Champions League 1999 – 2000. Humildad y Experiencia

El Real Madrid tuvo una campaña pobre en España, donde fue quinto lugar, pero Vicente del Bosque, con serenidad, recompuso al equipo y lo encumbró hasta su onceava final europea, ante un Valencia que llegó de forma más convincente; sin embargo, la jerarquía se impuso y los Blancos ganaron su octava Copa.

Con su característico rostro impasible, Vicente del Bosque se sentó a dar su última conferencia antes de la final de la Champions League 1999 – 2000. “Debemos vivir el presente u olvidarnos del pasado o del futuro”, les dijo a los periodistas en la sala de prensa del Stade de France; el entrenador del Real Madrid se refería a la mala temporada que había tenido su escuadra en España.

El hombre al frente del equipo merengue al inicio del ciclo era John Toshack, quien por malos resultados había sido relevado por Del Bosque para intentar enderezar el rumbo, Pero con todo, las cosas no habían salido tan bien en la Liga: terminaron en quinto lugar, por lo que no estaban calificados a la siguiente Champions y el único modo de hacerlo era ganando el título o… tendrían que conformarse con ir a la Copa UEFA.

Encima, el prestigio no era lo único comprometido. Las arcas del club también resentirían una derrota, pues perderían los 5,000 millones de pesetas que la UEFA entregaría a los participantes del año siguiente.

Para colmo, la participación de Vicente tenía un ingrediente extra: 19 años antes, él había estado como jugador en una final de la Copa de Europa con el Madrid ahí mismo, en París, y la había perdido contra el Liverpool. “Como técnico tienes mayor responsabilidad”, consideró. Sin embargo, nada lo alteraba, de hecho pensaba que la tensión le haría bien a su equipo: “El futbol se juega mejor bajo presión”, aseguró. Aunque el Madrid se jugaba la temporada a una carta, el salmantino veía el lado positivo: “Es un orgullo estar en la banca del Madrid para este partido”.

La final se distinguía además porque sería la primera que disputarían dos cuadros de un mismo país: el Valencia completaba una final española.

Aunque Del Bosque aseguraba sentir un “profundo respeto” por su rival, tenía confianza y motivación: “Lograr la octava Copa de Europa sería especial. Hay que ganar y punto”.

Dos viajes distintos.
El mismo día, Héctor Cúper, técnico del Valencia, transmitía confianza: “Mi equipo está mentalizado para ganar esta Copa; estoy convencido de que nos las merecemos”, decía.

Su seguridad partía de que el viaje hasta la capital francesa había incluido un par de goleadas en rondas previas. Primero en cuartos, su víctima había sido el campeón italiano Lazio, al cual le endosaron cinco goles en la ida. Eso bastó para que ni la derrota 1 – 0 en Roma los privara de entrar a las semifinales. Los Naranjeros estaban exultantes, como demostró su presidente, Pedro García: “Si llegamos a la final, me puedo morir tranquilo”.

Luego, el club que podía haberles arruinado el viaje era el Barcelona, pero Valencia volvió a brindar un fútbol eléctrico y contundente en Mestalla, su casa; el 4 – 1 que consiguieron animó a su afición a hacer las maletas al grito de: “Sí, sí, sí. ¡Nos vamos a París!”. Todavía hicieron escala en casa del Barca, pero tampoco el 2-1 en contra impidió la expedición naranja a la Ciudad Luz, donde jugaría su primera final de Europa.

De forma que los Ches iban a estrenarse ante el equipo más veterano en estas lides: el Real Madrid, mismo que viviría su onceavo duelo por el título.

La experiencia estaba del lado merengue, sí, pero su llegada a la cita había sido más accidentada que la del Valencia.

En su viaje, el Madrid se había topado en cuartos con el campeón vigente, el Manchester United, con el que había empatado 0 – 0 en el Bernabéu, y luego tuvo que jugarse la vida en Old Trafford. Ahí fueron esenciales las salvadas de Iker Casillas, un sublime autopase de Fernando Redondo con un taconazo que culminó con una asistencia para Raúl y otro gol de este. Un 3 – 2 selló el pasaporte del Madrid a la semifinal, donde lo esperaba su bestia negra: el Bayern Múnich.

