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Instituciones y Disciplinamiento

En realidad, los pioneros importan poco, aunque les permitieron a los distintos “futboles” locales un mapa de efemérides y homenajes. Dicho rápidamente: si Watson Hutton hubiera naufragado en la travesía de Edimburgo a Buenos Aires, alguien habría tomado su lugar (incluso, podría haber sido otro escocés, que abundaban). El historiador inglés Matthew Brown señala con agudeza que la teoría del Gran Hombre (el prócer, el sujeto excepcional) como motor de la historia ha sido abandonada por la historiografía, salvo en el caso de los deportes. El mapa que acabamos de trazar muestra con claridad otra cosa: lo decisivo son las instituciones involucradas en la fundación del futbol latinoamericano. Siempre hay pioneros y migrantes, y muchos de ellos nativos, pero lo importante son los lugares donde despliegan su actividad pionera: las instituciones.

Son, primero, los clubes de la colectividad británica, luego imitados por las burguesías locales; son también las escuelas originalmente para expatriados y más tarde las escuelas privadas de la burguesía o las estatales; son a la vez las compañías mineras, de ferrocarriles o industriales. No hay sorpresas: la lista de los fundadores no se aparta, en todo el subcontinente, de esa pauta. No hay asociaciones populares ni grupos políticos ni reuniones vecinales. No hay cárceles, pero sí escuelas, cuarteles y fábricas, y no falta alguna iglesia. Es decir, lugares donde disciplinar los cuerpos y las mentes (y las almas, si fuera posible). 

Los clubes se fundaron para el esparcimiento de la colectividad británica, siguiendo el modelo metropolitano: por eso aparecieron primero los dedicados al cricket, el deporte más antiguamente reglado (desde 1787) y expandido en todas las colonias del Imperio. Cuando el empleo de los deportes como herramienta educativa quedó instalado (desde mediados del siglo XIX en las escuelas públicas de la aristocracia y la burguesía británicas), los clubes fueron el espacio de su reproducción y expansión. Los deportes educaban a los caballeros en cuerpo y alma, en mens sana in corpore sano: cuerpos aptos para la guerra, mentes disciplinadas para el servicio de la Corona y para el ejercicio de la moralidad del caballero (lo que incluía el fair play, entendido como respeto por las reglas y por el adversario). Los clubes criollos, fundados en toda la región como epígonos del modelo británico, se crearon sobre los mismos valores; incluso, varios clubes latinoamericanos tomaron el mens sana explícitamente como lema (por ejemplo, los clubes Gimnasia y Esgrima desparramados por la Argentina). 

La expansión de los deportes en el subcontinente tuvo también a las escuelas de la colectividad como espacio de reproducción. Allí, la insistencia en el futbol como disciplinador y educador era pura continuidad de lo ocurrido en Gran Bretaña (y los ex alumnos luego se integraban a los clubes o fundaban nuevos, provistos del mismo espíritu desde pequeños). En muchos países latinoamericanos (no en Argentina, por ejemplo), los modelos educativos tomaron desde comienzos del siglo XX estas instrucciones y las repitieron incluso en las escuelas populares. Los ejércitos fueron sólo una extensión necesaria de lo anterior, especialmente aquellos más vinculados al modelo británico: el deporte optimizaba la formación militar, de cuerpos mejor preparados para la contienda. (No fue el caso de los ejércitos cuyo modelo fuera el prusiano, que reemplazaba los deportes competitivos por la gimnasia, aunque con el mismo objetivo.) El ejemplo del coronel Lemly en Bogotá es ilustrativo de ello. 

Este proceso no es idéntico al que ocurrió en el espacio que llamaremos “la fábrica”, aunque reúne lugares distintos: el taller, el ferrocarril, la mina, a veces sólo la empresa comercial. Especialmente, porque los destinatarios fueron los primeros grupos populares en adoptar el futbol. En los comienzos, los precursores dependían de la nacionalidad del capital: se repiten los ferrocarriles, las compañías mineras, los frigoríficos, las empresas textiles, todos con capitales británicos. Iniciado el proceso de la práctica luego de la acción de algún o algunos pioneros migrantes, estas instituciones admitieron su extensión a los sectores obreros, porque eso permitiría el desarrollo de la solidaridad entre los trabajadores, solidaridad que se extendía a la empresa. Algún gerente del ferrocarril Central Uruguay Railway avaló la fundación del club correspondiente, añadiendo el Cricket Club (creando el célebre CURCC) en 1891, con el argumento de que los obreros que jugaban al futbol no hacían huelgas. Cuando en 1913 el Club Peñarol se independizó del CURCC, los directivos del ferrocarril expresaban su preocupación por el ausentismo de esos obreros, al parecer menos disciplinados de lo que el modelo permitía prever. 

Las iglesias participaron del mismo proceso y, aunque se trató, en nuestro subcontinente, de distintas órdenes católicas (salesianos, jesuitas, dominicos, entre otros), compartían convicciones con sus pares anglicanos: el futbol permitía blindar los cuerpos en comportamientos más ascéticos que los esperables en las clases obreras. El futbol apareció, tempranamente, como una herramienta que alejara a los obreros del alcohol, el tabaco y el sexo. Eran tiempos de higienismo, de convicciones redentoras respecto de los peligros que acechan a los pobres; convicciones compartidas por los religiosos, los educadores, los militares y los empresarios. Y por algunos políticos, también: luego de algunos primeros rechazos, incluso grupos socialistas terminaron defendiendo la práctica deportiva como un medio para alejar a los grupos populares de los peligros tenebrosos de la disipación. 

Las clases populares latinoamericanas terminaron jugando al futbol, fumando, bebiendo, teniendo sexo (y bailando, no lo olvidemos), a veces simultáneamente. Parafraseando al filósofo francés Michel Foucault, la existencia de instituciones disciplinadoras no implica la necesaria existencia de comunidades disciplinadas. En el caso del futbol latinoamericano, ambas cosas aparecen como indiscutibles: la pretensión disciplinadora de las élites y sus instituciones, pero también el fracaso relativo de sus esfuerzos. 



Fuente:
Pablo Alabarces, “Historia mínima del futbol en América Latina”, Ed. El Colegio de México & Turner, p. 49 – 52.

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