Jesús. Contra fariseos y saduceos

Hace más de dos mil años, los fariseos eran miembros de la principal secta política-religiosa que, rígidamente formalista, ejerce con rigor y autoridad, aunque evita los preceptos y el espíritu de las leyes, su mayor aportación a la humanidad del futuro, gracias a su actitud necia e invariable, es la de calificar a hombres o mujeres de hipócritas, es decir, a todo aquel que manifiesta públicamente una piedad que, internamente, no tiene ni siente, por eso se les llama a estos seres fariseos.

Estos hombres forman un grupo de aproximadamente seis mil hombres que se autonombran los separados o distinguidos, que es lo que significa la palabra fariseo. Son extremadamente patrioteros o nacionalistas y hasta heroicos pero escasos de cerebro, sumamente orgullosos que, a pesar de esto último, son la agrupación que dicen representar la restauración nacional. Ellos admiten tanto la tradición escrita como la oral pero la interpretan grosera y materialmente, observan la ley estrictamente pero no creen en el espíritu de los profetas, ellos son quienes se atreven a proclamar la religión en el amor de Dios y la humanidad y públicamente, practican ritos, ayunos, penitencias y recorren las calles orando y dando limosnas abundantes entre la gente del pueblo, pero todo esto es para pretender cubrir una cuota de supuesta humildad, para llevar su vida llena de lujo, producto de su trabajo codicioso para obtener altos ingresos, importantes cargos y mucho poder, por lo que son los dirigentes del partido pero paradójicamente, tienen a la gente bajo su mano férrea. 

Por su parte, los herederos de Sadoc, fundador de la secta de los saduceos, pertenecen a la aristocracia sacerdotal, los cuales, debido a influencias helenísticas, interpretan las escrituras racionalmente, pero negando la inmortalidad del alma y la resurrección del cuerpo. Creen que deben ejercer el sacerdocio por derecho de herencia directa de David y, creyéndose sabios, se burlan de todo lo que no es avalado por ellos, sobre todo de las penosas prácticas religiosas y extravagantes creencias de los fariseos, pero esto no es obstáculo para unirse en contra de una sola persona muy especial, a la cual no sólo desconocen como Mesías sino que además, le temen: Jesús. 

Los saduceos son sacerdotes duros, tercos y creyentes en una sola fe: la superioridad; además, tienen como meta guardar y ampliar hasta donde sea posible el poder que poseen por rancia tradición. 

No es gratuito entonces, que Jesús los llame como provenientes del reino de Satán o Ahrimán, porque el espíritu está dominado por la materia y él quiere que sea el espíritu quien domine a la materia y una forma de empezar a lograrlo es atacando a las instituciones y doctrinas imperantes. La lid se lleva a cabo principalmente en sinagogas de Galilea hasta llegar a las puertas del mismísimo templo de Jerusalén, donde frecuentemente el nazareno libra sus mejores batallas predicando y haciendo frente a sus adversarios. 

La estrategia es una extraña mezcla de prudencia y audacia, de meditación profunda y acción impetuosa y pronta dando clarísimas muestras de una naturaleza maravillosamente equilibrada, como un general estratega que espera que sean los adversarios quienes ataquen primero para descubrir sus armas y entonces, acometer en sus puntos débiles, que son muchos. Los primeros en embestir son los fariseos, quienes están celosos de la fama y poder de convencimiento de Jesús desde que inicia su vida pública, predicando, sanando y haciendo milagros, ya no es un hombre loco que dice tonterías y que algunas personas creen, ahora, su popularidad va más allá de una simple novedad y mucha gente está convencida de que realmente es el Hijo de Dios. 

