La monja filósofa. Los años fecundos

En el año 1673 termina su gobierno el marqués de Mancera y decide regresar a España. Doña Leonor, la virreina, se despide de sor Juana y su despedida es definitiva porque a los pocos días se enferma gravemente y muere en el cami­no a Veracruz. La lacónica noticia trastornó a la comuni­dad del Convento y a Sor Juana en particular, quien le dedicó tres sonetos transidos de dolor. Contaba sor Juana 23 años de edad.

El nuevo virrey, don Pedro Ñuño Colón de Portugal, du­que de Veragua, marqués de Jamaica, grande de España, caballero de Toisón de Oro, era un hombre muy anciano y enfermo que sobrevivió sólo seis días. Sor Juana le compu­so "tres sonetos churriguerescos y frágiles: uno por cada dos días de los que gobernó. Le sucedió fray Payo Enríquez de Rivera, Arzobispo de México, amigo de la monja, quien gobernó con rigidez y austeridad durante seis años.

En 1680 anunció su llegada el vigésimo octavo virrey de Nueva España: Tomás Antonio de la Cerda y Aragón, conde de Paredes y marqués de La Laguna. Para la oca­sión, el Cabildo Eclesiástico encomendó a Sor Juana la re­dacción de la leyenda destinada al arco triunfal que se colocaría a la entrada de la ciudad para darle la bienveni­da. En este arco, cuya descripción en prosa intituló la poetisa Neptuno Alegórico, colaboraron los artistas y personalida­des más famosos de la época, entre los que se encontraba don Carlos de Sigüenza y Góngora, quien había sido desig­nado para diseñarlo y dirigir las ceremonias. Don Carlos eligió al mejor artista del pincel que había en Nueva Espa­ña en ese tiempo, don José Rodríguez Carnero, para que pintara unas enormes 'mantas' alegóricas, y a la mejor poe­tisa, a su dilecta y admirada amiga, para que escribiera la descripción oficial de aquel magno homenaje a Sus Exce­lencias los condes de Paredes.

Sor Juana había podido descansar seis años de sus que­haceres cortesanos cuando fray Payo, el virrey-arzobispo, estuvo al mando del gobierno, y la ciudad había sacudido su frivolidad cortesana, viviendo una época austera y has­ta recatada. Ahora, con los nuevos virreyes, regresaba el lujo y el fausto, y sobre todo las grandes y espléndidas fies­tas. Volverían los saraos y las celebraciones, las representaciones profanas, por lo que el pueblo tendría ocasión de asistir a comedias de entretenimiento. Para entonces, no en vano la musa se había ganado totalmente la admiración y el respeto de sus contemporáneos por su prodigioso talento, y una vez más estaba en la cima de la corte novohispana con los nuevos virreyes que, enseguida, le brindaron su amistad y protección. Precisamente en el periodo de go­bierno del conde de Paredes, Sor Juana escribió Los empe­ños de una casa, su comedia más frívola.

De nuevo le era imposible permanecer aislada en su retiro, como lo anhelaba, para replegarse en sí misma. El mundo exterior la retenía a medida que se hacían más co­nocidas su obra y su inteligencia, y no se daba abasto para contestar la numerosa correspondencia que le llegaba de todas partes. Además, la visitaban constantemente en el locutorio del Convento importantes personalidades de la época, como don Fernando de Valenzuela, marqués de Villasierra, quien era favorito de la reina Mariana de Austria, y otros personajes de Europa. Sor Juana se había converti­do otra vez en la asesora, consultora y consejera oficial de la corte. Uno de sus biógrafos cuenta que el padre Manuel de Arguello, "muy conocido por su habilidad en la esco­lástica", se acercó a ella para que le aconsejara respecto a una tesis que debía sostener en la Universidad, y "obtuvo tan admirables datos y noticias de investigaciones que so­bre el asunto ella había hecho, que pudo salir airoso del certamen aquella misma tarde, no sin declarar, honrada­mente, que a la sabia monja debía su éxito". Éste es solo un ejemplo.

Pero no por cumplir con los asuntos de la corte Sor Jua­na descuidaba su comunidad religiosa. "Fue archivista y contadora del Convento por un periodo aproximado de nueve años, y no quiso aceptar el cargo de Priora". Su ca­pacidad de trabajo fue tal que pudo dedicarse a múltiples actividades sin transgredir la estricta disciplina de la Or­den. No faltó nunca a sus prácticas espirituales, ni dejó de cantar un solo día en el coro y la convivencia con sus 'carí­simas' hermanas fue siempre afable. A pesar de todas sus ocupaciones, tampoco interrumpió su producción literaria en los veintisiete años que permaneció en el Convento.

