La Tisigua

Con la gran imaginación que tenían los viejecitos de los ranchos, como don Luis Tóala, creaban personajes fantásticos, como lo fue la Tisigua, para que los jovencitos no se fueran de parranderos y coscolinos por los ranchos y por el vecino Terán (colonia donde se encuentra nuestra escuela). Fue así como entre las familias se decía que a los que permanecían mucho tiempo bañándose en el Sabinal, en las hermosas pozas que se formaban junto a los gruesos troncos de los ahuehuetes, se les aparecía la Tisigua.

Dionisio, conocido por todos como Nicho, era el hijo único del cañero don Casimiro, a quien afectuosamente todos llama­ban tío Cashi. Su madre, doña Micaela, pendiente de todos los deseos de su Nichito, siempre le tenía su ropa bien planchada y guardada en un oloroso baúl de cedro. Una ocasión doña Mi­caela al estar haciendo esto, se quemó con la plancha de mano que calentaba en un comal de fierro.

Nicho, a la edad de dieciocho años, aún no mostraba interés alguno por las mujeres, y las amigas de su madre le pregun­taban que cuándo se casaría Nichito, pues ya estaba en edad de hacerlo. Doña Micaela les contestaba que Nicho todavía no pensaba en mujer, pero que le pedía al Señor de Esquipulas que cuando esto pasara se encontrara a una buena y hermosa muchacha.

—Tía Mica, a lo mejor su Nichito ya anda por ahí con al­guna tiraleña o por ahí, por la Chacona, ya hasta ha de tener un chiquito, como el muchacho es muy guapo, vierasté cómo lo siguen...

El 14 de enero se iba a celebrar la velación del Señor de Esquipulas, y doña Micaela le preparó su buena muda a Nicho para que fuera de conquista al baile.

Por la tarde se fue al río muy contento, silbando una de las canciones que mucho le gustaban. Pero antes de salir de la casa, la buena madre le hizo algunas recomendaciones, entre ellas que no fuera a tardarse mucho en el río, que no olvidara que la Tisigua se aparecía a los que se bañaban ya muy tarde. Nicho, muy valiente, le dijo a su mamá:

—¡Ay mamá...!, eso de la Tisigua es puro cuento de don Luis Tóala...

—Bueno..., ahí velo tú, Nicho. Yo no quiero que te vaya a hacer una jugarreta y te quedes de idiota como el hijo de don Chano... ¿Crees que es bonito andar así?

Pero Nicho no hizo caso de las recomendaciones que le ha­bía dado su mamá y salió corriendo hacia el Sabinal, que por cierto estaba bastante lleno y con una corriente tan cristalina que invitaba a bañarse. Se desnudó, dejó colgada su ropa en las ramas del sabino que quedaba junto a la orilla del río e impulsándose se lanzó a la poza, dando las buenas braceadas a lo largo de las tranquilas aguas (en la actualidad son aguas negras). Se estaba enjabonando parado, cuando de repente escuchó unas palmadas un poco leves y luego más fuertes segui­das de un mañoso silbido. Como tenía los ojos enjabonados, trataba de distinguir de dónde surgía todo aquello. Después escuchó por otro lado aquellos ruidos, luego detrás de él y fi­nalmente se dio cuenta de que lo estaban vacilando; se quitó el jabón rápidamente y se volvió a zambullir. Estaba sacando la cabeza cuando vio que de muy cerca surgía del agua el busto de una hermosa mujer, rubia, de ojos azules y nariz perfilada. Nicho, al verla, se dijo:

"Ya se me hizo. Ahora voy a saber lo que es tener una mujer cerca de mí. Ojalá que se me haga. Ésta no se me escapa."

Cuando más contento estaba con tan inesperado hallazgo, se percató de que la bella mujer ya se encontraba detrás de un grueso tronco de sabino. Nicho trató de seguirla, pero la guapa mujer se escabullía rápidamente por entre la maleza, llena de espinas y garfios que abundaban más arriba de la orilla, y no se lastimaba; en cambio el pobre Nicho se caía y se levantaba entre el espinero y la maleza, arriesgándose a pisar una culebra.

La maligna mujer volvía a meterse en la poza y Nicho nuevamente seguía corriendo tras ella queriendo abrazarla y comérsela a besos, pero... de momento reflexionó y recordó lo que le había platicado su madre de la Tisigua. Empezó a dudar si aquélla era la fantástica y perversa mujer que había hecho daño a muchos jóvenes de la región o que los había metido en los peroles de miel caliente de las moliendas.

Se llenó de valor, lanzándose hacia donde estaba nadando la Tisigua y cuando estaba por alcanzarla ésta se dirigió a donde estaba su sombrero de palma que llevaba, lo llenó de agua y de inmediato se acercó a Nicho poniéndoselo en la cabeza.

Al verlo con el sombrero puesto, del que escurría agua lodosa, con olor a azufre, la Tisigua se carcajeaba y sonaba las manos burlándose del joven. Nicho seguía tratando de alcanzarla, pero la mujer desapareció entre los árboles, quedando Nicho desde ese momento alelado, idiota, sin poder articular las palabras con claridad.

Como pudo, se fue a su casa con la ropa toda mojada, que difícilmente encontró a eso de las diez de la noche.

Su familia ya había ido a buscarlo; el tío Cashi, con un grupo de vecinos, llevaba un tambor y unas teas para localizarlo. Le gritaban desesperadamente sin saber que ya se encontraba en su casa, donde la tía Mica lo atendía con su buena taza de café caliente. Cuando llegaron los que fueron a buscarlo, don Crispín lo estaba curando de espanto.

A lo lejos se escuchaban las súplicas del curandero que decía: "señor de las Ampollas, sana a este cristiano... señor de Esquipulas, regrésale la salud a tu hijo Nicho". Lo bañaba con aguardiente y entre soplido y soplido seguía clamando a toda la corte celestial que Nicho volviera a ser normal, que recobrara su buena figura. Y nuevamente volvía a decir:                      

"Virgen de Copoya, salva a tu hijo... Virgen de Olachea, que se sane este cristiano. Virgen de Candelaria, hace tu milagro. San Marcos, patrón de Tuxtla, cura a este buen muchacho... San Agustín, patrón de Tapachula, que se componga este niño... San Pedro de Tápana, cúralo... Pasión verde de Clacotepec, sánalo... San Sebastián de Chiapa, cúralo... San Caralampio de Comitán, cúralo... San Pascualito, sánalo." No cesaba de pedir hasta lograr que volviera a la normalidad aquel pobre muchacho.

Pero de nada sirvió todo lo que se imploró. El infeliz Nicho jamás recobró la razón y desde entonces por las calles de Terán y los callejones de los ranchos de Juan Crispín veían a Nicho deteniéndose en las puertas de las casas mendigando un taco o algo, pero no porque le hiciera falta sino porque gozaba al recibir algo para comer, imaginándose que era la Tisigua quien le proporcionaba todo.

Fuente:
Ediciones Leyenda – México y sus leyendas. Compilación, p. 71 – 73.

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