Jesús. Misión pública

Los doce apóstoles parten de Betsaida a Jerusalén para asistir a la fiesta de la Pascua. Cafarnaúm no está lejos de Tiberiades y la fama del Mesías se ha propagado ampliamente por toda Galilea e incluso más allá. Jesús sabe muy pronto que Herodes pondrá atención a su obra; por eso piensa que es mejor viajar hacia el sur y entrar en Judea con sus apóstoles.

A Jesús lo esperan impacientes cientos de personas que han acudido a escucharlo, muchas de ellas llegan de Perea y Judea y han sido bautizadas por Juan, por lo que están interesadas en saber más sobre las enseñanzas del nuevo Mesías.

El Maestro posee una gran sabiduría y una integridad perfecta en sus relaciones con sus discípulos, es realmente un catedrático de humanos por lo que ejerce enorme in­fluencia sobre los demás a causa de la fuerza y el encanto de su personalidad. Persuade espiritualmente por su for­ma de adiestrar, colmada de dominio, con lógica aguda, a la fuerza de sus frases, en su penetrante inteligencia, en su brillante serenidad y excepcional tolerancia; además es humilde, íntegro y decidido. Junto a toda esta influencia manifiesta del Maestro, también destacan los encantos es­pirituales dé sencillez, misticismo, bondad, amabilidad y naturalidad.

Jesús, con su ejemplo en cada una de sus acciones, logra la conquista como recompensa al sacrificio del orgullo y egoísmo, ya que cuando muestra sensibilidad, libera al espíritu de rencor, agravios, rabia, ambición de poder y venganzas maliciosas, por lo que cada día, las personas que lo siguen y escuchan, sobre todo los apóstoles, ponen todos sus sentidos a la labor de curar a los enfermos, no únicamente de padecimientos del cuerpo, sino además, del alma.

Jesús no pide a los demás acciones que él no está dis­puesto a llevar a cabo o que ya ha realizado, que vivan ejemplarmente para cuando los demás humanos vean sus vidas como ejemplares y se vuelvan fieles al reino. Todos los examinadores de la verdad sinceros, están gozosos por escuchar la buena nueva de la gracia de la fe, la cual ase­gura la admisión en el reino a quien la siga sinceramente. Jesús señala, sin lugar a dudas, que está en la Tierra para edificar relaciones personales y eternas de hermandad es­piritual íntima, que debe extenderse a todos los humanos de todas las épocas, de todas las condiciones sociales, de todos los pueblos, así: Conocerán la verdad y esta, los hará libres.

Para estar seguro de que Dios, su Padre, será reconoci­do, Jesús puntualiza que prefiere iniciar su labor con los pobres, la clase que precisamente ha sido despreciada por la mayoría de las religiones de épocas anteriores y esa ac­ción, él no se la permite ya que su aspiración es universal. Este modelo de vida se acerca a la máxima perfección, in­cluso a la bondad infinita del Padre Universal.

Con estos sólidos argumentos del espíritu, mente y corazón de Jesús, los apóstoles reconocen la amistad sin engaños por parte del Maestro. Juan percibe claramente que, con todo y sus atributos divinos, Jesús es humano, que vive como un hombre entre los hombres, los comprende, ama y sabe cómo guiarlos y esto lo anima para continuar con su labor de apóstol del Hijo de Dios.



Fuente:
Los Grandes. Jesús, Editorial Tomo, p. 109 – 110.

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