El título original de este maravilloso relato, Sizigias y cuadraturas lunares ajustadas al meridiano de Mérida de Yucatán por un anctítona o habitador de la Luna y dirigidas al Bachiller Don Ambrosio de Echeverría, entonador que ha sido de kyries funerales en la parroquia del Jesús de dicha ciudad y al presente profesor de logarítmica en el pueblo de Mama de la península de Yucatán; para el año del Señor 1775, es ya, en sí mismo, toda una historia. Su autor, el fraile Manuel Antonio de Rivas, fue denunciado al Santo Oficio, en 1773, por sus propios compañeros religiosos. La denuncia, entre otras cosas, menciona: “que negaba la existencia del Purgatorio, que profanaba las imágenes, que injuriaba a sus compañeros de orden, que no se confesaba ni asistía al coro ni a misa. Rivas, educado en el Colegio de Alba de Tormes, estudioso de las matemáticas, tenía “mordaz ingenio”, generalmente dividía “a todos con su lengua infernal” y utilizaba expresiones tan “opuestas a la fe y buenas costumbres” que obligaba con frecuencia a su interlocutor a “huir por el horror”. “Si Sizigias y cuadraturas resulta ser, por desbordar las normas habituales de acercamiento al mundo y abrir la realidad de lo conocido, el primer cuento fantástico escrito en Hispanoamérica, habría que ver, en el origen del género, dos cosas. Primero, los principios de la ciencia moderna asumidos por el pensamiento ilustrado mexicano en la segunda mitad del siglo XVIII y, consecuentemente, una crítica a los modos del pensamiento escolástico inquisitorial.
Señor
Bachiller: tiempo ha que se recibió en este globo de la Luna una carta anónima con
data de 5 del mes Epiphi del año de Nabonasar 2510. El terrícola que la escribe
se titula el Atisbador de los movimientos lunares; lo que hace ver en su carta nuncupatoria,
presentándonos las sizigias y cuadraturas lunares, con las neomenías judaicas
modernas, nabonasáreas, áticas, egipcias, arábigas, pérsicas, dispensadas por
el año común del Señor 1763. Ciertamente el Atisbador en su carta, a vuelta de
uno u otro sarcasmo, que mañosamente, y como al descuido, deja caer; tira
algunos bellos rasgos de erudición nada vulgar. ¿Creeréis, vos Señor Bachiller,
que no se supo acá qué postillón aéreo condujo esta nuncupatoria, ni por qué
plaza entró en este hemisferio? Pues es cosa que aún en el día se ignora.
Julio Edgar Méndez, “El cómic en México”, p. 8; disponible en julioedgarmendez.com

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