El último profeta. La expansión

A medida que aumentaba el número de conversos, también crecía el de los opositores al sedicente Profeta, con lo que la situación social de la tribu se enrarecía. El mensaje igualitarista mahometano no sonaba bien a los oídos de aquellos que se habían enriquecido fabulosamente y que, como suele suceder, manejaban las palancas del poder. Otros temían o decían temer que aquel profeta estrafalario produjera un terremoto en las instituciones comerciales y religiosas que habían dado pie a la pujanza coraixí.
El precario equilibrio se rompió en el año 615, cuando Mahoma tuvo una revelación que le ordenaba ampliar su prédica, extendiéndola a toda la tribu. Sobre todo, cuando exigió que los coraixíes abandonaran al resto de sus dioses para venerar exclusivamente a Alá. Eso era demasiado para ellos, y la situación en La Meca se endureció de tal forma que, tres años después de la muerte de su esposa Jadiya y de su protector Abu Talib, Mahoma decidió mudarse al oasis de Yitrab, la actual Medina, a unos 300 km al norte de La Meca, hasta donde lo acompañó una parte de sus incondicionales. A ese traslado, en el año 622 de la era cristiana, llaman los musulmanes la Hégira y en él sitúan el origen de su cómputo anual. 

En Yitrab, donde habitaba un influyente núcleo de población judía, esperaban a Mahoma con la esperanza de que impusiera la paz entre las distintas facciones que ocupaban el oasis, aumentadas ahora con la llegada de los musulmanes, que por primera vez formaban una colectividad (la umma) no unida por lazos de parentesco, sino religiosos, lo que trascendía revolucionariamente el concepto de tribu. La tradición recoge una gran cantidad de conversaciones y acuerdos con los grupos del oasis que, finalmente, no llegaron a ninguna parte. 

Mahoma tenía esperanzas de llegar a un arreglo con los judíos de Yatrib, dado que su nueva religión tenía en común con la judía el hecho profético. Al fin y al cabo, Yaveh se había puesto en contacto con Abraham y Moisés igual que Alá lo había hecho con él, así que debía de tratarse del mismo Dios. Sin embargo, tras muchos intentos, comprendió que el acuerdo no era posible y los judíos terminaron muertos o exiliados, dejando tras de sí una Yitrab homogéneamente musulmana. En tanto, la irritación de los coraixíes de La Meca hacia la umma aumentaba porque los musulmanes aprovecharon la posición estratégica de Medina para atacar caravanas. Tras una larga serie de escaramuzas, incursiones y batallas más o menos sangrientas que los anales mahometanos recogen con gran riqueza de detalles, los árabes de La Meca llegaron a la conclusión de que la prosperidad de que habían gozado hasta entonces, basada en el comercio, estaba sentenciada a muerte por la umma, y entonces decidieron negociar una tregua. Esto dio ocasión a Mahoma para establecer una serie de pactos con tribus afines y apoderarse de algunos oasis ocupados por cristianos y judíos, con los que estableció acuerdos que fijaron el modelo de lo que serían las relaciones posteriores de los musulmanes con las "gentes del libro": tolerancia a cambio de un tributo económico. 

Fuente:
Por Alberto Porlán en Muy Interesante Historia, ‘El Islam. Los misterios de una religión’, Ed. Televisa, p. 23 – 24.

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