba al primer brote. No hubo gran libertad de prensa, o de palabra, o de reunión, que la que no pudiera dañarlo. A los intelectuales disidentes se les persiguió, se les encarceló, se les obligó a expatriarse. A quienes osaron, en el campo, en las minas, en las fábricas, luchar por sus derechos, se les redujo convirtiéndolos en soldados, deportándolos, o sometiéndolos con toda la violencia de las armas. A los más desheredados se les tuvo quietos y dóciles bajo el poder espiritual del clero católico.
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