La monja filósofa. Los certámenes literarios

En el año de 1683 se llevaron a cabo unos certámenes litera­rios como parte de las festividades religiosas en honor de la Inmaculada Concepción de María. El encargado de or­ganizar tales certámenes fue don Carlos Sigüenza y Góngora, a quien se le entregaron todas las composiciones y que después él compilaría en su libro Triunfo Parthénico en donde describe los festejos.

En este libro que la crítica califica como "una verdadera crónica barroca de las manías literarias de le época", apa­recen dos poemas de Sor Juana. El primero es una glosa a una cuarteta de Góngora y lo firma Sor Juana con el pseudó­nimo de 'Bachiller Felipe de Salaizes Gutiérrez'. Este trabajo mereció el tercer lugar. Para el otro, que es un romance en elogio del virrey, firmado bajo el pseudónimo de Juan Sáenz del Cauri (anagrama de su nombre), hubo también mención.

A pesar de sus múltiples ocupaciones —que ya hemos mencionado—, Sor Juana siempre se dio tiempo para par­ticipar en concursos literarios, lo que seguramente estimu­ló su femenino espíritu competitivo, tan adelantando a su época. Si intervino en ellos de forma encubierta, tal vez fue porque consideraba que su condición de mujer era un obs­táculo para el triunfo, o quizá, sólo lo hizo como travesura. Como haya sido, el hecho es que gracias a ello nos legó de esa época unas extraordinarias creaciones literarias.

La musa no dejaba de interesarse con franca vehemen­cia en todo cuanto la rodeaba. Seguía viviendo, pese a su enclaustramiento puramente convencional, en el centro de su mundo, el mexicano, y pendiente de lo que acontecía en toda la humanidad. Desde su celda vislumbraba el univer­so, que ella intuía extraordinario y maravilloso, y desde ahí "tendía la mirada sobre la corte, el imperio, la iglesia, el pueblo, sobre toda la vida social de la colonia"; y más allá, sobre la ciencia aún incipiente en América, pero real y ava­salladora en la Europa de Descartes. Gracias a las constan­tes visitas de virreyes, prelados, intelectuales de la época en el locutorio del Convento, Sor Juana nunca perdió con­tacto con el mundo exterior.

Mas llegó el día en que el gobierno del conde de Pare­des y marqués de Laguna llegó a su fin (1686), sustituyén­dole don Melchor Portocarrero Lasso de la Vega, conde de Monclova. Los condes de Paredes permanecieron dos años más en México y cuando finalmente partieron rumbo a Es­paña, terminó para Sor Juana, quizá, la mejor etapa de su vida. En ese tiempo había triunfado en certámenes, con sus obras literarias y en la representación de Los Empeños de una Casa; con su Primer Sueño y sus impecables y caldero­nianos autos sacramentales El Divino Narciso y San Herme­negildo. En esa época se preparaba también la primera edición de las poesías de la Décima Musa (a petición de la condesa de Paredes), edición que saldría a luz en España en 1689. La escritora mexicana vivió su periodo de mayor producción literaria entre los años 1680 y 1688, en la que abundan los sonetos, endechas, glosas, quintillas, décimas, redondillas, ovillejos amorosos, religiosos, filosóficos y sa­tíricos, numerosos romances, comedias, autos sacramenta­les y otras composiciones.

Dos años duró el gobierno del conde de Monclova. El 4 de diciembre de 1688 lo sustituyó el virrey don Gaspar de Silva y Sandoval, conde de Galve, quien acompañado de su esposa, doña Elvira de Toledo, entró a la ciudad con los acostumbrados honores y fastuosas celebraciones de bienvenida. Para el cumpleaños del nuevo virrey se le pidió a la poetisa oficial de la corte que escribiera una comedia de entretenimiento. No se sabe a ciencia cierta por qué Sor Jua­na sólo escribió el primer acto, encargándose del segundo el abogado don Juan de Guevara.

Se cree que por esas fechas (principios de 1689) la salud de Sor Juana se hallaba quebrantada, o bien, se sentía ago­tada a causa de los constantes desvelos que ella misma se imponía en su trabajo intelectual; sin embargo, en medio de sus estudios científicos y teológicos, y de sus deberes religiosos, surgió un hecho que cambiaría el giro de la vida espiritualmente accidentada de la inquieta monja y que le provocaría lo que se ha llamado Crisis de un Sermón.


Fuente:
Los Grandes Mexicanos – Sor Juana Inés de la Cruz, Editorial Tomo, 3° edición, p. 81 – 83.

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