Filosofía Española en el Siglo XX: Unamuno

Unamuno replantea en un plano vital o existencial el conflicto fe-razón. Para Unamuno la vida es un conflicto trágico entre deseo de inmortalidad y la finitud que muestra la razón

Concepción del hombre y de la Filosofía.

El tema central del pensamiento de Unamuno es el hombre. Su filosofía tiene como centro de reflexión al hombre concreto, individual.

El hombre individual es el objeto supremo de la filosofía. Pero es, igualmente, su sujeto. El que filosofa es siempre un individuo singular.

La vida humana se desarrolla a través de dos instintos:

- Conservación (bienes que satisfacen las necesidades materiales).

- Perpetuación (“mundo espiritual” o cultura).

Si el verdadero objeto de la filosofía es el hombre individual, no es extraño que Unamuno insista en la incapacidad de la razón para alcanzar el auténtico conocimiento de lo humano. La razón tiende a la abstracción universalizadora, trabaja con conceptos generales, que prescinden de los aspectos individuales, singularizadores.

Unamuno recoge y asume una idea ampliamente extendida en todo el siglo XIX, que encontró expresión en autores como Kierkegaard: la idea de que existe un conflicto insuperable entre la razón y la vida, entre el esquematismo e inmovilismo de la razón y la riqueza y dinamismo de la vida singular.

La filosofía de Unamuno está muy influenciada por la de Kierkegaard. Ni la vida individual ni su vínculo con Dios pueden ser conocidos o expresados por la razón, es decir, por una realidad abstracta e ideal como pretendía Hegel.

La filosofía ha de dar sentido a la vida, quien filosofa es el hombre entero, y no solamente una inteligencia abstracta y descarnada. Así, Unamuno distingue entre filosofías racionalistas (niegan la inmortalidad del alma) y vitalistas (afirman la inmortalidad del alma). Prioridad pues, del deseo con respecto al conocimiento, de la vida con respecto a la filosofía, y de la acción con respecto a la norma.

Como el deseo tiene prioridad sobre el conocimiento, podríamos decir que la concepción unamuniana del hombre constituye una antropología del deseo. El deseo más radical, del que surge toda filosofía y que moviliza nuestras energías y nuestra acción, es el deseo de vivir, de seguir viviendo, de existir ilimitadamente y “no morir del todo” como individuos. Para Unamuno lo esencial del hombre es el deseo innato de inmortalidad.

Unamuno distingue dos tipos de conocimiento: inconsciente o “ligado a la necesidad de vivir”. Reflexivo: sería el tipo de conocimiento que origina la cultura. En esta encontramos dos realidades: el conocimiento racional que sólo muestra la finitud del hombre y de lo fenoménico. Si la vida es un deseo innato de inmortalidad, la razón constituye una fuerza antivital o nihilista. La religión, sin embargo, es una fuerza vital porque afirma y da sentido al deseo de inmortalidad.

La existencia, no sólo del hombre, sino de todos los seres, no es sino la tendencia y el esfuerzo dirigidos a continuar existiendo (Spinoza).

Lo permanente es lo real; lo caduco y perecedero, lo destinado a desaparecer, es sólo ficción o sueño. En toda su obra, en novelas y ensayos, ha recurrido Unamuno repetidamente a esta idea del sueño como expresión de la fugacidad e inconsistencia de lo mortal (Niebla).

Sentimiento trágico de la vida.

A todos los seres es esencial el esfuerzo por perseverar en la existencia. Este esfuerzo se expresa en la conciencia como anhelo de inmortalidad personal, como deseo de no morir, en conflicto abierto con la finitud de nuestra existencia.

Ser consciente es tener conciencia de la propia limitación; por eso Unamuno asocia radicalmente la conciencia con el dolor. Para Unamuno la conciencia es “la enfermedad del hombre” porque al mostrarte la muerte o finitud de la existencia provoca dolor o angustia.

La concepción unamuniana del hombre puede considerarse como antropología del conflicto: conflicto entre el deseo de inmortalidad y la limitación de que somos dolorosamente conscientes. Este conflicto se radicaliza hasta la angustia a causa de la oposición insuperable, entre la razón y la vida.

El sentimiento trágico de la vida proviene de que nuestro anhelo de pervivencia e inmortalidad es contrario a la razón: no sólo faltan argumentos racionales válidos a favor de inmortalidad del alma, sino que la razón se opone positivamente a la idea de un alma inmortal. No sólo carecemos de argumentos racionales válidos para demostrar la existencia de Dios que garantice nuestra inmortalidad, sino que la razón refuta positivamente tales supuestos argumentos. La razón lleva al escepticismo.

Como se ha visto, la razón es nihilista o contraria a la vida (inmortalidad individual) porque niega al hombre este deseo de inmortalidad y la existencia de un Dios que le dé sentido. Así, la teología o el intento de demostrar racionalmente la existencia de Dios conduce a la “muerte de Dios” porque lo convierte en una mera abstracción (Dios-idea).

La vida humana es una duda pasional o vital pero no racional. Duda vital entre el deseo innato de inmortalidad y la finitud que muestra la conciencia o la razón. Este conflicto es el que define el sentimiento trágico de la vida desembocando en el dolor o angustia. Pero el dolor ha de dar paso a un sentido o redención que es para Unamuno el amor o compasión. La imaginación extrapola el amor o compasión a todos los hombres y seres. De tal manera que de este amor surge el Dios-sentido que redime la finitud de la existencia.

Ética.

Unamuno señala que es precisamente la acción, la conducta virtuosa y heroica, la que ha de constituir la prueba moral de la validez de nuestro anhelo vital. Obra de modo que merezcas a tu propio juicio y a juicio de los demás la inmortalidad, que te hagas insustituible.



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