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El legado cultural del Virreinato en el Estado de México

El legado cultural más importante del Virreinato en el Estado de México se conserva en sus pueblos y comunidades. La mayoría de ellos se fundaron durante el siglo XVI en los lugares que actualmente ocupan. Muchos sitios se asentaron en los señoríos prehispánicos, pero otros aparecieron a raíz de la congregación. Las culturas de los pueblos y comunidades mazahuas, otomíes, matlazincas, nahuas y tlahuicas se transformaron y permanecieron durante siglos hasta nuestros días.

Entre las tradiciones más arraigadas de los pueblos están las fiestas religiosas, que comenzaron a celebrarse en tiempos virreinales y hoy perviven. Entre ellas destacan las de los santuarios del Señor de Chalma en Ocuilan, la Virgen de los Remedios en Naucalpan y el carnaval, que se festeja antes de la Semana Santa en muchos pueblos del Estado de México. 

Muchas danzas que se llevan a cabo en las fiestas de los pueblos tuvieron su origen en la época virreinal, como las de moros y cristianos, morotas, los chinelos, los arrieros y las pastoras. En algunos casos las danzas fueron inventadas para explicar temas cristianos o de la Biblia. 

En las iglesias y ciudades virreinales de nuestra entidad, los frailes y las monjas crearon cantos y piezas de música sagrada para las misas y fiestas religiosas como la Navidad. Fuera de las iglesias, en las calles los habitantes urbanos disfrutaban sus fiestas de saraos y fandangos, que eran bailes populares. Por las noches salían las murgas, grupos de jóvenes parecidos a las tunas universitarias o estudiantinas, que interpretaban canciones con instrumentos de origen español como la mandolina, el contrabajo, el laúd, el pandero y las castañuelas. 

También en los pueblos, la música que acompañaba las danzas en las fiestas de los santos fusionó instrumentos mesoamericanos, como teponaztles y ocarinas con flautas, trompetas, tambores, guitarras y otros instrumentos europeos. 

Otras tradiciones que se forjaron en la época virreinal son las artesanías y algunas comidas. Por ejemplo, cada año durante las festividades de los difuntos, en los portales de Toluca se instala la Feria del Alfeñique, que lleva el nombre de la pasta de azúcar con la que se elaboran las calaveritas de dulce. Esta tradición comenzó en el siglo XVII, cuando Francisco de la Rosa, vecino de Toluca, obtuvo permiso real para elaborar el dulce de alfeñique. 

Entre la comida tradicional que se originó durante el Virreinato en nuestra entidad está la barbacoa de Capulhuac, el chorizo de Toluca, los quesos de Ayapango y Aculco. 

En los procesos de evangelización que llevaron a cabo los frailes se produjeron pinturas con temas religiosos. En su creación participaron los indígenas de muchos pueblos, con sus estilos y colores. Muchas pinturas fueron plasmadas en los muros de las capillas abiertas y las iglesias de los conventos. La convivencia de los temas cristianos con las prácticas artísticas indígenas produjo un estilo nuevo conocido como arte tequitqui. 

Uno de los legados culturales más imponentes del Virreinato en el Estado de México son los conventos franciscanos, agustinos y dominicos que fueron construidos por los indígenas bajo la dirección de los frailes. 

Los conventos, como el agustino de Acolman, el franciscano de Texcoco o los de Toluca, combinan elementos de la arquitectura europea de los siglos XV y XVI. Su estilo es conocido como plateresco. 

En cambio, los edificios construidos bajo la dirección de los jesuitas son ejemplos del arte barroco novohispano de nuestro estado, como la iglesia de San Francisco Xavier y el Colegio de San Pedro y San Pablo en Tepotzotlán. 

El excolegio jesuita de Tepotzotlán alberga hoy al Museo Nacional del Virreinato, donde se encuentra la mayoría de las pinturas de la época virreinal. 

Durante el periodo virreinal algunos lugares que hoy forman parte de nuestra entidad fueron cuna de escritores y científicos cuyas obras son parte de nuestra herencia cultural. 

Entre ellos están los historiadores descendientes de familias indígenas nobles como Fernando de Alva Ixtlixóchitl, de Texcoco y Teotihuacán, y Domingo Chimalpahin, de Chalco y Amecameca. Entre 1600 y 1640 ambos investigaron la historia de sus antepasados con los abuelos y ancianos de los pueblos donde nacieron, pusieron por escrito las tradiciones orales sobre el pasado mesoamericano y escribieron sus propias obras históricas. 

Unos años después, en 1651, nació Juana de Asbaje en el pueblo de San Miguel Nepantla. A los ocho años compuso su primer poema y más tarde, cuando entró al convento de las monjas de San Jerónimo de la Ciudad de México, cambió su nombre a Sor Juana Inés de la Cruz, la más grande escritora e intelectual de Nueva España. Ella se negó a aceptar el lugar que la sociedad virreinal destinaba a las mujeres, estudió y escribió poema y reflexiones de gran calidad que afirmaron la identidad de los novohispanos frente a otros grupos del Imperio Español. 

Durante el siglo XVIII, en el año 1737, nació José Antonio Alzate y Ramírez en el pueblo de Ozumba. Fue uno de los científicos novohispanos más conocidos de su época, dedicado a observar la naturaleza, la geografía y la astronomía. Elaboró mapas de la ciudad de México y de otros lugares, y dirigió múltiples publicaciones de divulgación de la ciencia, como el Diario Literario de México y las Observaciones sobre la Física, Historia Natural y Artes Útiles. 

El más importante científico del siglo XVIII en el Estado de México fue José Mariano Mociño Suárez Lozada, quien nación en 1757 en la villa minera de Temascaltepec. Mociño participó en la expedición botánica de 1787 a 1803, dirigida por su maestro Martín de Sessé. En esa enorme tarea científica lograron clasificar más de cuatro mil especies de plantas de toda la parte norte del continente americano, desde Nutka, en Canadá, hasta Nicaragua. 


Fuente:
Generación 2014. La entidad donde vivo. México, Ed. Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuito, p. 98 – 101.
App CONALITEG Digital. Generación 2014. La entidad donde vivo. México.

 

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