Para eso, los fariseos se presentan ante el Mesías con su habitual hipocresía burlona y con astuta maldad disfrazada de dulzura y amabilidad. Como si realmente fueran los poseedores de la verdad, estos hombres llenos de malicia llegan hasta Jesús en cada ocasión que pueden y creen lograr hacerlo caer en sus trampas, por eso, solicitan razones del por qué trata a empleados de clase baja y gente de mala vida como iguales; por qué sus discípulos predican y curan en el sacratísimo sábado, estas son violaciones sumamente graves contra la ley; sin embargo, Jesús les habla del amor de Dios, quien siente más gozo de un pecador redimido que por algunos supuestos justos. 

Para contestar a sus insidiosas preguntas, Jesús les habla de la parábola de la oveja perdida y del hijo pródigo, con ello los fariseos callan, pero es tal su terquedad y maldad que arremeten de nuevo. 

— ¿Por qué curas enfermos los sábados?

Y la respuesta acusatoria y directa no se hace esperar.

— ¡Hipócritas!, ¿no quitan las cadenas del cuello de sus bueyes para llevarlos al abrevadero en día sábado?, y ¿la hija de Abraham no puede ser rescatada y libertada tal día de las garras y cadenas de Satán? 

El silencio vuelve a ser la respuesta y de nuevo atacan al nazareno acusándolo de expulsar a los demonios en nombre de Belzebuth y en esta ocasión, ya con calma, Jesús contesta: "El diablo no se expulsa a sí mismo. Deben entender que el pecado contra el Hijo del Hombre será perdonado pero nunca el que se comete contra el Espíritu Santo". Esto significa que los insultos y blasfemias en su contra no son importantes, pero sí es imperdonable negar el bien y la verdad cuando son tan evidentes y claros y hacerlo así es una perversión mental, un miserable vicio que atrae males irremediables. 

Dentro de estos enfrentamientos, a cada respuesta de Jesús que los fariseos toman como ofensas, no les queda más que regresar mentiras a las verdades y de inmediato claman.

— ¡Blasfemo!

— ¡Hipócritas! Insiste Jesús.

— ¡Cómplice de Belzebuth! Gritan los fariseos.

— ¡Raza de víboras! Increpa el nazareno. 

Esta batalla no parará hasta que alguna de las partes ceda... o desaparezca y ninguna de las dos están dispuestas a rendirse. Jesús, con esa inteligencia innata, sabe cómo y dónde atacar, la mayoría de las veces en forma elegante y fina, en otras, la táctica es no esperar los insultos de los enemigos, sino enfrentarlos en sus terrenos y acusarlos, como ya lo ha hecho, de poseer uno de los peores vicios y defectos de los seres humanos: la hipocresía. En cada ocasión que lo atacan públicamente, Jesús responde: "¿Por qué saltan sobre la Ley de Dios por culpa de su tradición? Dios ordena que honres a tu padre y madre y ustedes disculpan de honrarlos cuando llega dinero al templo; sólo sirven a Isaías con los labios, pero son devotos sin corazón". 

A cada ataque de los fariseos, Jesús crece más, es dueño absoluto de sí, sabe que él es el Mesías pero que tiene que librar muchas batallas todavía antes de cumplir cabalmente con su destino como Hijo del Hombre. Por supuesto que los fariseos, al comprender que con palabras no ganarán nunca y mucho menos queriendo corromperlo con riquezas y poder, algo que ni el mismo Belcebú pudo lograr, cambian de táctica, deseando perderlo públicamente por sus palabras y acciones. Le envían emisarios para provocarlo lo cual permitirá al sanedrín acusarlo de blasfemo y apresarlo "en nombre de la Ley de Moisés" o por ser rebelde a los mandatos de los conquistadores romanos. 

Por eso le tienden una trampa en el templo con una mujer adúltera y sobre la moneda con la efigie de César grabada en ella, sus respuestas son tan inteligentes que no es posible acusarlo de absolutamente nada. Los fariseos, resueltos a comprometer, una vez más, a Jesús con preguntas insidiosas, le dicen.

— Maestro, sabemos que eres verdadero y enseñas el camino de Dios con sinceridad y sin respeto a nadie, ya que no miras la calidad de las personas. Entonces di si es ilícito o no pagar tributo a César. 

