Mahoma. La batalla de Uhud

El poder de los musulmanes aumentaba constantemente, y de igual manera crecía el miedo y el odio de los coraixíes de La Meca, quienes no olvidaban la afrenta de Badr y sabían el peligro que representaba para ellos el crecimiento de las huestes del Profeta, quien tarde o temprano intentaría tomar su ciudad y someterlos a su ley. Abu Sufián había tomado el poder en la ciudad y lo compartía con Ikrima, hijo de Abu Chahl, quien también sentía un odio personal contra el Profeta y un gran deseo de venganza. Entre ambos organizaron el mayor ejército que se hubiera visto en la región, compuesto por tres mil hombres bien entrenados, la mayoría de ellos de la tribu de Coraix, aunque también de otras de las tribus que sentían la amenaza de ser avasallados por Mahoma.

Era el tercer año de la Hégira cuando se puso en marcha este ejército con rumbo a La Meca, con Ikrima y Jalid Ibn al Walid como generales. En la retaguardia del ejército marchaban quince mujeres, madres y esposas de guerreros que habían muerto en la batalla de Badr, ellas representaban la fuerza moral del ejército y los animaban con su ulular, que es un sonido especial que emiten las mujeres árabes.

Pero no todos eran contrarios a Mahoma en La Meca; uno de sus tíos, Al Abbás, al ver la magnitud de la campaña en contra de su sobrino, le envió un mensajero informándole de la situación. Mahoma de inmediato convocó a sus allegados para analizar las alternativas; conocedores de la magnitud de las fuerzas enemigas, la mayoría se inclinaba por una estrategia defensiva, parapetándose dentro de las murallas de la ciudad, para evitar un enfrentamiento en campo abierto, pero los más jóvenes e impetuosos preferían la lucha directa; como esta posición era la más atractiva emocionalmente se decidió seguir la estrategia ofensiva y marchar al encuentro del enemigo; más cuando se reunieron sus recursos y se dieron cuenta de que no tenían más de mil efectivos, pretendieron reasumir la propuesta de los prudentes y resistir el ataque en la ciudad, pero Mahoma los increpó:

¡No! Es impropio de un profeta envainar la espada una vez que la ha sacado y retroceder lo que ha avanzado; cuando hemos tomado una decisión, es Alá quien determinará nuestro destino.

Como un acto de buena voluntad, los judíos ofrecieron unirse a las tropas, pero Mahoma les exigía que para unirse a ellos debían convertirse al Islam, a lo que ellos se negaron, regresando a Medina junto con sus aliados, los musulmanes jazrachíes, de manera que las fuerzas de Mahoma quedaron reducidas a setecientos hombres, que se instalaron en la colina de Uhud, a unos diez kilómetros de Medina, en una zona pedregosa, y colocándose en una posición alta pensaban rechazar al enemigo principalmente por la acción de los arqueros. Mahoma llevaba un vistoso casco y dos cotas de malla, además de una capa en la espalda con una inscripción que decía: ¡El temor lleva a la desgracia. El honor está adelante. La cobardía no salva a nadie de su destino! Como no era propio del Profeta el participar directamente en batalla, entregó su espada a uno de sus guerreros favoritos, Abu Duchana, y se colocó en lo alto de la colina, desde donde podía dominar todo el campo.

Confiados en su superioridad numérica, los coraixíes se allegaron hasta la base de la colina; Mahoma ordenaba que se mantuvieran inactivos hasta que los enemigos comenzaran a subir la colina y se colocaran a tiro de flecha. La caballería de los enemigos intentó el ataque por uno de los flancos, pero la eficacia de los arqueros rápidamente los disuadió y fueron en retirada a reunirse con sus tropas, lo que causó desconcierto y desánimo, mismo que fue aprovechado por los musulmanes para lanzar una ofensiva con el apoyo de los arqueros, que no cesaban de bañar con flechas al enemigo, con lo que el ataque de los musulmanes resultó muy eficaz y el balance de la batalla se inclinó a su favor, tanto que los arqueros, rompiendo la estrategia, abandonaron sus puestos y se precipitaron al campo, lo que fue aprovechado por la caballería de los coraixíes para incursionar en la colina, pues ellos tenían la misión de llegar hasta el Profeta y darle muerte; se dice que uno de los más valerosos guerreros de los coraixíes, llamado Ubayy Ibn Jalaf se abrió paso entre la multitud y se acercó a Mahoma blandiendo su espada, pero el Profeta tomó la lanza de uno que lo acompañaba y lanzándola certeramente atravesó el cuello de su atacante, quien cayó muerto. Pero en la refriega Mahoma no salió indemne, pues una piedra lanzada por una honda le partió el labio y le rompió un diente, además de que una flecha se incrustó en la cara, por lo que cayó desmayado en una zanja. Se corrió la voz de que Mahoma había muerto y eso animó a los coraixíes y causó un gran desconcierto entre los musulmanes, quienes finalmente se batieron en retirada; los coraixíes, creyendo que Mahoma estaba muerto, renunciaron a perseguir a los musulmanes y se dedicaron a saquear y mutilar a los muertos, como una monstruosa venganza; se dice que Abu Sufián ensartó restos humanos en su lanza y la levantó triunfalmente ante sus tropas, proclamando que la derrota de Badr había sido compensada por la victoria de Uhud.

Cuando se retiraron los coraixíes, Mahoma visitó el campo de batalla y sintió un gran dolor al ver el cuerpo de su tío Hamza completamente mutilado, entonces hizo el juramento de hacer lo mismo con los primeros setenta prisioneros que cayeran en sus manos. Después ordenó que se enterrara a los muertos y se retiró a meditar.

Los musulmanes temían que las fuerzas enemigas no se conformaran con aquella victoria y marcharan contra Medina; pero Abu Sufián ya sabía que Mahoma estaba vivo y podía reorganizar sus fuerzas en la ciudad, contando con la ayuda de todos los habitantes, además de que sus huestes habían sufrido muchas bajas, por lo que prefirió no arriesgarse a una vergonzante derrota que opacara lo ya logrado. Esta derrota fue un contratiempo para el Profeta, pero rápidamente pudo superar sus pérdidas, refinando su trabajo de organización y contrayendo un nuevo matrimonio de conveniencia, ahora con Hind, hija de un hombre de gran influencia, llamado Omeya, lo que le resultó muy útil para seguir avanzando en su camino hacia el poder.

Fuente:
Los Grandes – Mahoma, Editorial Tomo, p. 109 – 112.

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