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El último profeta. Movimiento pacífico

El triunfo definitivo, sin embargo, no vendría de la guerra, sino de una acción inteligente y audaz por parte de Mahoma. Acompañado por un millar de musulmanes desarmados se dirigió a su ciudad, que ahora lo tenía como enemigo público, para culminar la sagrada peregrinación que a ningún árabe se le podía prohibir. Sin embargo, los coraixíes de La Meca no estaban dispuestos a permitirle la entrada y mandaron un nutrido grupo armado a su encuentro. Tras una larga negociación, llegaron al acuerdo de que los musulmanes realizarían sus ritos fuera de la ciudad y regresarían a Medina.

El último profeta. La expansión

A medida que aumentaba el número de conversos, también crecía el de los opositores al sedicente Profeta, con lo que la situación social de la tribu se enrarecía. El mensaje igualitarista mahometano no sonaba bien a los oídos de aquellos que se habían enriquecido fabulosamente y que, como suele suceder, manejaban las palancas del poder. Otros temían o decían temer que aquel profeta estrafalario produjera un terremoto en las instituciones comerciales y religiosas que habían dado pie a la pujanza coraixí.

Biografías muy reales

A los historiadores occidentales no deja de sorprenderles la veracidad que transmiten los textos de los cuatro biógrafos de Mahoma: Tabari, ibn Sad, al-Waqidi e ibn Ishaq. Todos ellos escribieron durante los dos siglos posteriores a la muerte del Profeta. En contra del tratamiento idealizado y favorecedor que podría esperarse de ellos, sus textos muestran una voluntad auténtica de búsqueda de la verdad, un intento de trazar un retrato del hombre tal como fue en todas las facetas de su carácter. A menudo, cuando se encuentran con dos versiones distintas del mismo suceso, ofrecen ambas sin tomar partido por una u otra. No inventan nada porque a sus ojos sería una aberración y un gran pecado hacerlo. La información de que disponen acerca de las distintas etapas de la vida de Mahoma es desigual; los acontecimientos anteriores a su vida pública corresponden a los de un individuo anónimo, mientras que lo ocurrido en los últimos años involucró a millares de testigos.

El último profeta. Experiencia mística

Transcurría la séptima noche del mes de Ramadán del año 610. Al interior de una cueva del monte Hira desde la que se domina la ciudad de La Meca, un mercader de la tribu de los coraixíes, llamado Muhammad ibn Abdallah, se echó a dormir. Era un hombre de 40 años provisto de gran espiritualidad, que tenía el hábito de retirarse cada año a esa cueva -acompañado por toda su familia- para orar, meditar y practicar actos de caridad con cuantos se acercaban a su retiro en busca de alimento o limosna. Pero la séptima noche de Ramadán fue distinta, porque Muhammad atravesó por una experiencia mística trascendental que iba a cambiar el curso de la Historia. Según lo explicó él mismo, se sintió de pronto entre los brazos de un ángel que lo estrechó en un abrazo tan fuerte que le impedía respirar a la vez que le daba una orden terminante y escueta: "¡Recita!".

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