Por lo que Jesús, conociendo la naturaleza malvada de los fariseos, contesta.

— ¿Por qué me tientan y provocan, hipócritas? Muéstrenme la moneda con la que pagan el tributo. 

Al hacerlo, el Maestro les pregunta.

— ¿De quién es esta imagen y descripción?

— Del César. Responden con prontitud los inquisidores.

— Entonces, den a César lo que es de él y a Dios lo que es de Dios. Responde Jesús sin dejar lugar a dudas. 

Pero no todos huyen, algunos escribas y fariseos insisten en hacer cometer a Jesús alguna violación a la ley de Moisés para detenerlo y acabar con él de una buena vez, ahora llevan ante él a una mujer acusada de adulterio, uno de los mayores pecados para los judíos y presentándola ante el Maestro, le dicen.

— Señor, esta mujer ha sido sorprendida en adulterio, Moisés nos manda apedrear a este tipo, de pecadores, pero tú, ¿qué dices al respecto? 

Jesús sabe que es una trampa, se inclina sobre la tierra para hacer algunos dibujos y al levantarse, respira profundamente y dice con toda autoridad.

—Aquel de todos ustedes que esté libre de culpa y pecados lance contra esta mujer la primera piedra. 

Esto hace pensar a los acusadores, quienes para no comprometerse, deciden irse uno a uno hasta que quedan solos Jesús y la mujer acusada de adulterio a quien le pregunta.

—Mujer, ¿dónde están los que te acusaban y condenaban? A lo que la señora responde.

— En ningún lado Señor, todos se han ido. Por lo que responde Jesús.

— Pues entonces, yo tampoco te condeno, puedes irte y no peques más. 

Sin embargo, lo que no logran los fariseos, parece que lo hace la decepción de los judíos, al ver que el Mesías no restaura el reino de Israel, castiga a los despiadados romanos y a todos los que han osado sumirlos a la esclavitud. En cualquier lugar donde llega Jesús, encuentra algunos rostros, duros, desconfiados e incrédulos, aunado a que estos fariseos constantemente lo acosan diciéndole: "Vete de aquí, Herodes Antipas quiere que mueras por perturbar la tranquilidad de su reino", a lo que contesta Jesús: "¡Dile a ese zorro que nunca muere un profeta fuera de Israel". Esta situación provoca que Jesús no esté seguro ya en ninguna parte, el galileo sabe que su visión en Engaddi no ha cambiado, por eso, él no duda en cumplir cabalmente su misión celestial si no hubiera aceptado anticipadamente su muerte. 

Los discípulos vigilan a Jesús con inquietud, ya que cada vez está más silencioso, meditabundo y reflexivo ante la aparente imposibilidad de hacer triunfar la doctrina de su Padre, Dios, debido a las maquinaciones de sus temibles y formidables adversarios, no porque sean inteligentes o audaces, sino porque han manipulado las leyes a su antojo y no permiten que nadie se salga de esas normas de creencia y porque no ha levantado la espada contra el invasor ejército romano. 

Al estar muy cerca la lucha final, mucha gente está decepcionada de él porque no ha restaurado el reinado de Israel; ellos, al igual que muchos de quienes lo siguen, no comprenden por qué Jesús no es un guerrero de armas y peleas sangrientas, sino del perdón y salvación espiritual, además, él tiene dudas incluso de si sus discípulos han entendido real y honradamente su mensaje y misión en la Tierra, por lo que se pregunta: ¿la verdad ha penetrado lo suficientemente profundo en ellos?, ¿creen en él y su prédica a pesar de todo?, ¿realmente saben quién es él y su importantísima labor en la Tierra a favor de la humanidad y contra las fuerzas oscuras y evidentes? 

Como no puede ni debe guardar más dudas estando tan cerca el conflicto terminal, pregunta a sus discípulos.