El Madrid ya había enfrentado en la segunda fase de grupos a los bávaros, quienes le clavaron ocho goles. El antecedente no era bueno, pero los de la Casa Blanca libraron la aduana germana con ayuda de Anelka, quien marcó en los dos duelos de la serie. Así con todo y su mala imagen en la Liga, los Blancos consiguieron su boleto a la final, y el presidente del club, Lorenzo Sanz, aseguró: “Vamos a volver con la octava”.

Eclipse y presión.
Pese a la disparidad de experiencia con el bando contrario, Cúper confiaba: “Los jugadores saben perfectamente lo que se están jugando”. Así era. Tan bien lo sabían que quizá por eso, sobre la cancha del Stade de France, dieron la impresión de estar atenazados por el pavor de verse tan cerca de la gloria y no pudieron responder a un Madrid que se quitó el disfraz de club pobre que había usado en España y se puso el frac a la hora grande.

El Madrid, vestido de negro esa noche, eclipsó al rival.

Salvo los primeros 15 minutos, en los que el protagonismo se repartió dando una sensación de paridad, el resto del choque fue un recital de aciertos merengues y errores naranjas.

Mientras por los Madridistas Redondo controlaba el ritmo del balón, lo repartía y evitaba que el contrario lo tuviera, el Valencia sufría la falta de fuerza y tino del Kily González, quien jugó con una distensión en la rodilla izquierda. Y si Helguera era un imán que atraía cada pelota que los rivales tenían, por los Naranjas Djukic se quedó dormido cuando Morientes le ganó el balón para abrir el marcador con un cabezazo en el área chica.

Eso fue pasada la media hora del primer tiempo, y en el segundo la cosa no cambió. El Valencia no encontraba el camino hacia la puerta de Casillas, en cambio, recibió una patada que lo dejó grogui; con un remate karateca, McManaman prendió una volea que aumentó la ventaja madridista.

Entonces, Valencia se fue por completo al frente y ayudó a fabricar el último golpe blanco.

Tras un tiro de esquina para los Ches, Redondo lanzó un pase largo que Raúl condujo desde su campo hasta que se plantó frente al arquero Cañizares y lo venció.

El 3 – 0 dejó al Valencia sumido en una gran depresión que Cúper ilustró después del silbatazo final: “Daría la vida porque el partido se jugara mañana. Sentimos mucho dolor, no hay consuelo posible”.

La prueba de que el escenario le había quedado grande a los Naranjeros fue la declaración de Javier Farinós: “Era la primera vez que jugábamos esto”.

Del otro lado, los Merengues saltaban y se abrazaban; tenían su octava Copa y con ello salvaban el año. Casillas, el portero con cara de niño y vuelos de señor, se dejó caer sobre el césped y la alegría se le desbordó en lágrimas.

Redondo, por su parte, reconoció a un personaje central de aquella noche parisina: Del Bosque. “Le debemos mucho a su humildad, a su sencillez que ennoblece y a su capacidad de unir, a su solidaridad”, dijo.

Y esa no fue toda la aportación de Vicente; también planteó el encuentro para ganarlo en una zona clave: “El medio campo con Redondo y McManaman, con las ayudas de Roberto Carlos y Raúl, ha jugado muy bien. El Madrid ha gestado la victoria donde el Valencia parecía el mejor”, declaró el entrenador.

Para él, el triunfo ayudaría a curar las heridas que su afición había sufrido en el campeonato español: “El Madridismo, al que hemos dado algún disgusto este año, estará hoy orgulloso de su equipo”.

Aún entonces, el bigote de Del Bosque mantuvo todos los pelos en su sitio y solo su declaración final dejó entrever su estado de ánimo: “Soy un tío feliz”.


Fuente: 
Por Eduardo Vargas en Futbol Total. Historia de la UEFA Champions League. 1992 - 2013, Editorial Grupo Medios, p. 38 – 41.

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