La musa no desaprovechaba un solo momento, ni en sus horas de sueño, pues de noche, dormida sólo en apa­riencia, ponía a trabajar su imaginación y su mente. Según ella, descansaba cambiando una actividad por otra, pues aparte de su vocación fundamental que fue ser intelectual, y de sus deberes religiosos, tuvo otras aficiones como la pintura y la composición musical. Retrató a la condesa de Paredes e hizo su propio autorretrato al óleo, y en cuanto a sus dotes musicales, escribió su Tratado y compuso la mú­sica de sus cantables, villancicos y demás composiciones corales. Promovió también la educación integral que ella misma se procuró. Es decir, Sor Juana fue maestra y discípula de su propio método pedagógico. Examinemos, pues, sus propias confesiones al respecto:

"Y así, por tener algunos principios granjeados, estudia­ba continuamente diversas cosas, sin tener para alguna particular inclinación, sino para todas en general; por lo cual, el haber estudiado en una más que en otras, no ha sido en mí elección, sino que el acaso de haber topado más a mano libros de aquellas facultades les he dado, sin arbitrio mío, la preferencia. Y como no tenía interés que me moviese, ni límite de tiempo que me estrechase el conti­nuado estudio de una cosa, por la necesidad de los gra­dos, casi a un tiempo estudiaba diversas cosas o dejaba unas por otras; bien que en eso observaba orden, porque a unas llamaba estudio, y a otras, diversión; y en éstas descansaba de las otras de donde se sigue que he estudia­do muchas cosas y nada sé, porque las unas han embara­zado a las otras. Es verdad que esto digo de la parte práctica en las que la tienen, porque claro está que, mientras se mueve la pluma, descansa el compás; y mientras se toca el arpa sosiega el órgano, et sic de caeteris; por­que como es menester mucho uso corporal para adquirir hábito, nunca le puede tener perfecto quien se reparte en varios ejercicios; pero en lo formal y especulativo sucede al contrario, y quisiera yo persuadir a todos con mi experiencia a que no sólo no estorban, pero se ayudan dando luz y abriendo caminos las unas para las otras, por varia­ciones y ocultos engarces, que para esta cadena universal les puso la sabiduría de su autor; de manera que parece se corresponden y están unidas con admirable trabazón y concierto."

"Y cuando dicen que los expositores son como la mano abierta y los escolásticos como el puño cerrado: y así no es disculpa, ni por tal la doy, el haber estudiado diversas cosas, pues éstas antes se ayuda, sino que el no haber aprovechado ha sido ineptitud mía y debilidad de mi en­tendimiento, no culpa de la variedad. Lo que sí pudiera ser descargo mío es el sumo trabajo no sólo en carecer de maestro, sino de condiscípulos con quienes conferir y ejer­citar lo estudiado, teniendo sólo por maestro un libro mudo, por condiscípulo un tintero insensible, y en vez de explicación y ejercicio muchos estorbos, no sólo los de mis religiosas obligaciones (que éstas ya se sabe cuán útil y provechosamente gastan el tiempo) sino de aquellas cosas accesorias de una comunidad; como estar yo leyen­do y antojárseles en la celda vecina tocar y cantar; estar yo estudiando y pelear dos criadas y venirme a constituir juez de su pendencia; estar yo escribiendo y venir una amiga a visitarme haciéndome muy mala obra con su buena voluntad; donde es preciso no sólo admitir el em­barazo, pero quedar agradecida del perjuicio. Y esto es continuamente, porque como los ratos que destino a mi estudio son los que sobran, de lo regular, de la comuni­dad, esos mismos le sobran a las otras para venirme a estorbar; y sólo saben cuánta verdad es ésta los que tie­nen experiencia en la vida común, donde sólo la fuerza de la vocación puede hacer que mi natural esté gustoso, y el mucho amor que hay entre mí y mis amadas hermanas, que como el amor es unión, no hay para él extremos dis­tantes."


Fuente: 
Los Grandes Mexicanos – Sor Juana Inés de la Cruz, Editorial Tomo, 3° edición, p. 76 – 81.

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