— ¿Qué dicen los hombres que soy yo, creen que soy el Hijo del Hombre?

— Unos dicen que eres Juan el Bautista, otros que Jeremías y unos más que un profeta. 

Responden algunos.

— Y ustedes, ¿quién dicen o creen que soy?

— Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Responde Pedro. 

Es la primera vez que lo llama Cristo y esta denominación pasará a la historia junto con el nombre del Mesías: Jesucristo. 

Al escuchar esta afirmación, Jesús se llena de alegría y regocijo, por fin sus discípulos lo comprenden todo muy bien, que el verdadero significado de ser Hijo de Dios es el de una conciencia identificada con la verdad divina, una voluntad capaz de manifestarla, ya que, de acuerdo con la tradición de los profetas, el Mesías debe ser la mayor de las manifestaciones, que por ser Hijo del Hombre es el elegido de la humanidad terrenal y al ser también Hijo de Dios, es serlo del enviado de la humanidad divina, es por eso que Jesús contiene en sí al Padre y al Espíritu. 

Después de esta plática con sus discípulos, Jesús comprende y está satisfecho, porque vivirá en sus seguidores cuando se vaya, cuando deje de ser el Hijo del Hombre y se convierta para siempre en el Hijo de Dios, ellos serán el lazo que una al cielo y la Tierra, por eso, el Maestro le dice a Pedro: "Estoy muy feliz de ti, hijo de Jonás, porque no te han revelado eso la sangre y la carne, sino mi Padre que está en el cielo". Con esta declaración, Pedro es confirmado como un iniciado a la misma altura que la de su maestro, ya que posee la visión interna y profunda de la verdad, no revelada a cualquiera. 

Pero para el Mesías, apóstoles y seguidores no hay muchos momentos de felicidad, por lo que el regocijo de Jesús desaparece y anuncia que deben partir a Jerusalén donde él será torturado y muerto. De inmediato protesta Pedro:

— ¡No Señor, de ningún modo, esto no ha de sucederte a ti!

— ¡Quítate de enfrente, Satanás, que me escandalizas; porque no tienes gusto por las cosas que son de Dios, sino las de los hombres! Responde Jesús enojado. Y sin más se encaminan hacia la ciudad de su destino, antes, tienen que pasar por otros lugares y al primero que llegan es la ciudad de Cesárea. 

Esta ciudad descreída desde la época de Antíoco el Grande, está asentada en un oasis, al pie de la cima helada del Hermón. Es una población donde destacan el anfiteatro, lujosos palacios y templos griegos, Jesús y sus acompañantes atraviesan la metrópoli hasta alcanzar la ribera del río Jordán, cerca de allí, el nazareno busca la soledad de una caverna para meditar y orar durante varias horas. 

El Maestro se siente como un animal expulsado de la manada, está abrumado y asfixiándose entre dos universos que no quieren comprender ni aceptar quién es y cuál su labor ante la humanidad. Por un lado, están los incrédulos para quienes él y su palabra no tienen ningún significado ni representa absolutamente a nadie; por otro, los judíos, quienes no quieren ni desean reconocer que él es el Mesías y lo peor, apedrean e insultan a sus profetas y se tapan las orejas para no escuchar a quien sí deben hacerlo, pero lo realmente impactante y frustrante es que fariseos y saduceos están cada vez más cerca de su presa. 

Y así, sumido en su pensamiento, meditación y oración, la imagen del mar Muerto vuelve a surgir ante sus ojos, siente y sufre anticipadamente su cercano destino final como Hijo del Hombre. Antes de los momentos más grandes de su vida en la Tierra, Jesús se retira a orar, ya sea en las cimas de las montañas, en cavernas o en donde pueda estar solo, él sabe y aplica perfectamente bien las palabras del sabio veda: "La oración sostiene el cielo y la Tierra y domina a los dioses".

Fuente: 
Los Grandes – Jesús, Editorial Tomo, p. 153 – 161.

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