Bautismo de Jesús
En cuanto inicia la puesta del sol, las miles de personas se acercan a la ribera del río considerado desde siempre como sagrado y sin importar etnias, razas, clases sociales, profesiones, actividades ni nacionalidades, todos están mezclados; soldados, bandidos, mercenarios, nómadas y hasta los hombres más rudos se inclinan para recibir el agua de la vida que vierte lentamente Juan, para llenarlos de esperanza con este renacer que les da el bautismo, todos reciben su iniciación hacia la buena nueva.
Jesús toma su lugar en la larga fila y mientras avanza lentamente, utiliza esos momentos para meditar sobre este renacimiento y de hecho, el inicio de su vida pública y abierta para predicar la palabra de su Padre, Dios. Al llegar ante Juan, éste siente una alegría y temor inmensos, sabe que no ha predicado en el desierto, que sus palabras sobre la llegada del Hijo de Dios hecho Hombre están llenas de verdad, logra mirar a lo lejos el rostro de este enigmático y amoroso personaje que está a punto de llegar ante él, esperando humildemente el bautizo por parte de Juan, mientras éste sentencia a los iniciados: Yo sólo bautizo con agua, pero él lo hará con fuego.
Jesús admira la escena fascinado, camina lentamente, quiere llegar lo más cerca posible de Juan aunque el bautista aparenta no reconocerlo, al estar frente a frente, Juan descubre además la formación esenia de Jesús, por su ropaje de lino muy blanco, mismo que está mojado hasta la cintura, en tanto que el nazareno se inclina como signo de reverencia y respeto para recibir humildemente la rociadura. Al vaciar Juan la jícara con agua sobre la cabeza, Jesús siente que se le refresca el cuerpo y, sobre todo, el alma, levanta la cabeza para ver a los ojos de Juan y este rudo hombre se estremece al sentir en lo más hondo de su ser, la dulzura, tranquilidad y comprensión del galileo y ante esta muestra de divinidad humana nunca vista, el bautista sólo pregunta: ¿Eres el Mesías?
La dulzura de la mirada no desaparece de los ojos de Jesús pero no responde, ya que el silencio es una ley de los esenios y Juan lo sabe, por lo que no insiste y únicamente ve como el nazareno cruza sus manos sobre el pecho y se inclina solicitando al mismo tiempo su bendición, lo curioso es que ante la presencia de Jesús, las demás personas están asombradas, incluso los cinco hombres que están antes que él le ceden el paso para llegar antes a la presencia de Juan.
Esta parte de la ceremonia del bautizo de Jesús lleva más tiempo que el que dedica al resto de los mortales, pero eso a nadie le importa, todos están admirados por este encuentro, no saben por qué, pero no pierden detalle de nada. Después, el galileo marcha junto con sus primeros seguidores y se pierde en el camino. Este acto solemne marca el inicio del amoroso pero doloroso camino del nazareno aunque nadie más que él lo sabe en ese momento.
Juan ve marchar a tan extraño personaje y queda lleno de dudas, alegría y una profundar melancolía, en su interior siente y vibra que Jesús es un "ser lleno de luz que ilumina todo a su alrededor; de repente, una chispa salta en su mente y sin dudar, alza sus brazos al cielo y clama: "¡Es el Dios que he estado pregonando que vendrá al mundo!" y en su reflexión sabe que debe continuar con su labor de divulgar la verdad, que el Mesías ya está aquí, por lo que él debe empezar a desaparecer, la enseñanza es clara y precisa: "El Mesías debe crecer y yo desaparecer poco a poco. Yo ya estoy muy cansado y lo que más deseo es dormir el sueño eterno", lo mejor de todo es que Dios va a su encuentro, a recibir el bautismo como un rito de iniciación para su labor abierta, pública, reivindicatoria, de perdón, alegría, paz y desde luego, sacrificio.
Jesús es bautizado por Juan cuando Palestina está exaltada con la esperanza que su mensaje clama: "El reino de Dios está terca", ya que el sentido judío de solidaridad racial es muy profundo, ellos no sólo creen que los pecados de un padre pueden afectar a sus hijos, sino que las culpas de un individuo maldicen a la nación. Muchas almas piadosas son bautizadas por Juan para el bien de Israel; temen que un pecado de ignorancia retrase la llegada del Mesías.
También sienten que pertenecen a una nación culpable y maldita por el pecado, por lo que el bautismo les permite manifestar los frutos de una penitencia racial. Pero Jesús no recibe el bautismo como rito de arrepentimiento o para la remisión de los pecados sino que, al aceptar el agua bendita de manos de Juan, él sólo sigue el ejemplo de muchos israelitas piadosos y como primer acto público de obediencia a las leyes justas de los hombres y las más altas de Dios. Cuando el nazareno baja al Jordán, es para ser bautizado, es un mortal con un alto grado de ascensión evolutiva humana en todos los aspectos relacionados con la conquista de la mente y la identificación del yo con el espíritu. Ese día, está de pie en la ribera del río como un humano perfeccionado de los mundos evolutivos del tiempo y del espacio.
Jesús conoce los secretos de todas las religiones gracias a las enseñanzas de los viejos sabios esenios, sabe que la humanidad está en una decadencia espiritual y espera que el salvador llegue hasta ella para redimirla, por eso, la pregunta de Juan el Bautista gira en su cabeza, "¿tú eres el Mesías?", por lo que decide llevar a cabo un ayuno de cuarenta días, necesita asimilar esa visión soberana de la verdad por la que, irremediablemente y como parte vital de su formación, deben pasar los verdaderos profetas e iniciadores revolucionarios antes de iniciar su obra más grande. Ese bautismo de Jesús es totalmente de consagración a la realización de la voluntad del Padre celestial y universal.
Fuente:Los Grandes. Jesús, Editorial Tomo, p. 73 – 77.
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