Anarquismo en el Siglo XX

Es probable que el anarquismo no hubiera pasado de ser una simple especulación teórica de no haber existido una serie de activistas que lo impulsaran creando organizaciones vinculadas al movimiento obrero con la pretensión de destruir la sociedad capitalista y el Estado, y cuya fuerza se manifestó desde la segunda mitad del siglo XIX.

Durante el periodo de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) o I Internacional las posturas anarquistas estuvieron representadas por los seguidores del revolucionario ruso Mijaíl Bakunin. Sin embargo, sus posturas chocaron con las expuestas por los socialistas seguidores de Karl Marx y, tras sucesivas derrotas en varios congresos, en el V Congreso de la AIT celebrado en La Haya en 1872 los anarquistas fueron expulsados de la Internacional. Desde entonces el socialismo y el anarquismo han divergido de un modo frontal, aunque ambas ideologías partan de su radical negación del capitalismo. Los anarquistas filosóficos continúan en desacuerdo con los socialistas por la importancia que le conceden a la libertad del individuo por encima de cualquier limitación, sobre todo, por parte del Estado.

Esta situación y la muerte de Bakunin en 1876 provocaron una dispersión de los grupos anarquistas y una radicalización de sus posturas, que pasaron a defender la “propaganda por la acción”, también llamada “propaganda por el hecho”. Ello provocó una oleada de atentados terroristas de carácter individual que pretendían movilizar una sociedad aletargada. Magnicidios como los de Humberto I, rey de Italia, William McKinley, presidente de Estados Unidos, Jorge I, rey de Grecia y del presidente de Francia Marie François Sadi Carnot, así como otros atentados indiscriminados como en el teatro del Liceo de Barcelona (1893) o en la calle Cambios Nuevos de la misma ciudad, cuando una bomba lanzada en plena procesión del Corpus ocasionó seis muertos en 1896 —todos cometidos por anarquistas— fueron expresión de esta orientación estratégica y generaron entre la opinión pública la identificación entre anarquismo y terrorismo.

España fue uno de los países donde esos magnicidios fueron más relevantes. Tres presidentes de Gobierno fueron asesinados: Antonio Cánovas del Castillo en 1897 por el italiano Michele Angiolillo; José Canalejas, en 1912, por Manuel Pardiñas y Eduardo Dato que en 1921 fue asesinado por tres anarcosindicalistas. El propio rey Alfonso XIII sufrió varios atentados; el más importante se produjo el día de su boda con Victoria Eugenia de Battenberg, en mayo de 1906, cuando una bomba lanzada por Mateo Morral, en plena calle Mayor de Madrid no alcanzó su objetivo, pero provocó varios muertos entre el público asistente (un monolito recuerda en la actualidad dicho atentado). En 1923 Buenaventura Durruti y Francisco Ascaso dieron muerte al cardenal Soldevila, arzobispo de Zaragoza, y al parecer un año después trataron de matar en París a Alfonso XIII.

Desde una perspectiva histórica España fue el otro punto donde el anarquismo (en sus distintas vertientes) arraigó con más fuerza e intensidad. La llegada en 1868 del italiano Fanelli permitió la creación en Madrid de un núcleo provincial de la AIT. En 1870 quedó constituida inicialmente la Federación Regional Española (FRE) de la AIT, y la prensa obrera empezó a difundirse a través de La Federación de Barcelona o La Solidaridad de Madrid, aunque aún eran organizaciones clandestinas. El triunfo de los anarcosindicalistas frente a los partidarios de “la propaganda por la acción” se manifestó en la creación, en 1881, de la Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE) que acabó disolviéndose tras la dura represión que sufrió después de las actividades de grupos como Los Desheredados o la llamada Mano Negra, descalificados incluso por la propia FTRE.

A comienzos de siglo en Cataluña se crea Solidaridad Obrera, de carácter anarcosindicalista, que sería el núcleo de la creación, en 1910, de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), fundada por 114 sociedades obreras de toda España. Su actividad vino marcada por los intentos de los anarquistas partidarios de la lucha armada por controlar sus actividades (en 1927 crearon la Federación Anarquista Ibérica), como respuesta a los atentados que sufrieron por parte de pistoleros de la patronal catalana en la década de 1920, dirigidos por el general Martínez Anido y la fuerte represión durante la dictadura de Miguel Primo de Rivera (1923- 1930), lo que no impidió el fuerte crecimiento del sindicato, en especial en Aragón y Cataluña.

En 1927 y en una reunión secreta celebrada en Valencia se constituyó la Federación Anarquista Ibérica (FAI) como vanguardia revolucionaria del movimiento anarquista. Pero nunca fue una organización centralizada en el seno de la CNT sino una serie de grupos que actuaban sin cohesión.

Un destacado anarquista español, Juan García Oliver, declaró al comienzo de la década de 1930 que pretendía “eliminar a la bestia que hay en el hombre”.

Por aquella época, y según la opinión del historiador Hugh Thomas, casi millón y medio de trabajadores españoles eran anarquistas pero los afiliados a las organizaciones no pasaban de 200.000. Durante la Guerra Civil española (1936-1939) los anarquistas participaron en los gobiernos central y catalán (en este último caso junto a Lluís Companys y Francesc Macia. Sus experiencias colectivistas agrarias, sobre todo en Aragón, sucumbieron ante la oposición de otras fuerzas políticas de la II República, como el Partido Comunista, partidario de un gobierno fuerte y centralizado que permitiera ganar la guerra).



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